Acabo de leer una interesantísima biografía de Gerda Taro, fotógrafa de guerra, corresponsal, mujer libre, compañera y amante de André Friedmann, con quien creó el mítico personaje de “Robert Capa”, el nombre ficticio bajo el que ambos firmaron indistintamente algunas de las fotografías más memorables de la Guerra Civil española.

Gerda murió arrollada por un tanque en la batalla de Brunete en 1937 a los 26 años y André, que se quedó ya con el nombre de Robert Capa, perdería la vida en Indochina al pisar una mina en 1954 luego de haber cubierto la II Guerra Mundial, convertido en una leyenda que devoró a “la pequeña rubia” Gerda, a quien nunca olvidaría.

Hay, en algunas de las fotos que nos llegan desde Siria estos días, un eco de esa fuerza poética que tenían las de Gerda y André cuando con sus cámaras Leica retrataban el rostro de la barbarie en España, la misma denuncia del horror, como si las guerras a lo largo de la historia fueran siempre la misma: refugiados que marchan a la frontera, el niño aterrorizado que abraza a la madre sin comprender lo que ocurre a su alrededor, ciudades desoladas bajo las bombas.

Jóvenes, apasionados y con un final trágico, Gerda y André simbolizan el glamour y el amor por el riesgo que rodean al mito del reportero de guerra, compartiendo en el Madrid asediado hoteles y veladas con Hemingway, Dos Passos, Alberti y otros.

Pero fueron sobre todo (más Gerda que él) idealistas que pensaron que con sus cámaras podían cambiar el mundo y detener la marcha del fascismo en Europa. En sus fotos en blanco y negro, parece siempre brillar entre los escombros y las sombras la llama de la dignidad humana. “La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad”, escribió John Donne en un poema que inspiró a Hemingway el título de su novela de la Guerra Civil española Por quién doblan las campanas.

Durante años, la figura de Gerda vivió injustamente bajo la sombra de Capa, pese a que fue ella irónicamente quien le enseño a sacar fotos y a “vestir como un dandi”. Pionera del fotoperiodismo, su vida y trabajo han sido redescubiertos recientemente con libros (Gerda Taro: La sombra de una fotógrafa, de François Maspero), películas, como la excelente La Maleta Mexicana, de Trisha Ziff y exposiciones, como la que organizó este año el Museo de Bellas Artes de Bilbao.

El trabajo del reportero de guerra es captar la esencia del horror. Si muere el viejo y gran Periodismo a manos de la rentabilidad empresarial, desaparecerán los testigos. Y una guerra sin testigos, sin Gerda o André o Manu Leguineche o tantos otros, es como una guerra que nunca ha sucedido. ¿Quien retratará la barbarie?

Cada vez que acudía al frente, Gerda sabía que jugaba con fuego y que el aliento de la muerte respiraba en su nuca, pero siempre estuvo dispuesta a dejarse la vida por aquello en lo que creía. Según la organización Reporteros Sin Fronteras, en lo que va de 2012, han muerto 44 periodistas en todo el mundo. Otros tuvimos más suerte.

Cuando veo las fotos de Siria me acuerdo siempre de mi amigo y fotógrafo Namir, asesinado por un helicóptero artillado de los Estados Unidos en Bagdad a los 22 años mientras trabajábamos en Irak. O de mi amigo y fotógrafo Ricardo en Guatemala, muerto antes de llegar a los 40. O de Gerda, bella y eternamente joven, recuperada felizmente de la maleta de la historia.

Ibon Villelabeitia

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  • ¡Cuanto me queda por aprender!, toda la vida con el nombre de Robert Capa sonando en los oidos para descubrir no solo que es un nombre ficticio sino que, además, esconde la figura de Gerda Taro.

    Crónicas como esta deben ser lanzas para la defensa del periodismo sobre la rentabilidad... gracias.

  • Hello,

    I did not realize that Robert Capa wasn't a real person. Very interesting!

    CM

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