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Antiguos coleccionistas de antigüedades

Vista del Cortile del Belvedere con las esculturas de los ríos Tiber y Nilo en el centro y el Laocoonte al fondo.

El siglo XVI vio cómo el espíritu renacentista que intentaba revivir la antigüedad clásica, a través de la filosofía y el arte, hacía florecer una auténtica explosión coleccionista en Italia y en especial en la ciudad de Roma.

Reyes y poderosos de todo tipo, con el Papado y la curia cardenalicia a la cabeza perforaron la ciudad de Roma en su afán por desenterrar los tesoros de la antigüedad clásica que habían permanecido bajo tierra a lo largo de la Edad Media.

Es cierto que, durante el siglo XV, este gusto por el coleccionismo estuvo mucho más presente en la Florencia de los Medici que en Roma. Y el hecho queda claro si tenemos en cuenta que a comienzos del siglo XVI, la colección de antigüedades más importante de la ciudad era pública y había sido donada al Capitolio por el Papa Sixto IV. Esta colección incluía algunas de las piezas más célebres de los que hoy son los Museos Capitolinos, como la Loba o el Espinario.

Al margen de este conjunto de bronces antiguos, prácticamente la única otra colección pertenecía a Pietro Barbo, el Papa Pablo II, que había reunido un buen número de monedas, piedras preciosas y bronces.

Pero, a comienzos del siglo XVI, el interés por las antigüedades, demostrado por el recién ascendido al solo pontificio, Julio II, elevó de forma notable la demanda de esculturas clásicas en la ciudad. Los hallazgos no se hicieron esperar. En 1506, la conmoción se apoderó de las calles de Roma cuando Felice de Fredis, mientras excavaba en su viña, encontró una impresionante escultura, que enseguida fue identificada como el grupo del Laocoonte y sus hijos, citado por Plinio el Viejo en su Historia Natural.

Por supuesto, todos los grandes coleccionistas, incluido el rey de Francia, Francisco I, quisieron hacerse con la escultura. Pero esta acabó siendo comprada por el Papa y pasó a convertirse en la primera obra maestra de la antigüedad que se instalara en el Cortile del Belvedere.

Entre los coleccionistas privados, destacaron grandes familias romanas como la Della Valle, con sus dos sátiros, o la Cesi que poseía una amazona muy admirada por Miguel Ángel. Pero la más importante de las colecciones privadas de Roma no se crearía hasta 1545. En ese año, se descubrió en una de las propiedades de la familia Farnese, en las termas de Caracalla, “un toro, tres criadas y un pastor tallados en una sola pieza de mármol”; la única pieza que hasta la fecha podía competir en belleza y valor artístico con el Laocoonte vaticano, puesto que fue identificada como el grupo de Circe y sus hijastros, la única otra obra que compartía, con la primera, el honor de haber sido citada por Plinio.

Itziar Martija: