Cuando de asumir riesgos se trata

Antes se pensaba que la mayor o menor propensión a asumir riesgos es un rasgo de carácter general, esto es, que hay personas que se exponen a situaciones de riesgo con más facilidad que otras, con independencia del tipo de riesgo de que se trate. Sin embargo, cada vez está más claro que unas personas son más proclives a asumir riesgos de una naturaleza mientras que otras lo son a asumirlos de otra. Por ejemplo, hay personas que se arriesgan con mayor facilidad en el terreno financiero, mientras otras lo hacen más fácilmente en las cosas del amor.

Además, parece lógico pensar que la mayor o menor propensión a comportarse de manera arriesgada esté relacionada con ciertas variables del ciclo de vida. Intentaré explicarme. Desde un punto de vista evolutivo, es lógico suponer que bajo determinadas circunstancias las personas han de estar dispuestas a adoptar comportamientos de riesgo. Pero también es lógico que la mayor o menor dsiposición a asumir riesgos varíe en función de características tales como edad, esperanza de vida, sexo, etc. De esto se ha ocupado un grupo de psicólogos, y trataré, a continuación, de resumir brevemente las principales conclusiones a que llegaron en su investigación.

Para empezar, aclararé que los investigadores definieron los siguientes cinco dominios de riesgo: competición dentro del grupo, competición entre grupos, reto ambiental, emparejamiento y asignación de recursos al emparejamiento, y fertilidad y reproducción. En todos los dominios, los hombres tienen una mayor propensión a asumir riesgos que las mujeres. En perspectiva evolutiva, las mujeres han sido las principales responsables del cuidado de la prole; por ello, es lógico que sean menos propensas a arriesgarse, pues las consecuencias del riesgo se trasladarían directamente a la probabilidad de supervivencia de la prole de forma negativa.

La propensión a asumir riesgos es mayor en los individuos más jóvenes, y lo es, en particular, cuando compiten dentro del grupo del que forman parte o con otros grupos. Esto es, los jóvenes están más dispuestos que los mayores a asumir riesgos para acceder a una situación que facilite la adquisición de recursos en etapas tempranas de la vida. Se trata de un comportamiento lógico cuando las circunstancias ambientales son inciertas y, por lo tanto, hay mucha incertidumbre en relación con la salud y el bienestar.

Por otro lado, la propensión a asumir riesgos es menor cuando los individuos se proponen tener una descendencia numerosa; en este caso, esa menor propensión se manifiesta en los dominios de emparejamiento y asignación de recursos al emparejamiento, y de fertilidad y reproducción. También es menor la propensión a asumir riesgos cuando ya son padres o madres, o cuando creen que tienen una larga vida por delante. En estos dos casos, los dominios en los que se manifiestan las diferencias son los de la competencia dentro del grupo y entre grupos.

En definitiva, la propensión a adoptar comportamientos arriesgados tiene una relación estrecha con las expectativas que tienen las personas de cara al futuro. Si tienen hijos, es lógico que asuman menores riesgos; al fin y al cabo, para padres y madres es fundamental sacar adelante a su progenie, pues de ello depende la continuidad de su bagaje genético. De la misma forma, el interés por una larga vida tiene sentido si de lo que se trata es de disponer del tiempo necesario para criar a los hijos; por eso, la expectativa de vivir muchos años es un elemento disuasorio muy eficaz frente a los riesgos. Y, por las mismas razones, esa aversión al riesgo se acentúa aún más cuanto mayor es la descendencia que se desea tener.

Fuente: X. T. Wang, D. J. Kruger y A. Wilke (2009): “Life history variables and risk-taking propensity” Evolution and Human Behavior 30: 77-84.

Juan Ignacio Pérez Iglesias

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