Cerebros masculinos, cerebros femeninos (I)

Hasta hace poco tiempo, existía la creencia generalizada de que las diferencias entre la mente masculina y la mente femenina eran simplemente el resultado del efecto que ejercen las hormonas sexuales en las personas adultas y de la presión social que, en cierto modo, obliga a unos y a otras a comportarse de una determinada manera. Se consideraba que la arquitectura cerebral de unas y de otros era básicamente la misma, así como su modo de funcionamiento.

Sin embargo, esa forma de ver las cosas está cambiando. Existen diferencias anatómicas notables entre el cerebro masculino y el cerebro femenino. También las hay en la estructura de los circuitos neuronales, así como en la química de las transmisiones sinápticas. Y sin embargo, casi todo lo que sabemos acerca del cerebro es lo que se ha conseguido saber estudiando cerebros masculinos (humanos y animales en general).

Antes, las únicas diferencias anatómicas de las que se tenía constancia eran las relativas al hipotálamo. El hipotálamo es una pequeña estructura que, por las relaciones que mantiene, controla un buen número de funciones viscerales. Está implicado, por ejemplo, en la regulación de la toma de alimento, en el control de los impulsos sexuales, en la regulación de la temperatura corporal, o en el mantenimiento del balance hídrico y salino, entre otras funciones. Por eso, salvo si era para ocuparse del hipotálamo, los neurocientíficos normalmente han evitado trabajar con cerebros femeninos, debido a que las variaciones hormonales asociadas al ciclo menstrual dificultaban la interpretación de los resultados.

Pero ahora se sabe que, además del hipotálamo, hay otras estructuras cerebrales que son diferentes en hombres y mujeres. Por ejemplo, determinadas áreas del lóbulo frontal, implicadas en la toma de decisiones, son mayores en el cerebro femenino; también es mayor la corteza límbica, que regula las emociones. El hipocampo, implicado en la memoria a corto plazo y en la navegación espacial, también es mayor en las mujeres (a pesar de que se les atribuya, -quizás de forma injustificada-, escasa capacidad para leer mapas). Las zonas de mayor tamaño en hombres incluyen la corteza parietal, que procesa información sensorial y está implicada en la percepción espacial, y la amígdala, que controla emociones y el comportamiento social y sexual. En principio nada lo demuestra, pero parece lógico que exista alguna relación entre el tamaño de una región y la función que desempeña.

También se han encontrado evidencias  de un efecto del sexo en el modo en que trabajan algunas regiones cerebrales. Al rememorar imágenes con contenido emocional, hombres y mujeres no activan el mismo lado de la amígdala; es más unos y otras rememoran diferentes aspectos de las imágenes. Los hombres tienden a rememorar lo esencial de las imágenes, mientras que las mujeres evocan los detalles en mayor medida. Todo esto sugiere que hombres y mujeres procesan la información de eventos emocionales de modo diferente, utilizando distintos mecanismos.

Todas estas cuestiones tienen una importancia enorme. En contra de lo que pretenden determinados movimientos sociales y corrientes ideológicas, mucho de lo que nos diferencia a hombres y mujeres no se debe ni a la educación ni, en general, a la influencia del entorno. Es preciso tenerlo en cuenta; de lo contrario podemos incurrir en graves vicios, pretendiendo que unos u otros seamos como no somos ni podemos ser. Porque la ideología tiene razones que la biología no entiende y viceversa.

Nota: Este es el primer capítulo de una serie dedicada a comentar algunas diferencias entre el cerebro masculino y el cerebro femenino. El grueso de la información procede de un artículo (“Sex on the brain” escrito por Hannah Hoag) publicado en el semanario New Scientist (nº de 19 de julio de 2008).

3 pensamientos sobre “Cerebros masculinos, cerebros femeninos (I)

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  3. tempus fugit

    Aquí se está partiendo de la idea de que existen dos tipos únicos de cerebros, y que uno de ellos se corresponde con un sexo determinado. Se obvia la plasticidad, algo largamente demostrado, y se niega la influencia del medio. La biología determinista está un poco caduca. Todo conforma, ser y entorno. Y más, si nos ponemos cuánticos.
    Está más que demostrado que la influencia del entorno y el acceso a conocimiento modula el cerebro de la personas, insisto, personas, independientemente del sexo biológico (que no social o cerebral) que le corresponda. Negarlo es tendencioso.
    Simplificar de esta manera las capacidades sí que incurre en vicios, supuestamente ya superados por la ciencia, y tiene un marcada tendencia “ideológica” que justifica ciertas posturas retroeducativas como la de la segregación por sexos, por poner un ejemplo actual. Hechos tan claros como la intersexualidad, que demuestran que la mente no está definida por los genitales, y todas las posibles combinaciones de cerebros que puedan existir, hacen que los seres humanos seamos tan complejos que lleguemos a tener capacidades marcadas incluso por la cultura.
    Es poco realista la diferenciación por sexos, aunque puede resultar cómoda y pragmática en algunos casos, e incluso rentable y adecuada a estos tiempos de avaricia social, en los que todo se trata de uniformar y simplificar. Pero todo es muchísimo más complejo.

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