A comienzos de la Cuaresma, los catecúmeno os, junto a sus protectores, debían acudir a registrarse. El Obispo los consideraba con detalle y, si eran aceptados, procedían a formarse intensamente durante la Cuaresma.
Llegado el día del bautismo, Obispo, diáconos y sacerdotes acceden al baptisterio. Exorcizan la pila bautismal. Invocan a Dios y rezan para asegurar la santidad de las aguas y la presencia de la Trinidad. En el exterior, un sacerdote toca los oídos y los orificios de la nariz de los que van a ser bautizados con el fin de “abrirlos” a la nueva vida que van a recibir.
En este punto, los neófitos y sus acompañantes acceden al baptisterio por el este, mirando hacia el oeste, la dirección del Demonio a quien renuncian y, después, se vuelven hacia el este para reconocer a Cristo.
Para completar el ritual, los recién bautizados eran ungidos con aceite y vestidos con ropas blancas, símbolos del hecho de haberse desprendido de sus pecados. La procesión de bautizados y acompañantes abandonaba el baptisterio, guiada por el Obispo, y se encaminaba hacia el templo adyacente para completar su ingreso en la Comunidad recibiendo la Comunión.