Los seres humanos que migraron al frío

Homo heidelbergensis (reconstrucción)

Como vimos en el artículo anterior, los seres humanos que evolucionaron en las sabanas contaban con eficaces mecanismos para combatir las altas temperaturas, incluso cuando debían desarrollar esfuerzos como los que requerían los desplazamientos en busca de alimento. Pero no permanecieron en su área de origen, se expandieron y salieron de África. Y lo hicieron, además, en diferentes fases de su evolución. Homo georgicus, H. erectus, H. antecessor, H. heidelbergensis, H. neanderthalensis y quizás alguna otra especie del género Homo, antes de los seres humanos de anatomía moderna (H. sapiens), han vivido fuera de África. De varias de esas especies sabemos que llegaron a ocupar zonas extraordinariamente frías, y de hecho, el área de distribución de los seres humanos que habitaban Eurasia durante el último millón de años se ha venido modificando con el desplazamiento de las masas de hielo que avanzaban y retrocedían siguiendo la secuencia de los ciclos glaciares.

Está claro que esos hombres y mujeres, o sus inmediatos antecesores, procedían de África y, originariamente, tenían características anatómicas y fisiológicas que les permitían regular su temperatura corporal en condiciones de calor. Pero la ocupación de medios en los que la temperatura podía (y puede) caer en las estaciones frías del año hasta valores inferiores a cero exige un set de adaptaciones muy diferentes.

Para empezar hay que decir que la forma más lógica de combatir el frío para un animal que se ha “desnudado” o se ha ido “desnudando” a lo largo de los últimos centenares de miles de años, es recuperar el pelaje perdido. Y la verdad es que esa recuperación, en cierto modo, se ha producido. Los seres humanos no hemos recuperado un pelaje como el que tenían nuestros antepasados, sino que hemos utilizado el de otros animales a los que hemos dado caza o mantenido en cautividad con ese fin. Así pues, y aunque se trata de una tarea que requiere una cierta habilidad técnica y manual, lo más probable es que aquellos de nuestros antepasados que se acercaron a las zonas frías, confecionasen su propia protección térmica utilizando pieles de otros animales. Además, algunas de las especies que colonizaron Eurasia, si no todas, recurrieron seguramente a otras soluciones culturales o tecnológicas, como la habitación en zonas protegidas o el uso del fuego. Pero eso no era suficiente. Como veremos, hay razones para pensar que ciertos rasgos anatómicos que resultaban útiles para evitar la pérdida de calor fueron objeto de selección.

Jóvenes masai bailando

Las especies de un mismo género o las variedades de una misma especie que viven en zonas frías tienden a ser de mayor tamaño que las que viven en zonas cálidas. Se denomina a ese fenómeno regla de Bergmann, y aunque su existencia no ha tenido completa aceptación por parte de la comunidad científica, parece que, aunque con excepciones, la regla se cumple. El fenómeno en cuestión se debería, quizás, a que los animales de mayor tamaño suelen tener menor superficie corporal (S) por unidad de volumen (V); como el calor se disipa a través de la superficie corporal, una menor relación S/V permitiría limitar la pérdida de calor en zonas frías. Y por esa razón, es posible que la regla de Bergmann se cumpla también en el género Homo. Sin embargo, no hay evidencias claras de tal fenómeno en las especies humanas, y de hecho, en las poblaciones actuales se observa que las personas más altas también son más “lineares”; esto es, la anchura no aumenta en la misma proporción que la altura, por lo que no parece que ese fenómeno se produzca.

Grupo de fueguinos

Sin embargo, hay otra regla que sí parece cumplirse en los seres humanos; es la denominada “regla de Allen”. Según esa regla, los animales que viven en zonas cálidas tienden a tener extremidades corporales de mayor tamaño que los que viven en zonas frías. La razón sería la misma que la esgrimida para explicar la regla de Bergman; esto es, cuanto mayores son las dimensiones de las extremidades, mayor es la superficie corporal relativa y con mayor facilidad se disipa el calor de origen interno. Pero al contrario que con la regla de Bergmann, la de Allen parece que sí se cumple en nuestra especie. Lo cierto es que si se consideran las poblaciones indígenas del planeta, las que llevan centenares o miles de años afincadas en los lugares que habitan, se observa que hay una fuerte correlación entre la relación S/V y la latitud. Esa relación se puede expresar mediante esta ecuación: S/V (cm2 kg-1) = 0,3 – 0,58 Latitud (r = 0,65; p<0,001). Así pues, cuanto más se alejan las poblaciones del ecuador, la gente tiende a ser más “compacta” o más “esférica”; tienden a tener extremidades más cortas. Buenos ejemplos de configuraciones extremas son, en África, los masai, altos y estilizados, y en los dos extremos del mundo habitado, los inuit y los fueguinos (selknam y yaganes), bastante más compactos. Estos últimos, además, han sobrevivido en el extremo sur de América durante unos 10.000 años sin haberse dotado de unas vestimentas mínimamente efectivas como aislantes.

Inuit

Así pues, es muy posible que la adaptación al frío de las especies de Homo que se expandieron por Eurasia conllevara una cierta transformación del patrón corporal, para hacerlo menos estilizado. Se considera normal en los seres humanos actuales un intervalo de índice de masa coporal de entre 18,5 y 25 Kg m-2. El índice de los fueguinos se encuentra alrededor de 26 Kg m-2, y al parecer, las estimaciones realizadas a partir de restos fósiles de neandertales indican que en estos ese índice podría haberse encontrado en torno a 29 Kg m-2. Si este dato fuese correcto, se podría considerar, efectivamente, como la consecuencia de un proceso de adaptación al frío. Y, lógicamente, si una de las especies lo desarrolló, no hay razones para pensar que otras especies de nuestro mismo género no lo hicieran igualmente.

Post scriptum:

Se acaba de publicar un trabajo realizado con restos fósiles de huesos de Homo heidelbergensis de la Sima de los Huesos (Atapuerca). La conclusión principal del citado trabajo es que si se dejan al margen las especies de biotipo pequeño, como H. habilis, H. georgicus y H. floresiensis, todos los humanos del Pleistoceno Inferior y Medio de África (H. ergaster, H. rhodosiensis), Asia (H. erectus) y Europa (H. antecessor, H. heidelbergensis y H. neanderthalensis) eran de estatura mediana o supermediana. Los autores indican que la estatura del género Homo ha permanecido estable durante 2 millones de años, hasta que hace 200.000 años apareció H. sapiens, cuya anatomía es más alargada y estilizada que la de los anteriores. Esa anatomía más alargada tendría la ventaja de un menor coste energético de mantenimiento y locomoción por tener menos masa muscular, una zancada más larga y mayor velocidad. Y también sugieren que ese menor coste habría resultado clave a la hora de afrontar las duras condiciones climáticas de Eurasia durante el periodo en que coexistieron con H. neanderthalensis.  Creo, sin embargo, que esa anatomía pudo ser maladaptativa en zonas frías por las razones dadas antes, aunque es cierto que si evitaron la pérdida de calor mediante la ropa, habitación, fuego y otros recursos culturales, las desventajas de una elevada superficie corporal pudieron ser contrarrestadas.

Fuentes:

José Miguel Carretero Laura Rodríguez, Rebeca García González, Juan Luis Arsuaga, Asier Gómez Olivencia, Carlos Lorenzo, Alejandro Bonmatí, Ana Gracia, Ignacio Martínez y Rolf Quam (2012): “Stature estimation from complete long bones in the Middle Pleistocene humans from the Sima de los Huesos, Sierra de Atapuerca (Spain)” Journal of Human Evolution 62 ( 2): 242-255

Christopher B. Ruff (1994): “Morphological adaptation to climate in modern and fossil hominids” American Journal of Physical Anthropology 37: 65-107

A. Theodore Steegmann, Frank C. Cerny y Trenton W. Holliday (2002): “Neandertal cold adaptation: Physiological and energetic factors” American Journal of Human Biology 14: 566-583

Nota: Este es el tercer artículo de la serie dedicada a analizar la importancia del factor térmico en la evolución humana. El próximo, cuarto y último, lo dedicaré a repasar los mecanismos fisiológicos que pudieron entrar en juego en la adaptación a medios fríos.

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