En la escena no hay nadie casando a la pareja protagonitsa porque en el siglo XV no se necesitaban ni sacerdotes ni testigos para formalizar un matrimonio cristiano y civil; el acto se podía realizar en cualquier parte, incluso en una estancia privada, como en este caso. Hasta el Concilio de Trento, que se celebraría unos cien años más tarde, la iglesia ni impuso la necesidad de que un sacerdote presenciara la ceremonia.
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