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Olor a pan en Palestina

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Mahmud Darwix escribió en un poema que pese a la cárcel, la muerte y los invasores había razones de sobra por qué vivir en Palestina, como “los titubeos de abril, el olor del pan al amanecer”.

Sesenta y cinco años después de la resolución que decretó la partición de la histórica Palestina (dando pie a la nakba, o catástrofe del éxodo de más de 700.000 refugiados palestinos que siguió a la creación del Estado de Israel) Palestina ha obtenido el reconocimiento de la ONU como “Estado observador no miembro” pese a la vehemente oposición de Israel y su aliado Estados Unidos.

Más allá de su enorme valor simbólico (el reconocimiento de facto por parte de la comunidad internacional de que Palestina es un estado soberano), la resolución concede a los palestinos un mayor perfil en sus intervenciones durante las reuniones de la ONU, aunque todavía no podrán votar en las sesiones de la Asamblea General.

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Más significativamente, el cambio puede traer importantes implicaciones políticas y legales: los palestinos podrán dirigirse a la Corte Penal Internacional (CPI) para denunciar presuntos genocidios, crímenes de guerra o crímenes contra la humanidad cometidos por las autoridades de Israel (léase las operaciones en Gaza, donde han muerto niños y familias enteras bajo las bombas), o a otros organismos, como la Agencia Internacional de la Energía Atómica.
Sobre el terreno habrá pocos o ningún cambio: la ocupación de Cisjordania y los puestos de control no desaparecerán, el crecimiento de los asentamientos judíos y la demolición de casas en Jerusalén Este no se verán frenadas, Gaza permanecerá prácticamente bloqueada y la construcción del muro de separación seguirá su curso.

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Dirigentes palestinos, para quienes la resolución supone un “certificado de nacimiento”, han argumentado que tras el voto Israel ya no podrá designar los territorios palestinos como “tierra en disputa”, un reconocimiento de los límites de antes de la guerra de 1967. Israel, por su parte, ha querido restar trascendencia a la resolución, reiterando que la creación del Estado de Palestina no está mas cerca e instando a los palestinos a regresar a las negociaciones de paz “sin precondiciones”.

Pero pese al júbilo que ha desatado el voto entre los palestinos, es innegable que el tiempo de los dos Estados, uno judío y otro árabe, se acaba. Sin la decidida mediación de Estados Unidos, el llamado proceso de paz será un viaje a ningúna parte. Los palestinos seguirán pasándose de generación en generación las llaves de sus casas demolidas, viviendo en ese limbo existencial que Darwix definió como “no estar vivo ni muerto, no ser ni no ser”, en tanto que Israel vivirá cada vez más aislada política y demográficamente y en perpetuo estado de guerra.

Expulsado de su tierra en 1948, Darwix (por cierto, su traductora al castellano, la arabista Luz Gómez García, ha ganado esta semana el Premio Nacional de Traducción), hizo del exilio y el despojamiento una patria interior. El aeropuerto es un país para quien no tiene país, dejó escrito antes de morir en Houston en 2008, un lugar donde “nadie me pregunta quién soy, nadie se fija en mi andar vacilante, en el botón que le falta a mi abrigo, en la mancha de aceite de mi camisa”.

Quizá estemos ante la última oportunidad.

Obama 2.0

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Tras una ardua y maratoniana campaña, Obama 2.0 se enfrenta ahora a dos de sus retos más urgentes: unificar una nación profundamente dividida a lo largo de fallas raciales, sociales y culturales y relanzar una economía que ha perdido vitalidad en la carrera de la globalización.

Según los primeros sondeos, Obama se llevó el 69 por ciento del voto hispano, frente al 29 por ciento de Romney. Tal y como era de esperar, Obama también ganó holgadamente el voto de los afroamericanos y perdió por amplio margen el apoyo del votante blanco.

Los jóvenes, en sintonía con Obama en temas como el cambio climático, el gasto militar o el matrimonio homosexual, también se decantaron por el presidente; los primeros sondeos apuntan por otra parte que el voto femenino se inclinó por Obama con una proporción de 2-1.

En líneas generales, el caudal republicano sigue procediendo del votante de más de 40 años, blanco y de clase obrera de zonas rurales o suburbanas, mientras que los demócratas han construido un fortín electoral entre los votantes urbanos y jóvenes y entre las minorías. Teniendo en cuenta las proyecciones demográficas del país, los republicanos deberán hacer un profundo examen de conciencia si no quieren convertirse en un partido minoritario.

Sin embargo, la relección de Obama dista mucho de ser un cheque en blanco.  Aunque el candidato demócrata ha vencido en todos los Estados indecisos (Ohio, Florida, Virginia), los republicanos conservan su mayoría en la Cámara de Representantes, lo que augura agrias disputas en temas clave como los impuestos o la reducción del déficit.

Los líderes republicanos han anunciado que no aflojarán su implacable oposición a Obama en temas como el papel del Estado.

La economía americana ha visto su hegemonía amenazada por la emergencia de China, India y Brasil y Obama tendrá que defender los intereses americanos en un mundo complejo y multipolar.

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La pugna por el alma de América y las llamadas guerras culturales seguirán actuando de acicate para las huestes del Tea Party y los nostálgicos del viejo Destino Manifiesto (la creencia de que el pueblo de Estados Unidos es elegido por Dios para comandar el mundo).

El Obama de 2012 está lejos del candidato que deslumbró al mundo en 2008 con sus promesas de cambio y su mensaje de esperanza. Cuatro años en la Casa Blanca pasan factura a cualquiera y los americanos han votado por el candidato más fiable. El idealismo del primer Obama ha dado paso a un político pragmático. En su balance está la ley que creó la cobertura médica universal, pero también sus promesas rotas con respecto a Guantánamo.

La tradición política americana dice que un presidente deja su legado en la historia en su segundo mandato. Obama tendrá que definir sus prioridades y trabajar con la oposición. Un déficit desbocado y la amenaza de un Irán nuclear no le darán respiro. No serán cuatro años fáciles.

La guerra infinita de Colombia

Tirofijo

Cuando vivía en Colombia escuché una vez a un amigo cachaco (natural de Bogotá) contar el siguiente chiste, ejemplo del proverbial ingenio que tienen los colombianos para reírse de sus propias desgracias y que resume la tragedia que asola al país suramericano desde los albores de la historia: Cuando Dios creó el mundo, dice, decidió alumbrar una tierra bendecida por montañas, llanos y desiertos, productora de café, oro y esmeraldas, bañada por océanos y caudalosos ríos y en la que se erigirían, ante la envidia universal, ciudades coloniales de deslumbrante belleza. Ante las quejas del resto de los países por el trato favorable que se dispensaba a Colombia, Dios respondió: “No se preocupen. Para nivelar las cosas voy a llenarlo de colombianos”.

Siempre he pensado que aquel chiste, contado al calor del ron durante una parranda vallenata, no hacía justicia a un pueblo como el colombiano, hospitalario, cálido y amante de la vida y la fiesta. Colombia goza ahora de una inmejorable oportunidad para remediar las seculares carencias y desajustes que han alimentado una larga y aciaga cultura de la violencia que los “violentólogos” colombianos asemejan a las capas de una cebolla y que algunos remontan a la lejana Guerra de los Mil Días de finales del siglo XIX y principios del XX. Diez años después del fallido proceso de paz del Cagúan (1998-2002), el gobierno de Colombia volverá a sentarse en la mesa de negociación con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), una de las guerrillas más antiguas del mundo, para intentar poner fin a un conflicto armado que ha sembrado el país de muertos y malgastado los enormes recursos económicos y humanos del país.

Botero 1 Los diálogos del Caguán, que cubrí para la agencia Reuters, arrancaron con grandes esperanzas. Me acuerdo de una frase del entonces presidente Andrés Pastrana, pronunciada durante la apertura formal de las conversaciones: “Colombia no puede seguir siendo tres países en uno: un país que mata, otro país que muere y otro país que mira para el otro lado”. Luego vino un momento que pareció inspirado por el realismo mágico: El ya desaparecido Tirofijo, el huraño campesino que fundó las FARC como milicias de los sin tierra en los años 60, desgranó una larga lista de agravios que incluyeron las famosas gallinas y marranos que el gobierno de la época le arrebató, y que según él, le empujaron a empuñar el fusil y echarse al monte. La fiesta del Caguán terminó en lágrimas, sin ningún avance concreto, con el ejército retomando la zona desmilitarizada que sirvió de escenario de las conversaciones y las FARC huyendo en desbandada hacia la jungla. Un grupo de periodistas que viajamos a la zona para cubrir la ofensiva militar quedamos atrapados entre el fuego del ejército y los retenes de la guerrilla y tuvimos que ser evacuados en helicóptero. (Ingrid Betancourt fue secuestrada a menos de un kilómetro de donde estábamos nosotros y estuvo en manos de las FARC seis años hasta que fue liberada.)

Aunque las FARC acudirán a la mesa militarmente debilitadas y diezmadas por las deserciones,  el presidente Juan Manuel Santos ha advertido que el camino no será fácil. La desconfianza de la mayoría de los colombianos hacia una guerrilla que no ha dudado en utilizar el secuestro, los coches bombas indiscriminados en las ciudades y el narcotráfico para intentar doblegar al Estado es profunda. La guerrilla esta vez ha dado muestras de realismo práctico y parece consciente del arcaísmo que supone su mera existencia en un país que bien podría convertirse en uno de los más prósperos de Latinoamérica. Prueba de que los tiempos son otros, el gobierno supuestamente de derechas de Santos ha aprobado una ley de restitución de tierras y de reparación a las víctimas del conflicto, una vieja demanda de una guerrilla supuestamente de izquierdas. Quedan sobre el tapete escollos muy difíciles: el narcotráfico (Estados Unidos, el mayor consumidor de cocaína del mundo, tiene su responsabilidad en el conflicto), la resistencia de los sectores conservadores del establecimiento de Bogotá a la paz (“sin guerrilla, el presupuesto nacional cambia de prioridades”, escribe Alfredo Molano en El Espectador), el paramilitarismo o la futura desmovilización de los combatientes.

Macondo

La raíz principal del conflicto, a fin de cuentas, ha sido la ausencia de Estado en la Colombia profunda, lo que ha condenado al olvido, al abandono y a la violencia a millares de Macondos desperdigados por una tierra rica en recursos. El diplomático noruego Jan Egeland, ex delegado de la ONU durante las conversaciones de paz de la era Pastrana y cuyo gobierno será el anfitrión de los nuevos diálogos que empezarán el mes que viene en Oslo, dijo entonces que la paz imperfecta era preferible a la guerra perfecta. Dependerá de los colombianos, esos a quienes Dios parecía tener cierta ojeriza en el chiste, reconciliar las tres Colombias y enterrar la guerra perfecta.