Su cara te dirá quién ganará la pelea

¿Nos podemos hacer una idea cabal de la habilidad para pelear de otra persona a partir de una simple fotografía? Al parecer, la respuesta es que sí. Tanto si la fotografía representa a un hombre como si representa a una mujer, es suficiente para que podamos estimar con mucha precisión su fuerza y su habilidad peleando. Pero hay más, en el caso de los varones, basta con que la imagen sea de la cara (excluyendo el cuello) para poder valorar su fuerza y habilidad combativa. Lógicamente, las fotos de cuerpo entero ofrecen una información más fiable, pero incluso prescindiendo del cuerpo, valorando sólo los rasgos faciales nos podemos hacer una idea muy buena de lo duro de pelar que puede ser un posible contrincante en un combate.

En las mujeres las cosas son algo diferentes. El mecanismo también funciona, pero los rasgos faciales no aportan un criterio tan preciso en su caso. Desde un punto de vista evolutivo, la interpretación de esta diferencia parece sencilla, ya que en los grupos humanos han sido los varones los que, en caso de disputa, han recurrido con mayor frecuencia a la agresión física. Esto es, tiene mucho más valor una capacidad, -la de estimar la fuerza del contrincante-, cuando esa capacidad va a ser de más utilidad (en el caso de los hombres) que cuando va a ser de menos (en el de las mujeres). Estas son algunas de las conclusiones a las que llegó un estudio publicado en 2009 en la revista Proceedings of the Royal Society B.

Hasta aquí me he referido a fuerza y habilidad para las peleas como si se tratase del mismo rasgo. Pero ¿acaso lo es? ¿pueden considerarse rasgos equivalentes? En primer lugar hay que decir que en el estudio citado se comprobó que a efectos prácticos, la percepción de habilidad en la lucha de otro sujeto se correponde muy bien con la percepción de fuerza física. Existe una relación muy estrecha entre las dos percepciones, incluso aunque la fuerza y la habilidad en la lucha la valoren evaluadores diferentes. Y muy probablemente eso ocurre porque ambas evaluaciones están basadas en las mismas claves visuales. Puede pensarse que una cosa es la percepción de la habilidad para la lucha y otra la habilidad en sí misma, pero resulta que en el estudio, los individuos evaluados como más fuertes (también más hábiles para luchar) se habían visto envueltos en más peleas durante los cuatro años anteriores, lo que indica que o bien las empezaban con más facilidad o las rehuían en menor medida. Y a partir de ahí saque cada cual la conclusión que más le satisfaga.

Otra conclusión del estudio es que la evaluación de la fuerza a partir de los rasgos faciales se correlaciona positiva y significativamente con la fuerza de la mitad superior del cuerpo, pero no con la de las piernas. Y también se comprueba que el tamaño corporal, aunque importante, no es el rasgo clave.

Los autores del trabajo utilizan el término “formidability” (del que desconozco cómo se puede traducir al español) para denominar a la capacidad para ganar peleas. Y concluyen que los seres humanos estamos cognitivamente muy bien dotados para evaluar ese rasgo a partir de claves o indicaciones visuales. Es lógico que así sea en una especie en la que no han sido (ni son) infrecuentes las interacciones sociales basadas en la agresión.

Un aspecto al que también se hace mención en el trabajo es al hecho de que hombres y mujeres son igualmente hábiles estimando la fuerza de otros sujetos. Como hemos visto, es lógico que los hombres perciban bien la capacidad de otros hombres para ganarles o no en una pelea. Pero, ¿es igual de lógico que lo hagan igual de bien las mujeres? La respuesta a esta cuestión, -que tiene que ver con algo que ya he tratado aquí en otras ocasiones-, es que sí es lógico, si los rasgos faciales tienen también valor para las mujeres; esto es, si las mujeres tienen razones para preferir hombres con más fuerza, mejores “combatientes”, o lo contrario. En la entrada “Ellas los prefieren musculosos” me referí, precisamente, al hecho de que a las mujeres les resultan en general más atractivos los hombres musculosos y a las razones que subyacen a esa preferencia.

Un último aspecto a considerar es el del mecanismo que permite traducir determinados rasgos faciales en indicadores de fuerza y habilidad para luchar. Aunque la publicación a que me estoy refiriendo no investiga esta cuestión, sí se alude al que puede ser el nexo necesario: la testosterona. La testosterona es una hormona de la que se sabe que depende el grado de “muscularidad”; el nivel de testosterona en sangre, dejando al margen variaciones a corto plazo motivadas por razones o estímulos coyunturales, depende de factores genéticos y es, por tanto, un rasgo heredable. También afecta al comportamiento: lo hace más agresivo. Y aquí está el nexo: se sabe que mayores niveles de testosterona dan lugar a configuraciones faciales consideradas más “masculinas”, como son un arco superciliar más grueso, una mandíbula más cuadrada y una mayor anchura relativa de la cara.

Así pues, esas son, seguramente, las indicaciones visuales que nos dicen lo bien o mal que nos puede ir con alguien si consideramos la posibilidad de entablar con él una pelea. En lo que a mí respecta, después de una traumática (nunca mejor dicho) experiencia (con 16 años) que se saldó con un dolor de mandíbula indescriptible y una incomodísima sensación de llevarla desencajada durante una semana, he rehuído cuantas oportunidades para que me la desencajen otra vez se me han presentado en los muchos años transcurridos desde entonces. Si tenemos en cuenta que mis facciones se ajustan bastante bien a lo que se considera una configuración “masculina”, la verdad es que no sé qué pensar al respecto. 😉

Fuente: Aaron Sell, Leda Cosmides, John Tooby, Daniel Sznycer, Christopher von Rueden y Michael Gurven (2009): “Human adaptations for the visual assessment of strength and fighting ability from the body and face” Proc. R. Soc. B, 276, 575–584 (doi:10.1098/rspb.2008.1177).

Nota: la imagen está tomada de aquí

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