¿Existe el libre albedrío?

Cada vez es mayor el conocimiento que tenemos acerca de las bases del comportamiento humano. Poco a poco se van esclareciendo los mecanismos, las relaciones causa-efecto que intervienen en las respuestas que da la mente humana a los estímulos; y se desentraña el modo en el que los estados mentales condicionan, a su vez, esas respuestas. Conocemos las bases neurológicas, los mecanismos físicos, químicos y biológicos que intervienen. Conocemos la secuencia de eventos neuronales que conducen a unas u otras actuaciones, a que tomemos unas u otras decisiones. Para algunos, dado que no existe prácticamente margen para la elección libre en esa cadena causal, el ser consciente que delibera y toma decisiones libremente es una pura ficción.

La posibilidad de que no exista eso a lo que llamamos libre albedrío tiene indudables implicaciones filosóficas pero, además, es posible que tenga también importantes consecuencias sociales. Según ciertas investigaciones en el terreno de la psicología, las personas que pierden su creencia en el libre albedrío tienen un comportamiento más antisocial que las que creen en él: tienen mayor predisposición al engaño, menos generosidad, menor compasión por los desfavorecidos, en definitiva, son menos altruistas o solidarios y se muestran más agresivos con los extraños.

Pero no creer en el libre albedrío no solo tiene efectos negativos en los demás, también lo tiene en nosotros mismos. Las personas que creen más firmemente en su capacidad de actuar libremente tienen también mejores expectativas acerca del éxito de sus trayectorias profesionales. Y además, los superiores de esas personas también valoran mejor el trabajo que desempeñan que el que realizan las personas que creen menos en la libertad personal.

La mayoría de las personas creen que son dueños de su destino: una encuesta realizada en 1998 a 40.000 personas en 34 países puso de manifiesto que el 70% así lo creen. Y además, quienes así piensan, creen que tienen una mayor capacidad de decisión sobre sus vidas que el resto de las gentes. Está tan arraigada la creencia en el libre albedrío que incluso entre quienes aceptan la posibilidad de que el universo sea determinista, muchos seguirían considerando moralmente responsables a las personas que cometen delitos y agresiones contra otras personas. Esta es, no obstante, una cuestión controvertida, pues es posible que esa consideración de que las personas sigan siendo responsables de sus actos dependa del tipo de actos de que se trate y de la impresión emocional que causen. Así, un asesinato o una violación producen un impacto emocional muy superior al que produce defraudar al fisco, por ejemplo. Es difícil que dejemos de considerar responsables y culpables a quienes cometen actos tan graves y que tanto nos repugnan como una violación o un asesinato; es mucho más fácil que exculpemos a quien engaña a Hacienda. Y también es posible que dependa de la personalidad de cada cual. Las personas extrovertidas, más sociables y con un mayor grado de asertividad (con un estilo de comunicación más respetuoso con los demás) son, al parecer, más sensibles para con el daño o el dolor que causan las transgresiones y son, por ello, más propensas a no ignorar la responsabilidad de quienes las cometen.

A pesar de lo que indican esas investigaciones psicológicas, algunos especialistas creen que, a la hora de la verdad, en el mundo real las personas se seguirán comportando en coherencia con la idea de la existencia del libre albedrío y de la responsabilidad individual por los propios actos. Al fin y al cabo, la creencia en nuestra capacidad para tomar decisiones libre y voluntariamente, así como la idea de responsabilidad que de ello se deriva es un aspecto absolutamente básico del modo en que observamos y entendemos el mundo. Nos resultaría muy difícil dejar de pensar y comportarnos de acuerdo con ese principio básico.

Y por otro lado, aunque todos nuestros estados mentales tengan una base neurobiológica, ello no implica que obedezcan a secuencias deterministas que se encuentren fuera del control de nuestro ser consciente. El hecho de que la ciencia sea capaz de describir el comportamiento así como sus elementos y mecanismos constitutivos, no tiene por qué conducirnos a pensar que no somos seres conscientes y que no ejercemos el control de lo que hacemos. Es más, es posible, -yo así lo pienso-, que la ciencia acabe desentrañando las bases neurobiológicas del libre albedrío. Una mejor comprensión de los mecanismos de la mente podrá mostrar de qué forma ponderamos o valoramos unas y otras opciones, y cómo tomamos decisiones sobre la base de nuestras preferencias, deseos y razones para actuar de una forma en vez de hacerlo de otra.

Nota: Este artículo es un resumen, -mi resumen-, de una breve revisión que ha dedicado a este asunto la revista New Scientist en uno de sus últimos números (“The free will delusion” de Dan Jones, en el nº 2808, 16 de abril de 2011, pp.: 32-35).

Un pensamiento sobre “¿Existe el libre albedrío?

  1. gbfbi

    “… Es más, es posible, -yo así lo creo-, que la ciencia acabe desentrañando las bases neurobiológicas del libre albedrío…”.

    Predicciones, predicciones everywhere.
    Parece como si nadie se atuviese a la realidad; a la actual realidad.

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