Infecciones parasitarias e inteligencia: un vínculo desgraciado

Es posible que la inteligencia de la gente esté condicionada por su grado de exposición a infecciones parasitarias. Esta es, al menos, la conclusión a la que han llegado unos investigadores al analizar cómo varía entre países el cociente de inteligencia medio, y examinar la relación de ese rasgo con otras variables. El caso es que a partir del año 2000, cuando se empezaron a publicar valores medios del coeficiente de inteligencia (IQ) para un buen número de países, se pudo comprobar que existían importantes diferencias entre unos y otros. Y como es lógico, una vez conocidas, se ha intentado encontrar la explicación de esas diferencias.

Teniendo en cuenta que la inteligencia es un rasgo muy plástico, que puede aumentar a lo largo de la vida conforme rinde beneficios, es lógico que aumente con la educación y también si se tiene el hábito de desarrollar tareas intelectualmente complejas. Por eso, se ha propuesto que las diferencias en el nivel formativo podrían estar en la base de las diferencias observadas en el IQ; de hecho, hay alta correlación entre indicadores del nivel formativo y el IQ. El problema es que cuando se observa correlación, no es posible establecer cuál es la dirección de la relación causal; esto es, si la inteligencia se eleva como consecuencia de la educación, o es que allí donde el nivel de inteligencia es mayor tiende a tener la población un mayor nivel formativo. E incluso puede ocurrir que no exista relación causal alguna y que la variación simultánea de las dos variables se deba al efecto de otra u otras que no se han tenido en consideración.

También se ha sugerido que la inteligencia es mayor en las poblaciones de climas fríos, porque las bajas temperaturas comportan retos de supervivencia y éxito (en términos darwinianos) para cuya superación los seres humanos han de hacer uso de habilidades cognitivas y de una organización social compleja. Por ello, las habilidades cognitivas serían objeto de selección natural y de esa forma se habrían seleccionado individuos de mayor inteligencia en esos climas. Lo cierto es que se han observado correlaciones negativas altamente significativas entre distintas medidas del regimen térmico y la inteligencia. Y también se han encontrado una correlación negativa muy fuerte entre la oscuridad de la piel y la inteligencia, correlación para la que se ha propuesto también una explicación basada en consideraciones relativas al clima al que estuvieron expuestas en el pasado las distintas poblaciones.

El trabajo al que hago referencia en esta anotación acaba de publicarse online en la revista Proceedings of the Royal Society B y en él se propone y contrasta la hipótesis citada al comienzo, la de que la inteligencia media de un país esté fundamentalmente determinada por el grado de exposición de su población a infecciones parasitarias. Esta propuesta se basa en la idea de que el desarrollo encefálico humano es muy costoso, por lo que si un factor detrae recursos energéticos, la cantidad disponible para el desarrollo del encéfalo se vería limitada. Y de ahí se derivaría un perjuicio para las habilidades cognitivas, que sufrirían de esa forma las consecuencias de esa limitación. A continuación, incluyo un párrafo literal del trabajo al que he hecho referencia para ilustrar esta idea:

“El encéfalo es el órgano más complejo y costoso del ser humano. En recién nacidos, demanda un 87% del balance metabólico corporal, un 44% a los cinco años de edad, un 34% a los diez, y un 23% y 27% en hombres y mujeres adultas respectivamente. Presumiblemente, si un individuo no puede satisfacer esas demandas mientras el cerebro crece y se desarrolla, el crecimiento y la estabilidad del desarrollo de ese cerebro sufrirán. Lynn (1990, 1993) ha argumentado que la nutrición es esencial para que pueda haber un buen desarrollo mental. Lynn (1990) también sugirió que la nutrición puede ser la responsable del llamado efecto Flynn (rápido incremento del IQ que ocurre durante cortos periodos de tiempo cuando se desarrolla una nación y mejoran rápidamente sus indicadores socioeconómicos), y más tarde (Lynn 1993) revisó la evidencia que mostraba que los niños malnutridos tienen cabezas de menor tamaño y menor inteligencia psicométrica que los niños bien alimentados”.

Los autores del trabajo argumentan que las infecciones parasitarias afectan de forma negativa al balance energético de los individuos de formas diversas. Algunos parásitos consumen tejidos del organismo; otros habitan en el intestino y dificultan la absorción de nutrientes o provocan diarrea; los virus utilizan la maquinaria metabólica y energía del huesped para reproducirse. Y además de los daños que causan, obligan al sistema inmune a utilizar más recursos para poder hacer frente a los patógenos.

Efectivamente, en el trabajo encontraron correlación positiva muy significativa entre los valores medios de IQ para cada país y el grado de incidencia de las infecciones parasitarias. Es más, aunque también había correlación significativa con otras variables consideradas, la más alta, con diferencia, era la que afectaba al grado de incidencia de las infecciones parasitarias. Y es reseñable que en los modelos de correlación múltiple, las variables que reflejan el nivel educativo de la población carezcan de significación estadística. En otras palabras: todo parece indicar que es la incidencia de las infecciones lo que afecta de un modo más claro a la inteligencia media de los habitantes de un país. No obstante, no debe pensarse que otras variables no ejerzan algún efecto, porque cabe suponer que al de unos factores se superpone el de otros, aun cuando las intensidades de unos y otros efectos sean diferentes o unos se ejerzan a través de los otros.

La incidencia de las enfermedades parasitarias puede basarse en dos mecanismos distintos. Uno consistiría en la utilización directa por parte del sistema inmune de los recursos que habrían sido necesarios para el desarrollo y actividad cerebral durante los periodos posteriores a una infección. Y el otro consistiría en la utilización, durante toda la vida de los individuos, de más recursos por parte del sistema inmune por haberse seleccionado individuos con ese rasgo; serían individuos con un sistema inmune poderoso y especialmente protegidos frente a las infecciones parasitarias. No obstante, el primer mecanismo es el que mejor explica el efecto Flynn, pues no es verosímil que los incrementos tan rápidos registrados en algunos países al mejorar el bienestar general y estado de salud de la población fuesen posibles si se hubiese tratado de un rasgo heredable.

Para acabar, es importante no perder de vista que las vías mediante las que se ejerce el efecto básico propuesto pueden incluir elementos muy dispares. Así, por ejemplo, mejor salud permite mayor desarrollo intelectual; este puede dar lugar a mayor nivel formativo; la formación, a su vez, promueve hábitos más saludables, y así sucesivamente. Por otro lado, en las sociedades democráticas los poderes públicos también están más condicionados por la población para que mejoren las condiciones de vida, en general, y las personas más inteligentes y mejor formadas son más exigentes con sus autoridades, con lo que el círculo virtuoso tiene varios elementos que se retroalimentan de forma positiva. Estas cuestiones no son en absoluto baladíes de cara al diseño de políticas públicas y de cooperación internacional.

Referencia: Christopher Eppig, Corey L. Fincher & Randy Thornhill (2010): “Parasite prevalence and the worldwide distribution of cognitive ability” Proc. R. Soc. B (doi: 10.1098/rspb.2010.0973).

9 pensamientos sobre “Infecciones parasitarias e inteligencia: un vínculo desgraciado

  1. Pingback: Infecciones parasitarias e inteligencia: un vínculo desgraciado

  2. Pingback: Infecciones parasitarias e inteligencia: un vínculo desgraciado | El Noticiero

  3. Pingback: Infecciones parasitarias e inteligencia: un vínculo desgraciado | Noticias ihy

  4. José Luis Ferreira

    Mirando un poco por encima el artículo, parece que hacen regresiones múltiples (quitando y poniendo factores), pero no hacen controles (comparar regresiones sobre unas variables para distintos valores de las otras) de manera que se hace muy difícil entender otra cosa que no sea correlación. Y estamos en un problema en el que muchas de las variables están correladas y en las que es fácil proponer teorías de por qué siguen un trend común sin que implique causalidad.

    Uno de los estudios que citan es interesante: los niños brasileños con ninguno, uno o varios parásitos. Se controla por nacionalidad, pero habría que controlar por nivel de renta, años de estudio,… y habría que comparar qué tanta variación explicaría esta variable (los parásitos) frente a otras alternativas.

    Interesante, pero como casi siempre en estos casos, es solo un pasito más hasta dar con la respuesta adecuada.

    Un saludo,

    1. Juan Ignacio Pérez Iglesias Autor

      Efectivamente, en este tipo de estudios siempre se plantea el problema de la causalidad. Los autores lo dicen abiertamente. La ventaja que tiene este trabajo es que hay una teoría biológica detrás muy potente, porque el argumento de que la detracción de recursos es perjudicial para el desarollo cerebral es sólido.
      Saludos

  5. Pingback: Erradicar enfermedades es difícil, disminuir su prevalencia no tanto… | Ciencia y Humanismo

  6. Pingback: Las enfermedades infecciosas deterioran la inteligencia | Ciencia y Humanismo

  7. Pingback: El incremento del IQ va asociado con el progreso de las Naciones y principalmente la eliminación de enfermedades parasitarias. « Milenio

  8. Pingback: El incremento del IQ va asociado con el progreso de las Naciones y principalmente la eliminación de enfermedades parasitarias. « NUEVA EUROPA- Nueva Eurabia

Responder a José Luis Ferreira Cancelar respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


Confianza online