Los griegos fueron los primeros no solamente en dar forma del arte al desnudo, sino también en plantearse las primeras paradojas entre lo que significa el desnudo como abstracción y como iniciación a un modo ideal, lo que contamina ese ideal.
Aun con todo, no hay mejor comienzo para hablar del desnudo en el arte que recordar el relato del Génesis sobre los avatares de Adán y Eva en el paraíso terrenal. Allí, Eva, incitada por el diablo en forma de serpiente, invita a probar a Adán el fruto del árbol del Bien y del Mal del árbol de la sabiduría: “estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban uno del otro . Entonces se les abrieron los ojos y se dieron cuenta de que estaban desnudos, y cosiendo hojas de higuera se hicieron ceñidores”. A continuación Yahvé-Dios los viste con túnicas de piel y dice algo impresionante: “ he aquí que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros en cuanto a conocer el bien y del mal. Ahora pues: cuidado, no alargue su mano y tome también del árbol de la vida, y comiendo de él viva para siempre. Y lo echó Yahvé-Dios del jardín del Edén para que labrase la tierra de donde había sido tomado”.
Este texto es muy elocuente porque asocia la consciencia con una sabiduría vergonzante, con la idea de lo insoportable que es estar desnudo; y también con el concepto de que a ese hombre hay que vigilarlo porque puede alargar su mano y hacerse inmortal: y no conviene que esto ocurra. Allí se funda la tensión, el esfuerzo, la prohibición.