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La primavera árabe en su laberinto

Decía Pessoa que todo comienzo es involuntario. ¿En qué momento empezó todo? Los historiadores dicen que la primavera árabe empezó el día en que Mohamed Bouazizi, un licenciado en informática tunecino de 26 años y sin trabajo, se inmoló a lo bonzo después de que la policía le confiscó su puesto de verduras. Aquel gesto desesperado prendió la mecha de unas revueltas que han derribado dictadores y socavado los pilares de varias autocracias en el Norte de África y Oriente Medio.

Visto lo visto – guerra civil en Siria, la creciente presión social en el Egipto de los Hermanos Musulmanes para que las mujeres se cubran con hiyab o los asaltos a las embajadas de Estados Unidos – los escépticos podrían verse tentados a parafrasear a Zavalita, el personaje de Conversación en La Catedral de Mario Vargas Llosa, y preguntarse: “¿En qué momento se jodió la primavera árabe?”

Lo que pasa es que al igual que ocurre en todas las historias de la Historia, ésta se está haciendo a tropezones (y ante nuestros televisores o pantallas de ordenador). Y las primaveras, ya se sabe, no sólo traen sol, polen y libertad; también provocan alteraciones, alergias, sarpullidos y, en algunos casos, reacciones violentas.

Alepo

En el corrimiento de tierras que vive la región, laicos, nostálgicos del antiguo régimen, islamistas radicales, grupos de intereses etc etc, se han lanzado a una lucha abierta por el poder, a través de elecciones en el caso de Egipto y Túnez o a través de las armas como es el caso en Libia o Siria. De hecho, esta primavera-verano-otoño árabe no ha hecho más que empezar. Las piezas siguen moviéndose. Las protestas anti-estadounidenses contra el dichoso trailer (al parecer la película es tan mala que ni existen copias) sobre la figura de Mahoma han puesto de manifiesto que si bien la espontánea marea reformista y tuitera de Tahrir y otras plazas árabes pilló por sorpresa a los locos de Dios del integrismo islámico, éstos últimos no han desaparecido. No deja de llamar la atención que los radicales que atacaron las embajadas norteamericanas en El Cairo, Bengasi, Túnez o Jartum, azuzados desde los púlpitos de las mezquitas, no pasaran de los cientos pese a todo el humo que han levantado.

Los millones de manifestantes que anegaron las calles de capitales árabes en el 2011 y 2012 no lo hicieron para cantar consignas a favor de Palestina o impelidos por agravios de una supuesta representación denigrante de Mahoma, sino para protestar contra algo más prosaico como el desempleo, la pobreza, la corrupción y el descrédito de las endogámicas élites políticas y económicas que han sumido a sus súbditos en un círculo vicioso. (Léase el último informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo UNPD para una radiografía de la región y la necesidad de elaborar un nuevo contrato social). Esa brisa primaveral está ahí, en Rabat, Damasco, Riad, y gobierne quien gobierne, tendrá que escuchar esas reivindicaciones.

laberinto

La utilización de la religión y las supuestas agresiones de un arrogante Occidente (la memoria y la historia juegan mucho aquí) contra el Islam sirven en estos casos como coartada perfecta para ocultar los problemas reales y como espitas por donde la población puede soltar su frustración como si de un gas tóxico se tratara. No deja de ser curioso escuchar a Hassan Nasrallah, líder del partido-milicia chií libanés Hizbolá (Partido de Dios, en árabe), apuntarse a la guerra santa contra la película de Mahoma, mientras mantiene un silencio clamoroso sobre las matanzas (de musulmanes) en la vecina Siria.

Una amiga egipcia que participó con fervor en las protestas de Tahrir del año pasado me dijo hace poco que había perdido la fe en la revolución, desencantada como estaba con la ascensión al poder de los Hermanos Musulmanes y de la resistencia del ejército a entregar cuotas de poder. Pero mirar a la reciente historia de su país, dice, le produce sensación de vértigo.

Como enseñan en las Facultades de Periodismo, la crónica periodística es sólo el primer borrador de la Historia. Mientras escribo esta, la Historia de la primavera árabe sigue haciéndose.

Habitación con vistas en Damasco

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Veo las imágenes de combates y columnas de humo elevándose sobre la capital siria y no puedo dejar de pensar en mi habitación con vistas en Damasco, un ático en la parte vieja de la ciudad entre el café al-Nufara y la Mezquita de los Omeyas, donde residí un caluroso verano en mis días de estudiante de árabe. ¿Vive el régimen del Presidente Bashar al-Asad sus últimos días? Asharq al-Awsat, el diario pan-árabe editado en Londres, pronostica que con la eliminación del ministro de Defensa y el jefe del servicio de inteligencia en un espectacular atentado en el centro de Damasco la semana pasada, el presidente y su círculo alauí caerán antes de que acabe el Ramadán a finales de mes. Pese al corte en la yugular del régimen, el presidente tratará de resistir, apoyándose en su superioridad militar y en la inoperancia de la dividida comunidad internacional, con Rusia y China oponiéndose a cualquier condena.

Bashar

Corren rumores de que Asad, el urbano oftalmólogo formado en Londres y convertido en heredero por accidente del despótico y cleptómano clan familiar tras la misteriosa muerte de su hermano mayor, ha huido a la Mediterránea Latakia, feudo de la minoría alauí, para preparar su defensa final. En sus desesperadas horas finales, Gadafi también escapó a su ciudad natal, Sirte, antes de morir linchado por sus captores. ¿Le espera la misma suerte a Asad? ¿Pero qué pasará después de Asad? Los alauíes – una rama del islam chií que representa el 10-12 % de la población en un país donde las tres cuartas partes son suníes – temen que el colapso de Asad suponga no sólo el fin de sus privilegios, sino un peligro para su supervivencia si se desata un sangriento ajuste de cuentas; emparentados con Asad, cómplices de sus crímenes y convertidos en parias internacionales, la consigna entre los arrinconados acólitos del régimen es resistir o morir, no abandonar el barco aunque se hunda. ¿Se abrirá la caja de Pandora de la violencia sectaria a escala regional, armas químicas sin control y mareas de refugiados?

Refugiados


La Siria de Asad no es el Egipto de Mubarak ni la Libia de Gadafi. No está claro si la primavera siria traerá las semillas de la democracia a Damasco o un cataclismo de imprevisibles consecuencias. Aliada de Irán y Hezbolá (el partido de Dios libanés), enemiga acérrima de Israel, Siria y su precario futuro se antoja un polvorín de intereses, una partida de ajedrez en la que juegan Rusia, China, Arabia Saudí, Catar y, claro, Estados Unidos. ¿Se quedarán de brazos cruzados los vecinos de Siria si el país se cuartea a la yugoslava? La emergente Turquía, aspirante a una suerte de nueva pax otomana en la región, está moviendo sus fichas. En todo caso, cualquier transición siria no será un camino de rosas: en Estambul cubrí una reunión de la heterogénea oposición siria en la que los delegados terminaron a mamporros entre insolubles desavenencias sobre una Siria post-Asad.  Como apuntó en un reciente informe Chatham House,  el prestigioso think-tank londinense: “Cualquier solución a largo plazo tendrá que hacer frente a sus causas profundas, que, como en los demás países árabes que experimentaron  revoluciones durante el año pasado, incluyen el desempleo, la corrupción y el aumento de precios de los alimentos”.

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Mientras se deshoja la margarita, los habitantes de Damasco, la ciudad habitada más antigua del mundo, esperan, esperan, esperan, como en la película Casablanca. Las calles del viejo centro de Damasco – “hermosa como siempre, como una perla bajo el sol de la mañana”, la describió T.E. Lawrence, el Lawrence de Arabia, en su  monumental Los siete pilares de la sabiduría – aparecen desiertas, sus bulliciosos bazares ahora cerrados y demudados por el miedo.Damasco cerrado

Me acuerdo del alborozo que subía desde la calle a mi habitación con vistas, mientras en el frescor de la tarde repasaba los pedregosos verbos árabes: las voces afanosas de herreros, carpinteros, barberos, zapateros, aguadores, camareros, portadores de ascuas para las nargiles de los cafés, limpiabotas, contadores de historias, vendedores de shwarma, de fruta, de aceitunas, de azafrán, de pimienta…Desde ese mismo ático se oirá estos días el estruendo de las bombas y la artillería.