Inteligencia emocional

“CREÍ QUE ME SECUESTRABAN”

Empiezo este post con una de las frases que más me sorprendió y que me permitió cambiar la visión que hasta ese momento tenía de los niños que habían sido adoptados. Una frase que me hizo ser más observador y crítico con algunos modos y situaciones, que se dan en procesos de adopción y que quiero poner de manifiesto en estas líneas

Soy conocedor, porque me dedico a ello, de los deseos, anhelos, sensaciones, fantasías, que se entremezclan cuando una pareja decide empezar un proceso de adopción en sus distintas opciones. Somos consientes, tanto familias como profesionales de la farragosa, engorrosa y larga andadura burocrática y emocional que supone embarcarse en esta aventura. Pero a pesar de todos los pasos, exámenes, cuestionarios, entrevistas incluidas en este largo camino, me pregunto: ¿cómo se puede determinar la idoneidad de las familias que van a recibir a un menor para el resto de su vida?

Debemos ser muy rigurosos en este proceso porque hay veces que los profesionales tenemos que determinar que hay parejas que no están preparadas para adoptar por muy buena, por ejemplo, que sea su posición socioeconómica o cultural. No quiero entrar tampoco a señalar ahora y poner sobre el papel, todos los intereses que hay detrás de aquellas organizaciones nacionales e internacionales que tienen a los niños y niñas para adoptar, pero este también sería un gran debate.

Como decía, por mi desempeño profesional, tengo la gran ventaja de poder “visitar” los dos polos de esta dualidad: la de los adultos y la de los menores. Esto me ha permitido ver lo que sucede al cabo de un tiempo en el que se constituye esta nueva familia. A veces no somos conscientes, de la repercusión profundamente emocional que tienen estos procesos en los propios niños y niñas. Entendemos que al poder ofrecerles un lugar mejor del que dejan, sus inquietudes y miedos desaparecerán, pero en muchos casos no es cierto.

Soy consciente de la diversidad de orígenes en los que se han desarrollado en este sentido los menores. Soy consciente de que muchas parejas saben que vienen cargados con lo que se suele denominar “su mochila”. Un eufemismo al que nos referimos para hablar de los problemas que tienen en sus desarrollos, tanto físicos como psicológicos.

Imaginémonos por un momento, niños que con algunos años de vida, tres, cuatro ya son medianamente conscientes de su lugar y familia de origen y que de repente, casi,  de la noche a la mañana aparecen rodeados de personas extrañas, en muchos casos amenazantes, no me refiero a los futuros padres y madres, sino al personal de los diversos centros, que les llevan a lugares extraños y alejados de los que  conocen o han conocido. Que el miedo, el pánico que les agarra y que no les suelta, incluso, en algunos casos, hasta el final de sus vidas. Que este miedo les lleva a estar en un estado de hiperalerta perpetuo y que no les permite comprender ni saber por un instante que va a ser de ellos. No solo pienso en que les recojan personas bondadosas y cuidadoras, caritativas y con entornos adecuados, que no es ni de lejos, la mayoría. Pensemos, en que se les trasladan a los niños de cualquier manera, sin explicarles absolutamente nada, que son transportados a entornos y centros que ni cumplen con las medidas mínimas para cuidar del bienestar físico y psicológico.  Donde solo “se visten de gala” para atender a las parejas que desean adoptar. Donde el ruido no cesa ni de día ni de noche…

No deseo que se me mal interprete o se piense que soy alguien que está en contra de las adopciones, no es lo que creo, pero hay un largo camino por mejorar este proceso a muchos niveles. Empezando por dejar en muchas ocasiones de ver a estos niños como objetos. Entendiendo, que si al cabo de un tiempo no sé manejarme con ellos o me dan más problemas de los esperados, los puedo devolver (sabemos de unos cuantos casos). Por desgracia siempre habrá menores que necesitan de un hogar y parejas, del tipo que sean, que no pueden tener hijos. Creo que juntarles es necesario para ambos, pero que en muchas ocasiones y aunque parezca paradójico, al que menos tenemos en cuenta en este proceso, es al propio menor. La influencia que en su vida puede tener esta decisión. Ni siguiera se toma el tiempo para imaginar, atisbar y reflexionar con tranquilidad, muchas veces por una falta de una orientación profesional rigurosa,  lo que estos niños ven y sienten, quizás ensordecidos y cegados por la certeza adulta, de que estamos aquí como salvadores y rescatadores de estos menores. Solo digo, que hay a veces que debemos de asumir que en la vida, como muchas otras cosas, no podemos tener hijos de ninguna de las maneras y que esa energía que estos niños necesitan la podemos utilizar para otros menesteres.

No quiero dejar pasar la ocasión, para felicitar de forma sincera y emocionada, a todas aquellas familias y profesionales que sí son conscientes de lo que esto significa y están siempre, a pesar de las dificultades.

Un pensamiento sobre ““CREÍ QUE ME SECUESTRABAN”

  1. Arantza Echaniz Barrondo

    ¡Muy interesante Igor! Ciertamente, hay que cuidar mucho el bienestar afectivo-emocional de esos niños y niñas que son sacados de su mundo y que llevan consigo muchos miedos y experiencias duras…

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