Competición, poder, estrés…… y hormonas

Chimpancé

Chimpancés y bonobos son nuestros parientes más cercanos. Entre ellos difieren, sobre todo, en su vida social, en la forma en que se relacionan unos con otros. La jerarquía social de los chimpancés es más rígida que la de los bonobos. Exhiben los chimpancés un comportamiento más agresivo y mayor interés por alcanzar una posición dominante; muestran mayor voluntad de poder que sus primos. Los bonobos son más proclives a compartir el alimento y a cooperar con otros; y tienen un comportamiento más acomodaticio. En consecuencia con esas diferencias sociales y de comportamiento, también parece haberlas en algunos elementos de su fisiología endocrina. Un estudio reciente ha analizado las variaciones del nivel sanguíneo de dos hormonas que ocurren en estas dos especies de primates en el entorno temporal de una situación en la que se entabla una competición por el alimento. Las dos hormonas son la testosterona y el cortisol.

El cortisol es un glucocorticoide, considerado normalmente como la hormona del estrés, y la testosterona es un andrógeno, una hormona sexual. Los niveles sanguíneos de ambas hormonas pueden variar de manera rápida en machos implicados en situaciones de competencia. Sus patrones de cambio, no obstante, dependen de cómo responde el comportamiento de los individuos o las especies a situaciones de competición.

En humanos, los niveles de cortisol se elevan en los instantes anteriores a una competición y los de testosterona se reducen tras una competición de la que se ha salido perdiendo, pero se mantienen si se ha salido victorioso. Además, si los varones implicados en la competición poseen una intensa motivación o voluntad de poder, suelen experimentar elevaciones en los niveles sanguíneos de testosterona previos a una situación de competición, y fuertes variaciones tras la competición dependiendo del resultado de la misma. Pero no todos los varones tienen la misma voluntad o motivación de poder; los hay con un comportamiento más “acomodaticio”, porque carecen de esa motivación o la tienen en muy inferior grado.

En el estudio citado se comparan dos situaciones. En una de ellas, dos individuos de diferente rango han de competir por el alimento de manera que uno de los dos saldrá perdiendo, y las condiciones son tales que ambos individuos son capaces de anticipar ese resultado desigual. En la otra, no se produce una verdadera comepetencia, porque las circunstancias permiten repartir el alimento sin que se produzca competición alguna.

Los resultados obtenidos en el estudio reflejan, efectivamente, importantes diferencias entre las dos especies. En los bonobos macho, los niveles sanguíneos de cortisol se elevan en los instantes anteriores a la competición de la que se derivará que el bonobo dominante obtendrá más comida y se reducen tras situaciones que han dado lugar a un reparto de alimento. En chimpancés macho, sin embargo, no se observaron variaciones en los niveles de cortisol. Este resultado indica que para los bonobos, una situación en la que se produce competición por el alimento es estresante. Por ello, los bonobos responden experimentando una elevación de sus niveles sanguíneos de cortisol, una hormona comunmente asociada a situaciones de estrés.

Bonobo

En los chimpancés macho la concentración sanguínea de testosterona es más alta en los individuos que se encuentran en una situación de la que uno de los dos, el dominante, se va a quedar con toda o más comida que el otro, por comparación con la concentración sanguínea en los individuos que van a compartir la comida. Sin embargo, en bonobos no se observan tales diferencias. Por lo tanto, para los chimpancés la competición sirve para establecer (o determinar) el estatus, una situación homóloga a la que experimentan los varones humanos con una intensa voluntad de poder.

Las diferencias endocrinas entre especies reflejan diferentes comportamientos sociales. Según los autores del trabajo, la separación de las dos especies se tradujo en que los chimpancés mantuvieron los caracteres ancestrales, propios de una fuerte jerarquía social, lo que conduce a una intensa motivación por alcanzar una posición dominante o de preeminencia, y de ahí se deriva el papel de la testosterona. En el caso de los bonobos, por el contrario, se habría producido una fuerte presión contra las escaladas agresivas, lo que dio lugar a la adopción de un comportamiento acomodaticio, más pasivo. En estos, los conflictos constituyen una situación de estrés, algo que no ocurre en los chimpancés.

No he dicho nada de las hembras hasta ahora. Pues bien, éstas no exhibieron patrones definidos en respuesta a las situaciones descritas más arriba.

Este estudio analiza variaciones hormonales propias de especie en relación con sus formas de comportamiento y de relación social, y esas variaciones son muy probablemente del mismo tipo que las que se producen en diferentes individuos de nuestra especie. Esto es, si efectivamente, puede hablarse en la especie humana de individuos con una fuerte motivación de poder y de individuos más acomodaticios, resultaría que en una misma especie, la nuestra, se producen ambos comportamientos, solo que en diferentes individuos. Y si esos rasgos, como parece ser el caso, vienen acompañados por cambios hormonales como los descritos aquí, nos encontraríamos con que lo que en nuestros primos es característica de especie, en nosotros lo es de individuo, lo que da cuenta de una enorme plasticidad endocrina relacionada con la plasticidad en el carácter y comportamiento social.

En lo sucesivo, cada vez que nos encontremos ante un individuo ambicioso, con una clara voluntad de liderazgo, tendremos razones para pensar que su testosterona tiene algo que ver con ello. Y si, por el contrario, nos encontramos con una persona que no aspira a ejercer ningún tipo de mando, que se acomoda con facilidad al liderazgo de otros, pensaremos que en situaciones de competición sufrirá una cierta incomodidad, alteración o estrés. Y muy probablemente, esa plasticidad ha resultado clave en la configuración de las sociedades humanas tal y como son.

Nos queda por saber a qué obedece la ausencia de variación de los niveles sanguíneos de estas hormonas en las hembras de chimpancés y bonobos, aunque seguramente tendrá que ver con el diferente papel social que tienen ellas. Y también nos queda por saber cuál es el correlato de estas variaciones en las mujeres, aunque también puede ocurrir que en la respuesta a esta cuestión encontremos la respuesta a otras preguntas y cuestiones que surgen, una y otra vez, aunque no nos las queramos hacer.  Porque no queremos saber las respuestas.

Fuente: Victoria Wobbera, Brian Hareb, Jean Mabotoc, Susan Lipsona, Richard Wranghama y Peter T. Ellisona (2010): “Differential changes in steroid hormones before competition in bonobos and chimpanzees” PNAS 107 (28): 12457-12462 doi: 10.1073/pnas.1007411107

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