Moral y mercados, o… ¿cuánto vale la vida de un ratón?

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En apariencia, este artículo trata de ratones, pero en realidad no es así. Sus protagonistas, como en el resto de artículos de esta bitácora, somos los seres humanos. Hoy el tema es el mercado, y cómo, al parecer, erosiona valores morales.

La producción y el comercio de bienes genera a menudo lo que se denominan “externalidades” negativas, o sea, consecuencias negativas para terceras personas. Entre esas consecuencias, se suelen citar las condiciones laborales peligrosas o insanas, el trabajo infantil, el sufrimiento de animales, o el daño ambiental. Y según algunas interpretaciones eso ocurre porque, al participar en los mercados, estamos dispuestos a rebajar nuestros estándares morales, dando por buenas situaciones que no aceptaríamos en otros contextos. El trabajo que traigo hoy aquí ha tratado, precisamente, de abordar esta cuestión desde un punto de vista experimental, porque otro tipo de estudios, -basados en el análisis de condiciones sociales reales, ya sean longitudinales o transversales-, no permite obtener conclusiones claras.

Cuando se crían ratones de laboratorio con alguna característica especial (transgénicos, mutantes en algún gen, o cualquier otra) y si, por las razones que fuere, no son después utilizados, se sacrifican. Salvo por el rasgo que los distingue y que es el motivo por el que fueron criados, son ratones normales y sanos. Se sacrifican porque no hay razón que justifique el gasto que supondría el mantenerlos con vida. Pues bien, esos ratones fueron utilizados en una serie de experimentos que son los que glosaremos aquí brevemente. En total fueron nueve experimentos. Resumo a continuación los resultados de los cinco más significativos; los cuatro restantes se realizaron principalmente para dilucidar cuestiones colaterales o de índole metodológica que no afectan al núcleo de las conclusiones. No los he incluido por no alargar en exceso esta anotación.

En un primer experimento a los participantes se les dio a elegir: o permitir que uno de esos ratones sobrantes de los estudios científicos viviese el resto de su vida (unos dos años más) en condiciones cómodas y saludables, o recibir 10€ si estaban dispuestos a que el ratón fuese sacrificado. El 46% de los participantes optaron por los 10€.

En un segundo experimento, en vez de realizar ofertas individuales, se organizaron mercados bilaterales, formados por parejas en las que a una de las personas (el vendedor) se le encomendaba la vida del ratón y, tras una serie de regateos o negociaciones (se estableció un máximo de diez rondas de oferta y contraoferta), podía acordar con la otra (el comprador) la forma de repartirse 20€ a cambio de la vida del ratón. Una vez alcanzado un acuerdo, el vendedor recibiría el precio estipulado y el comprador el resto del dinero hasta los 20€. Si alguno de los dos no aceptaba participar, ninguno recibía nada. En este experimento, el 72% de los vendedores estuvieron dispuestos a que se sacrificase el ratón a cambio de una cantidad igual o inferior a 10€.

El tercer experimento era igual que el anterior, pero los mercados eran multilaterales, formados por nueve vendedores y siete compradores. También a lo largo de diez rondas podían hacer ofertas unos a los otros; los precios ofertados eran visibles para todos los participantes pues se proyectaban en una pantalla de manera continua. En este experimento el 76% de los vendedores estuvieron dispuestos a que se sacrificase el ratón a cambio de una cantidad igual o inferior a 10€.

En el cuarto experimento se ofrecieron a los participantes cantidades crecientes de dinero (con incrementos sucesivos de 2,5€) a cambio de la vida del ratón. Un 43% de los participantes estuvieron dispuestos a aceptar cantidades iguales o inferiores a 10€ a cambio de permitir su sacrificio. Adicionalmente, en este experimento se comprobó que para que un 72% de los participantes aceptasen que el ratón fuese sacrificado (porcentaje que aceptó en el experimento nº 2 cantidades de 10€ o inferiores), la oferta tuvo que llegar a los 47,5€. Y para que ese porcentaje fuese del 76% (porcentaje que aceptó en el experimento nº 3 cantidades de 10€ o inferiores), la oferta debía llegar a 50€.

En el quinto experimento se reprodujo el nº 3, solo que en éste no era la vida del ratón la que estaba en juego, sino un cupón para adquirir bienes en la tienda de la universidad. Esto es, lo que estaba en juego no era un valor moral, sino un valor material. Este experimento permitió comprobar que mientras la vida del ratón iba perdiendo valor de una ronda a la siguiente (de las 10 en las que se regateaba), el valor del cupón se mantuvo constante. La vida del ratón empezó valiendo 6’4€ y acabó en 4,5€.

Llegados a este punto habrá quien objete que el comportamiento de las personas dependería mucho de su situación económica particular. Y seguramente así es, pero en estos experimentos, las personas que participan se encuentran en situaciones similares, por lo que ese posible efecto está descartado a priori. Otros objetarán que la vida de un ratón no tiene ningún valor en términos morales. Pero de nuevo la cuestión es otra, ya que lo que se hace en estos experimentos es comparar. En principio cabe suponer que la consideración moral de la muerte o el mantenimiento con vida de un ratón es algo que no varía en promedio entre unas condiciones experimentales y otras. O sea, si la vida de un ratón es o no un bien moral a preservar, no depende de que la persona concernida actúe en privado o lo haga en un mercado.

En conjunto, estos resultados confirman que, al menos bajo las condiciones utilizadas en este trabajo y por comparación con las decisiones que se toman en la esfera individual, el mercado tiende a erosionar valores morales. Los autores del trabajo proponen que hay tres tipos de razones para que esa erosión ocurra. En primer lugar, para cerrar un trato, en los mercados se requiere el concurso de, al menos, dos personas, por lo que la responsabilidad y los posibles sentimientos de culpa se pueden compartir y, por lo tanto, pueden perder intensidad. En segundo lugar, la interacción en el mercado proporciona información acerca de las normas que prevalecen en la sociedad. Al fin y al cabo, el observar a otros comerciar e ignorar los estándares morales puede hacer que la búsqueda en exclusiva del interés propio se considere éticamente permisible. Y en tercer lugar, los mercados hacen que se ponga el foco en aspectos materialistas tales como el regateo, la negociación y la competencia, lo que puede distraer la atención de las posibles consecuencias adversas y de las implicaciones morales del comercio.

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Así pues, si estas conclusiones son extrapolables al mundo real, al de la producción e intercambios  de bienes y servicios en la vida real, sería cierto que el mercado, por comparación con las acciones individuales, rebaja los estándares morales. Y la verdad es que ya hay indicaciones de que así ocurre. En el mundo real nos quejamos a menudo de que haya países en los que se permite el trabajo infantil en condiciones de extrema dureza; también rechazamos la explotación de los trabajadores en los países pobres; hay personas a las que repugna que los animales que se crían en granjas para alimentarnos sufran y se encuentren en condiciones “penosas”; y lamentamos el deterioro ambiental que ocurre a causa del consumo de energía y materias primas que se necesitan para mantener nuestro nivel de consumo y bienestar. Hace tan solo unas semanas, más de 1.000 personas han muerto como consecuencia del derrumbamiento de un edificio en Bangladesh en el que se fabricaban prendas de ropa que compramos en establecimientos comerciales de los países occidentales. La tragedia ha puesto de relieve un hecho por lo demás bien conocido. Los consumidores occidentales tenemos acceso a bienes baratos en parte porque su producción se realiza en condiciones que no respetan los mínimos de seguridad, higiene y dignidad que exigimos en nuestros propios países.

Y sin embargo, a la hora de la verdad se ignoran esos mismos estándares morales cuando actuamos como consumidores, cuando buscamos las camisas más baratas o cuando pagamos por un teléfono móvil un precio con el que entre nosotros solo se podría, en el mejor de los casos, fabricar la funda de plástico.

Los experimentos mostrados aquí ponen de manifiesto que incluso en situaciones tan sencillas y tan palmarias (por próximas e inmediatas) como las ensayadas, se verifica esa tendencia a rebajar el nivel de exigencia. Así pues, con más razón y en mayor medida ocurrirá eso mismo cuando la actuación en el mercado no tiene consecuencias ni inmediatas ni próximas. Y por lo tanto, no parece que apelaciones a la moral de la gente resulten de alguna eficacia si lo que se pretende con ellas es reducir o aliviar las externalidades negativas del funcionamiento de los mercados.

Por prudencia, creo que lo mejor será dejar aquí la reflexión, porque no es propósito de esta anotación ni de esta bitácora abordar asuntos que son más propios del debate ideológico o doctrinal en materia de modelos socioeconómicos. Para eso ya hay otras bitácoras. Y es que a las anteriores habría que añadir otras consideraciones para que, de seguir con la reflexión, ésta resultase equilibrada.

Fuente: Armin Falk y Nora Szech (2013): “Moral and Markets” Science 340: 707-711

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6 pensamientos sobre “Moral y mercados, o… ¿cuánto vale la vida de un ratón?

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  3. Pepe

    La conclusión es buena, pero las premisas débiles. Un ratón es considerado por muchos (yo incluído) una alimaña. Si hubieran sido perros o gatos la conclusión hubiera sido muy distinta. Una cosa es conocer el destino del animal y otra saber si esa camiseta de Nike tan chula viene de una fábrica explotadora. Algunas veces será así y otras no, tampoco es que haya mucha información al respecto. Y además está la paradoja del enano: en TVE se prohibió que salieran enanos para evitar denigrarlos y tal. El resultado fue que se quedaron sin trabajo. El que se deja explotar es porque la alternativa que tiene es morirse.

    1. Juan Ignacio Pérez Iglesias

      Tu primera consideración ha sido ya mencionada y valorada en el texto. En efecto, la vida de un ratón no es un bien moral para muchas personas. Pero lo relevante es el cambio que se produce entre el comportamiento privado y el comportamiento en el mercado. Y en relación con la paradoja a la que aludes, ese es otro asunto. Es muy importante, pero no es objeto de esta investigación.

  4. David Donaire

    Como dicen en otros comentarios los ratones no son muy considerados normalmente, o al menos mucha gente, como un especie a “proteger”. Por otro lado, cuando se quiere analizar algo en términos morales, gradualmente, “más moral” o “menos moral”, hemos de comparar con una alternativa, en este caso al mercado. No se ha hecho una alternativa, parece que los “mercados rebajan la exigencia moral” pero ¿respecto a qué? Uno asocia “dinero” como “bien-mercancía de intercambio” con el mercado y con el sistema capitalista. Pero, suponiendo la alternativa al mercado, es decir, la planificación desde un poder político, debemos evaluar cuál es la exigencia moral del poder político. No quiero parecer sesgado pero los ejemplos son la URSS, Alemania Nazi, Corea del Norte, Cuba y China, sobre todo antes. Algunos más como Alemania Oriental, etc. Son países donde se han dado alternativas al mercado y ha sido la distribución de los recursos dada por planificación del poder político. Creo que son evidentes los resultados.

    Aun más, habría que considerar la axiología intuitiva que emplean los experimentadores, así como la del firmante de la conclusión. Yo por ejemplo, creo que es esencialmente justo, o mejor, “ético”, puesto que en la transacción de mercado la parte “dañada moralmente” al aceptar los costes psicológicos de la muerte del ratón ha sido resarcida. Ahora, el precio de tal resarcimiento es subjetivo y, por ende, el único sujeto moral es, pues, el individuo que decide. Depende de sus valores morales, de su educación, etc. No se puede vertir la culpa al mercado bajo una consideración ideológica previa.

    Por último, no se han estudiado cuáles son los mecanismos con que el mercado (no intervenido) palia sus externalidades. Existen muchos mecanismos de mercado para eso y la mayoría de las externalidades son causadas por la intervención estatal coartando la libertad de los agentes. Básicamente, yo, personalmente, creo que coartar la libertad de dos partes pactantes, una vez delimitados los derechos de propiedad, y sin afectar, por tanto, a terceros, la veo como un atentado ético al violar la voluntad de ambos.

    1. Juan Ignacio Pérez Iglesias Autor

      “¿Con respecto a qué?” Con respecto al valor que dan los participantes a la vida de los ratones cuando no hay negociación bilateral o multilateral. Eso es lo que se compara.

      Y en relación con el resto de cuestiones, no eran objeto del trabajo glosado, y esa es, entre otras, la razón por la que acaba mi artículo como acaba. Precisando: soy decidido partidario del mercado, pero este artículo no era el lugar para manifestar mis preferencias.

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