El “mal del embarazo”… quizás no sea tan malo

La historia que cuento a continuación se la leí por primera vez a David Sloan Wilson, conocido biólogo evolucionista (no confundir con mi admirado Edward O. Wilson, más conocido por sus trabajos sobre insectos y textos sobre sociobiología). La leí en un librito titulado “Evolution for Everyone” (2008) cuya primera edición en pasta dura había sido publicada en abril de 2007. En inglés utilizan el término “morning sickness” (mal de la mañana) o “pregnancy sickness” (mal del embarazo) a esa indisposición cuyos síntomas consisten en nauseas y vómitos matinales y que sufren dos terceras partes de las mujeres durante su primer trimestre de embarazo. En 1992 la norteamericana Margie Profet publicó un artículo[1] en un libro colectivo en el que evaluaba la hipótesis de que esa indisposición fuera, más que una enfermedad, un mecanismo con valor adaptativo.

El punto de partida de su razonamiento es que algo que provoca el rechazo de la comida y, por lo tanto, la pérdida de una significativa fuente de energía y nutrientes, tanto para la madre como para el feto, es tan evidentemente maladaptativo que comporta quizás otras importantes ventajas en términos también adaptativos. Hasta entonces se habían considerado otras alternativas, como que se pudiese deber a tóxicos o agentes infecciosos de amplia distribución, o que fuese la consecuencia de algún “conflicto” de base hormonal entre la madre y el embrión.

Profet consideró la posibilidad de que se tratase de un comportamiento tendente a rechazar sustancias consumidas habitualmente por seres humanos adultos pero que pudieran resultar dañinas para el feto, por no disponer éste aun de los mecanismos necesarios para eliminarlas o para neutralizar sus efectos.

Ya desde 1940 se disponía de datos que indicaban que las mujeres que experimentaban los síntomas del “mal de la mañana” de forma más severa tenían menor probabilidad de sufrir abortos espontáneos. A esa observación, Profet añadió otras, a las que aludiré más adelante, e incorporó en su análisis otros datos ya conocidos que sugerían que las mujeres embarazadas no sólo evitan ingerir determinados alimentos, sino que, además, sus organismos realizan un mayor trabajo que permite desintoxicar el alimento que consumen. Así, el alimento se mueve con mayor lentitud a través del intestino, se incrementa el flujo sanguíneo a los riñones, el hígado eleva la producción de enzimas, y la capacidad olfativa también aumenta. Este conjunto de medidas puede interpretarse como integrantes de toda una batería defensiva frente a las sustancias potencialmente tóxicas que pueda contener el alimento.

Los biólogos evolucionistas Samuel Flaxman y Paul Sherman, en un trabajo[2] publicado en el año 2000 en la revista The Quarterly Review of Biology, analizaron toda la información disponible sobre esta materia y evaluaron de forma exhaustiva la hipótesis de que las nauseas y los vómitos constituyan un mecanismo para proteger al embrión, al provocar, primero la expulsión física, y luego el rechazo de alimentos que contienen sustancias químicas dañinas o potencialmente abortivas.

Aunque se trata de un terreno en el que no resulta sencillo alcanzar resultados concluyentes, al examinar esta hipótesis, los autores encontraron un buen número de datos y observaciones que la avalaban. En primer lugar, resulta significativo que los síntomas sean especialmente frecuentes cuando la formación de órganos en el embrión es más susceptible de verse afectada por sustancias tóxicas, esto es, entre las semanas sexta y decimoctava. En segundo lugar, la probabilidad de que se malogre el embarazo es menor en las mujeres que experimentan esos síntomas. En tercer lugar, las mujeres que vomitan sufren menos abortos espontáneos que las mujeres que sólo tienen nauseas. Y en cuarto lugar, muchas mujeres embarazadas desarrollan aversión a bebidas cafeínicas, bebidas alcohólicas y vegetales de fuerte sabor, especialmente durante el primer trimestre.

Sorprendentemente, sin embargo, Flaxman y Sherman encontraron que las mujeres embarazadas presentan mayor aversión a la carne, al pescado y a los huevos. El análisis de un conjunto de sociedades tradicionales puso de manifiesto que en 20 de dichas sociedades se ha documentado la “enfermedad de la mañana”, mientras que en siete de ellas no se tiene constancia de tal mal. En esas siete sociedades la probabilidad de que se consumiesen productos animales como componente principal de la dietas era menor y mayor la de que se consumiesen solo productos de origen vegetal como componente principal.

Los productos de origen animal pueden resultar peligrosos para las mujeres embarazadas y sus embriones porque a menudo contienen parásitos y patógenos, especialmente si se mantienen a temperatura ambiente en climas cálidos. Para las embarazadas tiene especial importancia evitar alimentos contaminados con microorganismos porque, para reducir la probabilidad de que se produzca rechazo de los tejidos de su propia progenie, el embarazo provoca un cierta inmunodepresión. Por esa razón, las mujeres embarazadas son más vulnerables a las infecciones graves, a menudo con efectos mortales.

De acuerdo con este conjunto de observaciones, parece muy verosímil que la “enfermedad de la mañana” haga que las mujeres eviten alimentos que, antes de la generalización de la refrigeración, podían contener altas concentraciones de microorganismos y de toxinas. Las hipótesis alternativas que se han manejado no cuentan, según Flaxman y Sherman, con suficientes evidencias a su favor. Los datos disponibles, según David S. Wilson, son más consistentes con la hipótesis de que el “mal de la mañana” cumple una función profiláctica y tiene alto valor adaptativo. Así pues, de ser así, puede que la denominación anglosajona, que implica la considerción de nauseas y vómitos como un mal o una enfermedad, sea correcta, dado que quien la padece se siente enferma, pero desde el punto de vista de los intereses del embrión o, incluso, de la misma especie, quizás merezca otra consideración.


[1] M. Profet (1992): “Pregnancy Sickness as an Adaptation: A Deterrent to Maternal Ingestion of Teratogens”. In: The adapted mind: Evolutionary Psychology and the Generation of Culture (J.H. Barkow, L. Cosmides y J. Tooby, eds.). Oxford, UK, Oxford University Press, 327-365.

[2] Samuel M. Flaxman & Paul W. Sherman (2000): “Morning Sickness: A Mechanism for Protecting Mother and Embryo”. The Quarterly Review of Biology, Vol. 75, No. 2 (Jun., 2000), pp. 113-148.

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