Archivo por meses: octubre 2012

Los otros

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“Mi estrategia es bastante sencilla y consiste en ir tras los malos”, concluyó ufano Mitt Romney, el aspirante del Partido Republicano a la presidencia de los Estados Unidos, durante el tercer y último cara a cara televisivo con Barack Obama, centrado en política exterior.

Mas allá de algún que otro fuego fatuo verbal y diferencias de forma más que de fondo entre los dos candidatos a las elecciones del próximo 6 de noviembre, el debate de la madrugada del lunes sirvió para dejar claro la visión del mundo de la primera potencia, entendida siempre como la defensa de sus intereses nacionales. Según el New York Times, Irán fue mencionada más de 45 veces, Israel y China más de 30 veces cada una, Afganistán 29 veces y Mali al menos tres veces.

Tanto Obama como Romney sacaron a colación Siria, Egipto, Libia, Irak y Pakistán como ejemplo de los logros o fracasos de la diplomacia norteamericana, según quien hablara. Llamó mucho la atención que Europa, sumida en una crisis existencial, política y económica sin precedentes, fuera en cambio mencionada una sola vez, aunque no se habló siquiera del euro. Et l´Europe dans tout ça? – se preguntaba incrédulo el diario francés Libération.

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Pese a las consecuencias planetarias que tiene la elección del inquilino de la Casa Blanca, serán al final un puñado de votantes en los llamados swing states (Ohio, Florida, Wisconsin, Iowa, Virginia, Nevada y New Hampshire) los que decantarán el resultado y lo harán con la vista puesta en la economía y el desempleo. A fin de cuentas, como demostró el famoso slogan de Clinton, “es la economía, estúpido” y no la compleja política internacional la que aúpa o derriba presidentes.

Quien haya viajado en coche o en Greyhound por las interminables carreteras del interior de los Estados Unidos se hará una idea de lo lejos que queda el mundo para el votante medio de la América profunda.

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Según cifras del Departamento de Estado, menos del 40 por ciento de los norteamericanos tienen pasaporte – lo que significa que dos de cada tres norteamericanos no pueden viajar a sus vecinos Canadá y México.

¿Es indiferente el americano medio a lo que ocurre más allá de sus fronteras? Un reciente estudio del Foreign Policy Institute parece desterrar ese tópico: el 92.2 por ciento de la población cree que EEUU debe desempeñar un papel importante en la escena mundial.

A menos de 15 días para el voto, las encuestas colocan a Obama y Romney en un virtual empate, aunque dieron al primero como ganador del debate en política exterior.

Obama ha apostado por la diplomacia y el multilateralismo. Huyendo de la sombra de George W. Bush, Romney ha procurado presentar un perfil moderado y centrista. Pero quizás a algunos les traiciona el subconsciente.

¿A quién se referirá el mormón y multimillonario Romney cuando hablaba de “los malos”? Decía Albert Camus que el malo siempre acaba siendo “el otro”, el que no es, ni piensa ni reza como nosotros.

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La violencia sectaria vuelve a arder en Líbano estos días, y Amin Malouf, el autor de León el Africano, anda por Madrid promocionando su último libro. En una entrevista con El País, Malouf, defensor del mestizaje de las culturas, dice que vivir juntos “es algo muy complicado, que necesita ser gestionado con sutileza, lucidez y perseverancia”. Ahí queda todo dicho.

Vieja barbarie, nueva barbarie

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Desposeído, arruinado física y espiritualmente por la barbarie que asolaba Europa, su obra pasto de las llamas en hogueras públicas en Alemania, Austria y Francia, el escritor vienés Stefan Zweig (1881-1942) se quitó la vida en su exilio en Brasil sin ver el final de la noche de la II Guerra Mundial. Setenta años después, el comité del Nobel otorga el premio Nobel de la Paz a la Unión Europea por sus logros en la “reconciliación entre las naciones” del continente. ¿Un brindis al sol por un club lastrado por la melancolía y la parálisis, aquejado de una crisis económica y social y en riesgo de ruptura?

Ante la esquizofrenia existencial que sufre la Europa de hoy, no sería ocioso recordar el legado intelectual y vital del autor de El mundo de ayer. Memorias de un europeo (colección Acantilado), una conmovedora autobiografía para entender las luces y sombras del siglo XX y de Europa, el continente de Goethe y Proust pero también de Verdún y Auschwitz. “Hoy una guerra entre Francia y Alemania sería inimaginable”, dice el comité del Nobel, recordándonos que Paris y Berlín se han enfrentado en tres guerras en setenta años.

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Quizás la barbarie de hoy no se encuentre agazapada en las trincheras cavadas a lo largo de las orillas del Rin ni tras las alambradas de los campos de concentración, sino en el tsunami que amenaza arramblar con el Estado del bienestar, las clases medias, la solidaridad y la cultura, y convertir Europa en un erial dividido entre ricos y pobres a merced de los poderes financieros sin ley ni rostro.

El FMI, la OCDE y el Foro Económico Mundial han alertado de los graves peligros sociales y económicos derivados de la creciente desigualdad entre ricos y pobres en nuestras sociedades desarrolladas. Sólo en España el poder adquisitivo de los salarios han regresado a niveles de hace casi 30 años.

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Con el paro y la desesperanza, despiertan viejos fantasmas del pasado: ondean banderas neonazis y se apalean inmigrantes en Grecia; en España vuelve el hambre secular y parten al Norte otra vez trenes con mano de obra; se acusa de insolidaridad a Berlín, Helsinki o Ámsterdam.

Hijo del viejo humanismo de Erasmo y cosmopolita convencido, Zweig fue testigo de un tiempo luminoso e irrecuperable de la cultura europea junto con Rilke, Joyce, Strauss o Válery, pero que acabaría también despeñándose por el abismo de las guerras y los totalitarismos. En una Europa menguante donde vuelven las fronteras, los recortes en el nombre de la austeridad alcanzan el símbolo de la construcción europea, las becas Erasmus. En España, donde la crisis se ceba con la investigación, el profesorado, el cine o las academias de música, la aportación al programa Erasmus se verá reducido en un 60 por ciento en 2013. ¿Es posible imaginarse una universidad sin la promesa de pasar un año de intercambio en Burdeos, Coventry, Dublín o Colonia?

El mundo de Zweig, uno de los primeros best-sellers de las letras, se empezó a derrumbar definitivamente tras la primera Gran Guerra con la inflación salvaje, el miedo, la desconfianza generalizada hacia los políticos y el ascenso en Alemania de un agitador llamado Hitler. La UE es el resultado del más ambicioso proyecto de paz desde entonces.

Quizás el antídoto contra el nuevo “sálvese quien pueda” y la voracidad de los oscuros intereses especulativos se encuentre en dos viejas ideas europeas: la ciudadanía y la política, entendida esta última no como clientelismo, sino como gobierno de la polis y del destino de los hombres frente al determinismo de los dioses y sus magos. ¿Habrá querido guiñar un ojo el comité Nobel a la cansada Europa al otorgarle el galardón?

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La alternativa, como lo vio Zweig, es la muerte de Europa y la barbarie. O el regreso al tribalismo. Ese mismo tribalismo con el que se envuelve tan a menudo el lenguaje del fútbol, el tenis o el baloncesto cuando se enfrentan selecciones nacionales en el campo de juego. Esta noche juegan España y Francia (ay) y, claro, la 1 de TVE retransmitirá el partido con la alharaca de un duelo. Apagaré la televisión; igual escucho a Bach o veo una película de Bergman.

Leer, viajar, soñar

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“Lo imprevisto no existe”, declara el impasible Phileas Fogg antes de partir del Reform Club de Londres para dar su vuelta al mundo en 80 días. Cuenta Verne que Fogg “no viajaba, sino que describía una circunferencia alrededor de la tierra”, ateniéndose siempre a su puntillosa hoja de ruta e inquebrantable fe en la era de los inventos pese a las tempestades, averías de barcos de vapor o emboscadas de los indios Sioux que amenazan con descarrilar su apuesta.

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En las antípodas del recto caballero inglés se encuentra el Mediterráneo Ulises, tramposo y astuto varón como lo llama Homero, el vagabundo por excelencia que naufraga, llora, ama, lucha contra cíclopes y monstruos marinos y provoca la ira de los dioses antes de regresar a su amada Ítaca.

Leí ambas novelas por primera vez hace años, pero he tenido la enorme dicha de volver a ellas recientemente al leérselas a mi hijo mayor a las noches, antes de apagar la luz. Y como ocurre cada vez que releemos un clásico, nos sorprendemos al descubrir nuevas claves, complicidades que no sospechamos cuando nos adentramos febrilmente en sus páginas en la primera lectura, quizá porque éstas nos dejaron deslumbrados como al niño que descubre una cueva llena de tesoros.

El Mediterráneo como metáfora de la incierta travesía humana. En medio del creciente divorcio entre el Norte y el Sur de Europa, Angela Merkel llegó ayer a Atenas para, probablemente, decir a sus anfitriones griegos que no sean tan truhanes, tan vividores, tan Mediterráneos como Ulises, y que aprendan más del metódico y austero Fogg, dechado de disciplina, quien dijo aquello de que “es el sol el que está mal, no el reloj”.

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¿Pero qué sería Europa sin el alma griega que la alumbró? Kavafis decía que el viaje era Ítaca. Contrariamente a Passepartout, Fogg apenas muestra curiosidad o inquietud por el mundo, encerrado en su interminable partida de whist y pendiente de las columnas de beneficios y pérdidas que anota religiosamente en su cuaderno al llegar a puerto.

Fogg retorna al punto de partida, habiendo encontrado una mujer en la India pero esencialmente siendo el mismo hombre; Ulises, baqueteado por las guerras, el mar y los mil desafíos de la travesía (por la vida misma) no es al regresar a Ítaca el hombre que partió.

Teme Mario Vargas Llosa que el libro escrito para las pantallas digitales acabe adocenando el contenido de los libros escritos tradicionalmente para el papel.

(Para el New York Review of Books, el futuro del libro digital ya está aquí, aunque en Europa y en España las cifras de ventas de libros digitales sean todavía comparativamente bajas.) Ojalá se equivoque el Nobel.

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Si algún día mis hijos leen a Verne o a Homero a sus hijos por las noches probablemente lo hagan en digital y no en el soporte del viejo Gutenberg. Pero el viaje interior, ese del que hablaba Kavafis, será el mismo. Fogg, Ulises y tantos otros inolvidables personajes de la literatura, perdurarán. Como le digo a mi hijo antes de apagar la luz, mañana seguiremos con Verne.

Esperando a Gerda

Gerda

Acabo de leer una interesantísima biografía de Gerda Taro, fotógrafa de guerra, corresponsal, mujer libre, compañera y amante de André Friedmann, con quien creó el mítico personaje de “Robert Capa”, el nombre ficticio bajo el que ambos firmaron indistintamente algunas de las fotografías más memorables de la Guerra Civil española.

Gerda murió arrollada por un tanque en la batalla de Brunete en 1937 a los 26 años y André, que se quedó ya con el nombre de Robert Capa, perdería la vida en Indochina al pisar una mina en 1954 luego de haber cubierto la II Guerra Mundial, convertido en una leyenda que devoró a “la pequeña rubia” Gerda, a quien nunca olvidaría.

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Hay, en algunas de las fotos que nos llegan desde Siria estos días, un eco de esa fuerza poética que tenían las de Gerda y André cuando con sus cámaras Leica retrataban el rostro de la barbarie en España, la misma denuncia del horror, como si las guerras a lo largo de la historia fueran siempre la misma: refugiados que marchan a la frontera, el niño aterrorizado que abraza a la madre sin comprender lo que ocurre a su alrededor, ciudades desoladas bajo las bombas.

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Jóvenes, apasionados y con un final trágico, Gerda y André simbolizan el glamour y el amor por el riesgo que rodean al mito del reportero de guerra, compartiendo en el Madrid asediado hoteles y veladas con Hemingway, Dos Passos, Alberti y otros.

Pero fueron sobre todo (más Gerda que él) idealistas que pensaron que con sus cámaras podían cambiar el mundo y detener la marcha del fascismo en Europa. En sus fotos en blanco y negro, parece siempre brillar entre los escombros y las sombras la llama de la dignidad humana. “La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad”, escribió John Donne en un poema que inspiró a Hemingway el título de su novela de la Guerra Civil española Por quién doblan las campanas.

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Durante años, la figura de Gerda vivió injustamente bajo la sombra de Capa, pese a que fue ella irónicamente quien le enseño a sacar fotos y a “vestir como un dandi”. Pionera del fotoperiodismo, su vida y trabajo han sido redescubiertos recientemente con libros (Gerda Taro: La sombra de una fotógrafa, de François Maspero), películas, como la excelente La Maleta Mexicana, de Trisha Ziff y exposiciones, como la que organizó este año el Museo de Bellas Artes de Bilbao.

El trabajo del reportero de guerra es captar la esencia del horror. Si muere el viejo y gran Periodismo a manos de la rentabilidad empresarial, desaparecerán los testigos. Y una guerra sin testigos, sin Gerda o André o Manu Leguineche o tantos otros, es como una guerra que nunca ha sucedido. ¿Quien retratará la barbarie?

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Cada vez que acudía al frente, Gerda sabía que jugaba con fuego y que el aliento de la muerte respiraba en su nuca, pero siempre estuvo dispuesta a dejarse la vida por aquello en lo que creía. Según la organización Reporteros Sin Fronteras, en lo que va de 2012, han muerto 44 periodistas en todo el mundo. Otros tuvimos más suerte.

Cuando veo las fotos de Siria me acuerdo siempre de mi amigo y fotógrafo Namir, asesinado por un helicóptero artillado de los Estados Unidos en Bagdad a los 22 años mientras trabajábamos en Irak. O de mi amigo y fotógrafo Ricardo en Guatemala, muerto antes de llegar a los 40. O de Gerda, bella y eternamente joven, recuperada felizmente de la maleta de la historia.

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