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Florencia. El Tributo

En este fresco, uno de los más reproducidos de la Historia del Arte, Masaccio despliega su asombrosa capacidad creativa y nos permite ver toda la innovación técnica y compositiva del Renacimiento.

Enmarcado en el conjunto de los frescos de la Capilla Brancacci, el Tributo representa una escena de la vida de San Pedro narrada en el Evangelio de San Mateo (17, 24-7), en la que se hace referencia al conflicto entre la Ley divina y la humana, a través del pago del tributo del templo. El tema, ligado muy estrechamente a la situación política de la Iglesia en la época, parece que fue elegido por el propio Brancacci y los frailes carmelitas. Cabe, incluso la posibilidad de que el por entonces Papa, Martín V, también interviniese en la decisión. A través de este episodio bíblico, se expresa la idea de que, en términos de la Ley divina, la Iglesia no debería pagar el tributo. Pero, al precisar alianzas políticas, se ve en la necesidad de pagarlo, si bien es Dios el que provee.

Entre los pocos precedentes del tema se encuentra este fresco de San Piero a Grado, cerca de Pisa.

Parece lógico pensar que, una vez elegido el tema y el mensaje, los comitentes se lo refirieran al artista para que éste pudiese darle una solución visual, por otra parte muy complejo. Masaccio debía representar una escena con múltiples episodios menores y diálogos alegóricos. A esta dificultad se le añadía el hecho de que en el arte italiano de la época apenas existían precedentes en la representación del suceso.

Masaccio plantea una solución visualmente muy clara, con tres episodios agrupados en una misma escena; el principal ocupando el centro de la composición. Como en la narración bíblica, la parte más importante de la historia es aquella en la que plante la disyuntiva entre las leyes divina y humana. Para su representación, Masaccio se sirve de la fórmula que habitualmente se emplea para el Juicio Final. Jesús en el centro, con sus discípulos a ambos lados, de pie, en este caso, mediando entre Iglesia y Estado. A su derecha, San Pedro, en representación de la Iglesia y del papado. Del otro lado, junto a la ciudad de Cafarnaúm, el recaudador, como alegoría del Estado.

Detalle de los rostros de San Pedro y San Juan

A los lados de esta composición central, San Pedro aparece recogiendo la moneda de la boca del pez y, posteriormente, entregándosela al recaudador, a las puertas de la ciudad.

Pero la destreza de Masaccio no se limita a la resolución magistral del problema compositivo. Su representación se ajusta a las nuevas leyes de la perspectiva. Sus figuras están vivas en un espacio real, en el que se prescinde de todo lo superfluo en favor de la claridad narrativa. La luz pictórica se conjuga con la luz real que entra por la ventana de la capilla, proporcionando el necesario dramatismo al conjunto. Al mismo tiempo, las figuras tienen la corporeidad de auténticas esculturas, solemnes y macizas. Se atreven, incluso, a dar la espalda al espectador.

Masacio proporcionó, gracias a obras como esta, el giro definitivo a la pintura Renacentista. Heredero de Giotto, supo conjugar de tal modo las nuevas corrientes humanísticas con su arte que llegaría a convertirse en “maestro” del mismísimo Miguel Ángel.

Itziar Martija: