Archivo por meses: septiembre 2012

La primavera árabe en su laberinto

Decía Pessoa que todo comienzo es involuntario. ¿En qué momento empezó todo? Los historiadores dicen que la primavera árabe empezó el día en que Mohamed Bouazizi, un licenciado en informática tunecino de 26 años y sin trabajo, se inmoló a lo bonzo después de que la policía le confiscó su puesto de verduras. Aquel gesto desesperado prendió la mecha de unas revueltas que han derribado dictadores y socavado los pilares de varias autocracias en el Norte de África y Oriente Medio.

Visto lo visto – guerra civil en Siria, la creciente presión social en el Egipto de los Hermanos Musulmanes para que las mujeres se cubran con hiyab o los asaltos a las embajadas de Estados Unidos – los escépticos podrían verse tentados a parafrasear a Zavalita, el personaje de Conversación en La Catedral de Mario Vargas Llosa, y preguntarse: “¿En qué momento se jodió la primavera árabe?”

Lo que pasa es que al igual que ocurre en todas las historias de la Historia, ésta se está haciendo a tropezones (y ante nuestros televisores o pantallas de ordenador). Y las primaveras, ya se sabe, no sólo traen sol, polen y libertad; también provocan alteraciones, alergias, sarpullidos y, en algunos casos, reacciones violentas.

Alepo

En el corrimiento de tierras que vive la región, laicos, nostálgicos del antiguo régimen, islamistas radicales, grupos de intereses etc etc, se han lanzado a una lucha abierta por el poder, a través de elecciones en el caso de Egipto y Túnez o a través de las armas como es el caso en Libia o Siria. De hecho, esta primavera-verano-otoño árabe no ha hecho más que empezar. Las piezas siguen moviéndose. Las protestas anti-estadounidenses contra el dichoso trailer (al parecer la película es tan mala que ni existen copias) sobre la figura de Mahoma han puesto de manifiesto que si bien la espontánea marea reformista y tuitera de Tahrir y otras plazas árabes pilló por sorpresa a los locos de Dios del integrismo islámico, éstos últimos no han desaparecido. No deja de llamar la atención que los radicales que atacaron las embajadas norteamericanas en El Cairo, Bengasi, Túnez o Jartum, azuzados desde los púlpitos de las mezquitas, no pasaran de los cientos pese a todo el humo que han levantado.

Los millones de manifestantes que anegaron las calles de capitales árabes en el 2011 y 2012 no lo hicieron para cantar consignas a favor de Palestina o impelidos por agravios de una supuesta representación denigrante de Mahoma, sino para protestar contra algo más prosaico como el desempleo, la pobreza, la corrupción y el descrédito de las endogámicas élites políticas y económicas que han sumido a sus súbditos en un círculo vicioso. (Léase el último informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo UNPD para una radiografía de la región y la necesidad de elaborar un nuevo contrato social). Esa brisa primaveral está ahí, en Rabat, Damasco, Riad, y gobierne quien gobierne, tendrá que escuchar esas reivindicaciones.

laberinto

La utilización de la religión y las supuestas agresiones de un arrogante Occidente (la memoria y la historia juegan mucho aquí) contra el Islam sirven en estos casos como coartada perfecta para ocultar los problemas reales y como espitas por donde la población puede soltar su frustración como si de un gas tóxico se tratara. No deja de ser curioso escuchar a Hassan Nasrallah, líder del partido-milicia chií libanés Hizbolá (Partido de Dios, en árabe), apuntarse a la guerra santa contra la película de Mahoma, mientras mantiene un silencio clamoroso sobre las matanzas (de musulmanes) en la vecina Siria.

Una amiga egipcia que participó con fervor en las protestas de Tahrir del año pasado me dijo hace poco que había perdido la fe en la revolución, desencantada como estaba con la ascensión al poder de los Hermanos Musulmanes y de la resistencia del ejército a entregar cuotas de poder. Pero mirar a la reciente historia de su país, dice, le produce sensación de vértigo.

Como enseñan en las Facultades de Periodismo, la crónica periodística es sólo el primer borrador de la Historia. Mientras escribo esta, la Historia de la primavera árabe sigue haciéndose.

La guerra infinita de Colombia

Tirofijo

Cuando vivía en Colombia escuché una vez a un amigo cachaco (natural de Bogotá) contar el siguiente chiste, ejemplo del proverbial ingenio que tienen los colombianos para reírse de sus propias desgracias y que resume la tragedia que asola al país suramericano desde los albores de la historia: Cuando Dios creó el mundo, dice, decidió alumbrar una tierra bendecida por montañas, llanos y desiertos, productora de café, oro y esmeraldas, bañada por océanos y caudalosos ríos y en la que se erigirían, ante la envidia universal, ciudades coloniales de deslumbrante belleza. Ante las quejas del resto de los países por el trato favorable que se dispensaba a Colombia, Dios respondió: “No se preocupen. Para nivelar las cosas voy a llenarlo de colombianos”.

Siempre he pensado que aquel chiste, contado al calor del ron durante una parranda vallenata, no hacía justicia a un pueblo como el colombiano, hospitalario, cálido y amante de la vida y la fiesta. Colombia goza ahora de una inmejorable oportunidad para remediar las seculares carencias y desajustes que han alimentado una larga y aciaga cultura de la violencia que los “violentólogos” colombianos asemejan a las capas de una cebolla y que algunos remontan a la lejana Guerra de los Mil Días de finales del siglo XIX y principios del XX. Diez años después del fallido proceso de paz del Cagúan (1998-2002), el gobierno de Colombia volverá a sentarse en la mesa de negociación con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), una de las guerrillas más antiguas del mundo, para intentar poner fin a un conflicto armado que ha sembrado el país de muertos y malgastado los enormes recursos económicos y humanos del país.

Botero 1 Los diálogos del Caguán, que cubrí para la agencia Reuters, arrancaron con grandes esperanzas. Me acuerdo de una frase del entonces presidente Andrés Pastrana, pronunciada durante la apertura formal de las conversaciones: “Colombia no puede seguir siendo tres países en uno: un país que mata, otro país que muere y otro país que mira para el otro lado”. Luego vino un momento que pareció inspirado por el realismo mágico: El ya desaparecido Tirofijo, el huraño campesino que fundó las FARC como milicias de los sin tierra en los años 60, desgranó una larga lista de agravios que incluyeron las famosas gallinas y marranos que el gobierno de la época le arrebató, y que según él, le empujaron a empuñar el fusil y echarse al monte. La fiesta del Caguán terminó en lágrimas, sin ningún avance concreto, con el ejército retomando la zona desmilitarizada que sirvió de escenario de las conversaciones y las FARC huyendo en desbandada hacia la jungla. Un grupo de periodistas que viajamos a la zona para cubrir la ofensiva militar quedamos atrapados entre el fuego del ejército y los retenes de la guerrilla y tuvimos que ser evacuados en helicóptero. (Ingrid Betancourt fue secuestrada a menos de un kilómetro de donde estábamos nosotros y estuvo en manos de las FARC seis años hasta que fue liberada.)

Aunque las FARC acudirán a la mesa militarmente debilitadas y diezmadas por las deserciones,  el presidente Juan Manuel Santos ha advertido que el camino no será fácil. La desconfianza de la mayoría de los colombianos hacia una guerrilla que no ha dudado en utilizar el secuestro, los coches bombas indiscriminados en las ciudades y el narcotráfico para intentar doblegar al Estado es profunda. La guerrilla esta vez ha dado muestras de realismo práctico y parece consciente del arcaísmo que supone su mera existencia en un país que bien podría convertirse en uno de los más prósperos de Latinoamérica. Prueba de que los tiempos son otros, el gobierno supuestamente de derechas de Santos ha aprobado una ley de restitución de tierras y de reparación a las víctimas del conflicto, una vieja demanda de una guerrilla supuestamente de izquierdas. Quedan sobre el tapete escollos muy difíciles: el narcotráfico (Estados Unidos, el mayor consumidor de cocaína del mundo, tiene su responsabilidad en el conflicto), la resistencia de los sectores conservadores del establecimiento de Bogotá a la paz (“sin guerrilla, el presupuesto nacional cambia de prioridades”, escribe Alfredo Molano en El Espectador), el paramilitarismo o la futura desmovilización de los combatientes.

Macondo

La raíz principal del conflicto, a fin de cuentas, ha sido la ausencia de Estado en la Colombia profunda, lo que ha condenado al olvido, al abandono y a la violencia a millares de Macondos desperdigados por una tierra rica en recursos. El diplomático noruego Jan Egeland, ex delegado de la ONU durante las conversaciones de paz de la era Pastrana y cuyo gobierno será el anfitrión de los nuevos diálogos que empezarán el mes que viene en Oslo, dijo entonces que la paz imperfecta era preferible a la guerra perfecta. Dependerá de los colombianos, esos a quienes Dios parecía tener cierta ojeriza en el chiste, reconciliar las tres Colombias y enterrar la guerra perfecta.