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Laocoonte y Roma

    Categories: Escultura

¿Qué verían los antiguos emperadores romanos cuando contemplaban el grupo del Laocoonte y sus hijos? ¿Qué evocaban por medio de esta imagen que, para el mundo del arte occidental se ha convertido en modelo de la representación del sufrimiento?

Para comprender mejor esta escultura, que aún hoy sigue siendo objeto de controversia en lo que a su datación y ejecución se refiere, debemos remontarnos a la historia mitológica que narra. Laocoonte fue un sacerdote troyano del dios Apolo Timbreo que, desde el inicio de la guerra de Troya, actuó también como sacerdote de Poseidón. Laocoonte fue el único que vio un engaño en el caballo de madera regalado por los griegos y así se lo advirtió a sus conciudadanos.

Cuando, tras el aviso, el sacerdote acudió a celebrar un sacrificio durante el cual él y su descendencia fueron muertos por dos serpientes marinas, los troyanos quisieron ver en este hecho la venganza de Atenea por haberse negado a aceptar el caballo y consintieron en introducirlo en la ciudad. Este hecho trajo consigo la ruina de Troya y, sin embargo, un joven vio en la muerte de Laocoonte, el aviso de los dioses para salir huyendo de la ciudad condenada. Este joven era Eneas quien tras un largo periplo por el Mediterráneo, llegaría a las costas del Lacio donde se asentaría, convirtiéndose para la tradición mítica romana en el antepasado de Rómulo, fundador de Roma.

Esta compleja historia que enlaza el Imperio Romano con la tradición mítica proveniente de Troya es narrada por Virgilio en su más célebre obra: la Eneida. Su redacción fue solicitada por el primero de los emperadores, Octavio Augusto, como una forma de justificarse en su nueva posición, así como un modo de instaurar definitivamente el Imperio y convertirlo en hereditario. A través del texto de Virgilio, Augusto hace descender a la familia Julia a la vez de héroes y dioses. De Eneas, hijo de un mortal, Anquises, y de una diosa, Venus. Y de Rómulo, hijo de la princesa Rea Silvia y del dios Marte.

La escultura, según nos cuenta el Libro XXVI de la Historia Natural de Plinio, estuvo situada en uno de los salones del palacio del emperador Tito, como recuerdo imperecedero del origen mítico de los emperadores romanos, estrechamente ligado a la ciudad de Troya.

La historia ha demostrado lo importante que fue esta conexión entre Roma y la antigua Troya. Los romanos fueron asiduos visitantes de los emplazamientos en los que había tenido lugar la guerra muchos siglos antes e, incluso, cuando el cristianismo se había propagado por todo el Imperio, los sagrados lugares de Troya, como la tumba de Ayax Telamonio, siguieron siendo objeto de veneración por parte de los romanos.

Sin embargo, tuvieron que pasar muchos siglos hasta que la escultura fue hallada de nuevo, a comienzos del siglo XVI. El tiempo y la historia hicieron que el antiguo significado que los romanos daban a la obra se perdiera y que emergieran nuevos significados, más acordes con los nuevos tiempos. Laocoonte se convirtió, a partir del siglo XVI, en el exemplum doloris, es decir en el modelo para cualquier representación del dolor en el arte.

Itziar Martija: