Hormonas y juguetes

A lo largo de la vida de los individuos hay distintos momentos en los que se elevan los niveles de hormonas sexuales en la sangre. Uno de esos momentos es el periodo perinatal. Poco antes del nacimiento y durante unos pocos meses posteriores al mismo se produce una elevación transitoria en los niveles de testosterona en los niños y estrógenos en las niñas. La siguiente elevación tiene lugar con la pubertad y esa ya no es transitoria, puesto que a partir de ese momento y hasta su muy posterior declive bien avanzada la madurez, esos niveles se mantienen altos.

La elevación puberal de los niveles de hormonas sexuales induce y acompaña la maduración sexual, así como la aparición de los caracteres sexuales secundarios. Pero si bien sabemos cuál es la función de esa elevación, no tenemos el mismo conocimiento en relación con la elevación transitoria perinatal. Dado que esa elevación no antecede ni va acompanada de ningún cambio anatómico o fisiológico, -al menos evidente-, se ha postulado que el tejido diana de esas hormonas en ese momento es el cerebral y que podrían ser responsable de la configuración de algunas de las diferencias existentes en el comportamiento de niños y niñas.

Gerianne Alexander, Teresa Wilcox y Mary Elizabeth Farmer, psicólogas de Texas A & M University, han publicado un trabajo (“Hormone–behavior associations in early infancy” Hormones and Behavior, vol. 56, pp.: 498-502, 2009; DOI: 101016/j.yhbeh.2009.08.003) relacionado con esas cuestiones. La investigación aporta interesantes elementos al debate acerca de los condicionantes del comportamiento de niños y niñas y, más en concreto, del modo en que se ve afectado por estereotipos de sexo presentes en la sociedad o por factores de naturaleza biológica.

A la edad de tres años chicos y chicas muestran diferencias en sus preferencias de juego. Los chicos tienden a jugar más que las chicas con pelotas, vehículos y juguetes de construcción, y prefieren jugar con grupos más numerosos que las chicas. En qué medida estas diferencias son debidas a una suerte de programación biológica o son el resultado de la presión social es materia de intenso debate. Aunque parece ser que la exposición uterina a distintos niveles hormonales podría inducir la preferencia por unos u otros tipos de juguetes, no se ha investigado aún cuáles pueden ser el efecto de la elevación perinatal de los niveles de hormonas sexuales en el comportamiento infantil.

G. Alexander y colaboradoras trabajaron con bebés de 3 y 4 meses y encontraron que si bien el comportamiento de las niñas no parecía verse afectado por la exposición pre o postnatal a distintos niveles hormonales, en los niños sí se observó relación. Los niños con niveles más altos de testorena mostraban una mayor preferencia por grupos de figuras que por figuras inviduales. Y la mayor preferencia por animaciones con una pelota que por animaciones con un muñeco se relacionaba con la exposición prenatal a la testosterona.

No cabe extrapolar conclusiones definitivas de estos resultados al comportamiento en edades posteriores, cuando ya se manifiestan con claridad las diferencias por unos u otros juguetes. Pero si los factores hormonales condicionan algunos aspectos del comportamiento infantil temprano, bien cabe suponer que tal condicionamiento se extienda hacia edades mayores, con todo lo que ello comporta.

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