Un ácido graso muy celebrado

DHA es el acrónimo de “docosahexaenoic acid” (en español casi igual: ácido docosahexanoico), uno de esos ácidos grasos esenciales omega-3 tan celebrados. Es esencial; quiere esto decir que no lo podemos sintetizar por nosotros mismos, por lo que hemos de incorporarlo con la dieta, salvo que lo podamos convertir a partir de otro ácido graso omega-3.

Los ácidos grasos omega-3 son muy importantes. Su papel en el desarrollo encefálico está bien establecido y las consecuencia de su carencia en la dieta también han recibido mucha atención. Pero el caso del DHA es diferente. Es muy abundante en las membranas neuronales y tiene gran importancia en los terminales sinápticos. Las sinapsis permiten la comunicación entre neuronas y, en virtud de ello, constituyen el soporte anatomico-fisiológico de capacidades cognitivas diversas. Las conexiones sinápticas se establecen y se inhabilitan, dependiendo, entre otros factores, de la información que se recibe y de las vías que se activan o inactivan en función de lo anterior. Por eso tienen tanta importancia los componentes bioquímicos que intervienen en esas conexiones.

Hay investigadores que piensan que el hecho de que el DHA esté siendo desplazado en la dieta moderna por ácidos grasos omega-6 (en aceites de colza, maiz, girasol) tiene consecuencias muy perniciosas. Creen que el cambio que ello ha producido en la química cerebral está en la base del reciente aumento en la incidencia de la depresión, el trastorno bipolar, la pérdida de memoria, la esquizofrenia y el desorden por déficit de atención. También sostienen que ese cambio es responsable de la obesidad creciente en las sociedades modernas y las afecciones cardiovasculares que se derivan del sobrepeso.

Joseph Hibbeln, de los NIH norteamericanos, ha estudiado los efectos del DHA y de la capacidad para sintetizarlo a partir de otros ácidos grasos omega-3, sobre el coeficiente de inteligencia (IQ). De acuerdo con sus resultados, bebés alimentados con leche materna no presentan, años después, diferencias en sus IQs, con independencia de si tenían o no la capacidad para convertir metabólicamente otros omega-3 en DHA. Sin embargo, el IQ de niños que carecían de esa capacidad y eran alimentados con leche pobre en DHA, era 7’8 puntos inferior.

Por otro lado, también se han aportdo datos que relacionan el comportamiento violento con deficiencias dietéticas en DHA. Al parecer, en los paises donde se consume más pescado hay menor incidencia de depresión y suicidio, y hay menos asesinatos. El Dr. Hibbeln ha encontrado que, en los soldados norteamericanos, un bajo nivel de DHA en sangre constituye un factor de riesgo de suicidio. Y lo cierto es que el Departamento de Defensa de aquel país se ha tomado en serio este estudio y se ha propuesto tomar medidas para que la dieta de sus tropas garantice un adecuado aporte de DHA, porque los niveles habituales son excesivamente bajos.

Pero a pesar de las evidencias (en unos casos) e indicios (en otros) de los beneficios de la ingestión de alimentos ricos en DHA, no parece sencillo modificar los hábitos de la población para favorecer el consumo de ese ácido graso. Los ácidos grasos omega-6 son muy populares, ya que abundan en los aceites baratos citados antes. Y sin embargo, hay evidencias que indican que la sustitución de omega-3 por omega-6 en porcentajes relativamente pequeños aumentan la incidencia de la obesidad, lo que parece deberse (en ratas así es, al menos) a que la ingestión de omega-6 acaba provocando, de forma indirecta, un estímulo del apetito.

Los posibles efectos sobre la salud de la presencia o ausencia del DHA en la dieta tienen una importancia evidente, pero a mí me ha llamado más la atención el modo en que, según algunos, ha incidido el DHA en la evolución de la especie humana y la de nuestras capacidades cognitivas. Algunos investigadores, como Michael Crawford creen que el DHA resultó una pieza clave en la evolución de los homininos y que fue el compuesto responsable del gran tamaño y capacidades que han alcanzado los encéfalos de nuestra especie. Crawford utiliza el ejemplo de los delfines: un encéfalo de delfín pesa 1’8 kg, mientras que el de una cebra del mismo tamaño sólo pesa 350 g. Sostiene que esa diferencia puede ser debida a que los delfines se alimentan de pescado, y hay que tener en cuenta que los pescados grasos son muy ricos en DHA. En su opinión, el gran aumento del tamaño del encéfalo que se produjo en nuestro linaje hace 6 M años tuvo lugar porque los homínidos accedieron a recursos pesqueros en las costas. A mí esta última idea me parece muy arriesgada y hay, de hecho, investigadores que sostienen que pudo adquirirse DHA en otras fuentes alimenticias no necesariamente piscícolas.

Sea como fuere, se trata de un asunto interesante, tanto por sus implicaciones sanitarias, como por las cuestiones que suscita en relación con la evolución del encéfalo humano. A los que nos gusta el pescado graso y lo consumimos en abundancia, además, todo esto nos produce un cierto regocijo. 😉

Fuente: Información extraída del último número de la revista The Economist (sección “Science and technology”), que da cuenta de una reunión científica celebrada en Londres (26-27 mayo-2010) y organizada por la Royal Society of Medicine. La denominación de la reunión es expresiva donde las haya: “A celebration of DHA”.

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