Esa conclusión es el resultado principal de un estudio en el que se preguntó a miles de personas de diferentes edades acerca de sus percepciones de cambio, tanto las relativas al pasado, como al futuro. En un primer análisis preguntaron a una muestra de personas (la mitad de un amplio conjunto) cuánto pensaban que habían cambiado en la última década en lo relativo a cinco rasgos básicos definitorios de la personalidad (responsabilidad, amabilidad, inestabilidad emocional, apertura a la experiencia y extraversión). Y a otra muestra de personas (la otra mitad del conjunto anterior) se les preguntó cuánto pensaban que cambiarían en los próximos diez años. En general, las personas entrevistadas acerca del pasado pensaban que habían cambiado bastante más que lo que pensaban que iban a cambiar los encuestados acerca del futuro. Además, cuanto mayor es la edad, menos percepción de cambio se experimenta, tanto con respecto a los últimos años como a los que vendrán. Esto último es lógico; de hecho, cada vez cambiamos menos al envejecer.
En un experimento independiente del anterior, los autores del estudio compararon los cambios reales que habían experimentado otras personas, distintas de las anteriores y también de diferentes edades, en esos cinco rasgos básicos. Y observaron que la magnitud del cambio era similar a la del que pensaban haber experimentado en la década anterior los sujetos del primer estudio, y superior al que pensaban que iban a experimentar los encuestados acerca del cambio futuro. Por lo tanto, la percepción con relación al pasado parece que es correcta. Pensamos que hemos cambiado en una medida similar al cambio que realmente hemos experimentado, pero subestimamos claramente la magnitud del cambio que experimentaremos en los próximos años.
En resumen, esta secuencia de estudios, en la que participaron cerca de 20.000 personas en total, permitió concluir que la gente subestima cuánto cambiará en el futuro. Los autores denominan a ese fenómeno la “ilusión del fin de la historia”. Estos resultados no ofrecen ninguna indicación en relación con la causa subyacente al fenómeno observado, pero según los autores del trabajo, podrían ser dos. Por un lado, la mayor parte de las personas piensan que su personalidad es atractiva, sus valores admirables, y sus preferencias las idóneas; y una vez que han accedido a tal estado de satisfacción, seguramente no les resultará nada conveniente pensar en un cambio. La gente, además, quiere creer que se conoce a sí misma muy bien, y un posible cambio amenazaría esa creencia. En resumen, estamos motivados para tener buena opinión de nosotros mismos y para sentirnos seguros con esa confianza; y es posible que la ilusión del fin de la historia nos ayude a que eso sea así. Y por el otro lado, ocurre que hay al menos una diferencia importante entre los procesos cognitivos que nos permiten mirar al pasado y los que nos permiten mirar al futuro, y es que la prospección es un proceso constructivo, mientras que la retrospección lo es reconstructivo; y resulta que construir cosas nuevas es normalmente más difícil que reconstruir las antiguas. La razón por la que esto importa es que si nos es más difícil imaginar la forma en que podrán cambiar los rasgos, valores o preferencias en el futuro, es probable que asumamos que esos cambios son improbables. En resumen, es posible que confundamos la dificultad de imaginar un cambio personal con la improbabilidad de que tal cambio se produzca.
En conclusión, tenemos una concepción muy equivocada acerca de nuestro futuro. Con el paso del tiempo cambian nuestras preferencias, valores y rasgos de personalidad, pero subestimamos la magnitud de ese cambio al dirigir la mirada hacia el futuro. Por eso, pensamos que dentro de diez años seremos muy parecidos a como somos ahora, a pesar, incluso, de que sepamos muy bien que hace poco tiempo éramos diferentes. El problema es que esa tendencia a pensar que no cambiaremos en el futuro puede afectar seriamente a las decisiones que tomamos, y ciertas decisiones pueden acabar siendo negativas precisamente por esa razón, por pensar que dentro de unos años seremos como somos ahora, tendremos los mismos valores y similares preferencias. Al fin y al cabo, la historia, aunque nos lo parezca, no acaba siempre hoy.
Fuente: Jordi Quoidbach, Daniel T. Gilbert, Timothy D. Wilson (2013): “The End of History Illusion” Science 339: 96-98 DOI: 10.1126/science.1229294
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