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Vieja barbarie, nueva barbarie

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Desposeído, arruinado física y espiritualmente por la barbarie que asolaba Europa, su obra pasto de las llamas en hogueras públicas en Alemania, Austria y Francia, el escritor vienés Stefan Zweig (1881-1942) se quitó la vida en su exilio en Brasil sin ver el final de la noche de la II Guerra Mundial. Setenta años después, el comité del Nobel otorga el premio Nobel de la Paz a la Unión Europea por sus logros en la “reconciliación entre las naciones” del continente. ¿Un brindis al sol por un club lastrado por la melancolía y la parálisis, aquejado de una crisis económica y social y en riesgo de ruptura?

Ante la esquizofrenia existencial que sufre la Europa de hoy, no sería ocioso recordar el legado intelectual y vital del autor de El mundo de ayer. Memorias de un europeo (colección Acantilado), una conmovedora autobiografía para entender las luces y sombras del siglo XX y de Europa, el continente de Goethe y Proust pero también de Verdún y Auschwitz. “Hoy una guerra entre Francia y Alemania sería inimaginable”, dice el comité del Nobel, recordándonos que Paris y Berlín se han enfrentado en tres guerras en setenta años.

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Quizás la barbarie de hoy no se encuentre agazapada en las trincheras cavadas a lo largo de las orillas del Rin ni tras las alambradas de los campos de concentración, sino en el tsunami que amenaza arramblar con el Estado del bienestar, las clases medias, la solidaridad y la cultura, y convertir Europa en un erial dividido entre ricos y pobres a merced de los poderes financieros sin ley ni rostro.

El FMI, la OCDE y el Foro Económico Mundial han alertado de los graves peligros sociales y económicos derivados de la creciente desigualdad entre ricos y pobres en nuestras sociedades desarrolladas. Sólo en España el poder adquisitivo de los salarios han regresado a niveles de hace casi 30 años.

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Con el paro y la desesperanza, despiertan viejos fantasmas del pasado: ondean banderas neonazis y se apalean inmigrantes en Grecia; en España vuelve el hambre secular y parten al Norte otra vez trenes con mano de obra; se acusa de insolidaridad a Berlín, Helsinki o Ámsterdam.

Hijo del viejo humanismo de Erasmo y cosmopolita convencido, Zweig fue testigo de un tiempo luminoso e irrecuperable de la cultura europea junto con Rilke, Joyce, Strauss o Válery, pero que acabaría también despeñándose por el abismo de las guerras y los totalitarismos. En una Europa menguante donde vuelven las fronteras, los recortes en el nombre de la austeridad alcanzan el símbolo de la construcción europea, las becas Erasmus. En España, donde la crisis se ceba con la investigación, el profesorado, el cine o las academias de música, la aportación al programa Erasmus se verá reducido en un 60 por ciento en 2013. ¿Es posible imaginarse una universidad sin la promesa de pasar un año de intercambio en Burdeos, Coventry, Dublín o Colonia?

El mundo de Zweig, uno de los primeros best-sellers de las letras, se empezó a derrumbar definitivamente tras la primera Gran Guerra con la inflación salvaje, el miedo, la desconfianza generalizada hacia los políticos y el ascenso en Alemania de un agitador llamado Hitler. La UE es el resultado del más ambicioso proyecto de paz desde entonces.

Quizás el antídoto contra el nuevo “sálvese quien pueda” y la voracidad de los oscuros intereses especulativos se encuentre en dos viejas ideas europeas: la ciudadanía y la política, entendida esta última no como clientelismo, sino como gobierno de la polis y del destino de los hombres frente al determinismo de los dioses y sus magos. ¿Habrá querido guiñar un ojo el comité Nobel a la cansada Europa al otorgarle el galardón?

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La alternativa, como lo vio Zweig, es la muerte de Europa y la barbarie. O el regreso al tribalismo. Ese mismo tribalismo con el que se envuelve tan a menudo el lenguaje del fútbol, el tenis o el baloncesto cuando se enfrentan selecciones nacionales en el campo de juego. Esta noche juegan España y Francia (ay) y, claro, la 1 de TVE retransmitirá el partido con la alharaca de un duelo. Apagaré la televisión; igual escucho a Bach o veo una película de Bergman.