Categories: Mente y cerebro

El cerebro humano tiene aversión a la desigualdad

A los seres humanos nos desagradan las desigualdades. Los sistemas de seguridad social con que contamos en Occidente, el llamado estado del bienestar, o los sistemas impositivos progresivos son sistemas de redistribución que, al menos en teoría, persiguen reducir las desigualdades. Las  sociedades menos estructuradas, más simples o de menores dimensiones que las nuestras también cuentan con normas de redistribución que funcionan como si se tratase de sistemas de seguridad social de menor escala y complejidad.

Y en lo personal, me imagino que todos hemos tenido experiencias en las que hemos comprobado que a la gente no gusta ganar menos que los demás. ¿A qué se debe esa pulsión por la igualdad? ¿Es genuina o es debida a otros factores, como la preocupación por la imagen social? Y otra cuestión: ¿tenemos aversión sólo a la desigualdad que nos perjudica? O, por el contrario ¿la aversión a la desigualdad también incluye la variedad que nos beneficia?

Hace unos meses se ha publicado un trabajo en el que se han analizado estas cuestiones. En el trabajo han buscado el posible reflejo neurológico de diferentes valoraciones de situaciones de igualdad o desigualdad. Para analizar el reflejo neurológico se utilizó una técnica de la que ya hemos visto aquí en otra ocasión: la resonancia magnética funcional. Se midieron los niveles de actividad neural en dos áreas del cerebro, el cuerpo estriado ventral y la corteza prefrontal ventromedial. Se trata de áreas cerebrales en las que se valoran recompensas, y se procesan estímulos cuya valoración está ligada a la toma decisiones. En el trabajo se parte de una situación en la que a unos individuos, distribuídos por parejas, se les ha dado una cantidad de dinero y a otros otra, muy diferente. A continuación se transfieren distintas cantidades de dinero a unos (los “ricos”) y a otros (los “pobres”). El trabajo está basado en las valoraciones que hace cada sujeto de la pareja de lo que ha recibido él y de lo que ha recibido el otro.

Los autores observaron varias cosas. En primer lugar, todos valoraban positivamente que les transfiriesen dinero (algo que, bien pensado, no debiera sorprender a nadie ;-)). Los “pobres” no valoraban bien que a los “ricos” les transfirieran más dinero del que ya tenían (muestra de la aversión a la desigualdad que perjudica). Y efectivamente, los “ricos” también valoraron mejor la transferencia de dinero  al sujeto que partía de la peor condición que la que recibía él (muestra de la aversión a la desigualdad que beneficia). No sólo eso, también establecieron relaciones cuantitativas entre el grado de activación de las áreas seleccionadas y la valoración que hacían los sujetos de las transferencias. Simplificando, una mejor valoración tenía su correlato en una mayor actividad en esas áreas. De estas observaciones los autores del trabajo han concluído que la aversión a la desigualdad tiene, efectivamente, base neurológica y que, en cierto modo, se halla “impresa” en nuestro cerebro. No se debería, por lo tanto, a otro tipo de razones de índole más social, sino a una motivación genuina, con una base fisiológica clara.

A mí, después de leer el trabajo y de darle bastantes vueltas, la verdad es que me queda una duda: ¿Por qué no les pedirían a los que partían de mejor situación que hiciesen transferencias de su propio dinero a los que estaban peor? Pero, al aprecer, no lo hicieron. Así que me he quedado sin saber hasta dónde llega esa aversión a la desigualdad.

Fuente: Elizabeth Tricomi, Antonio Rangel, Colin F. Camerer & John P. O’Doherty (2010): “Neural evidence for inequality-averse social preferences” Nature, 463: 1089-1092 doi:10.1038/nature08785

Juan Ignacio Pérez Iglesias

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  • La igualdad sólo puede lograrse como resultado de la educación de las personas en el espíritu de igualdad, es decir, la educación integral. Cualquier otra decisión es una ruptura temporal que sólo exacerba el problema.

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