La pobreza en la niñez deja huella emocional

Oliver

La pobreza en la niñez tiene efectos duraderos sobre la actividad de determinadas áreas del cerebro. En particular, parece que los tiene sobre la de áreas implicadas en la regulación de las respuestas emocionales. Y ese efecto se produce por intermediación de una estado de estrés crónico.

Esta es la conclusión principal de un estudio realizado con una amplia cohorte de niños a los que se les ha seguido desde una edad de 9 años y se les ha controlado a las edades de 13 y 17 años. En esos controles se determinaba el nivel de ingresos familiares, así como un conjunto de seis indicadores de estrés crónico, tres relacionados con factores psicológicos (separación del hijo de la familia, violencia, y caos familiar) y otros tres con factores físicos (ruido, hacinamiento y calidad de la vivienda). A la edad de 24 años a una muestra de 49 individuos se les midió la actividad de diferentes áreas cerebrales (mediante fMRI) al ser expuestos a escenas que provocan emociones negativas y, posteriormente, a esas mismas escenas tras ofrecerles elementos interpretativos que anulaban el carácter negativo de la escena. En cada circunstancia, los individuos debían valorar el desagrado que les causaba la visión de la imágenes.

Los sujetos incapaces de regular sus emociones valoran del mismo modo el sentimiento -desagrado, en este caso- que les provocan las escenas, con independencia de los elementos interpretativos que se les proporciona, mientras que si son capaces de regularlas, la valoración de una escena cambia dependiendo de los elementos interpretativos. Para que se entienda esta cuestión, valga el ejemplo de que una persona en una misma imagen puede parecer que está llorando o puede parecer que está riendo. O, incluso, puede ser un actor que representa estar llorando. Por lo tanto, si a los sujetos se les proporcionan esos elementos para interpretar las escenas, parece lógico que cambie el desagrado que les producen. Las diferencias de actividad neurológica obtenidas entre los registros de la situación negativa y de la situación “reinterpretada” se suponen que reflejan el efecto del cambio de valoración y, por lo tanto, se interpretan ligadas a la capacidad para regular emociones. A eso se denomina “reevaluación”.

El resultado más importante es que cuando los individuos que participaron en el estudio reevaluaron las escenas, se observó que cuanto menores habían sido los ingresos familiares cuando ellos tenían 9 años de edad, menor era la actividad de dos áreas concretas del cerebro, las cortezas prefrontales dorsolateral  (DLPFC) y ventrolateral (VLPFC), y mayor la de otra, la amígdala. Sin embargo, el nivel de ingresos de los sujetos en el momento de hacer las determinaciones de actividad neurológica no se relacionaba con variación alguna de ésta.

dorsolateral-prefrontal-cortex1La corteza prefrontal (PFC) y la amígdala juegan un papel crítico en la regulación del estrés y de las emociones. La amígdala detecta las amenazas del entorno y reacciona ante ellas activando lo que se conoce como respuestas de estrés. La corteza prefrontal controla la actividad de la amígdala. Y más concretamente, las cortezas prefrontales ventrolateral, dorsolateral y media desarrollan estrategias cognitivas implicadas en la regulación de las emociones. Por otro lado, es conocido que el estatus socioeconómico incide en las funciones de la amígdala y de la corteza prefrontal.

amígdala

Por otra parte, ese vínculo entre menores ingresos familiares en la infancia y niveles más bajos de actividad de las DLPFC y VLPFC en jóvenes adultos, están mediada por lo factores estresantes crónicos citados más arriba. La interpretación que proponen los autores del trabajo es que la situación de pobreza familiar durante la infancia conlleva condiciones de vida estresantes de carácter crónico, tanto desde el punto de vista del entorno humano como del entorno físico. Y es el estrés crónico el que afecta a ciertas estructuras cerebrales implicadas en la regulación de las emociones, como las que hemos visto aquí. Por ello, al tratarse de efectos de carácter estructural, sus consecuencias se prolongan hacia la edad adulta.

Las implicaciones de este estudio son importantes, pues ponen de manifiesto el gran alcance que pueden llegar a tener las condiciones de privación o necesidad durante la niñez. En este caso se ha analizado un aspecto en concreto, el de la regulación de las emociones, pero otras funciones neurológicas se ven, con toda seguridad, igualmente afectadas por el estrés durante los primeros años de vida. Era sabido que la pobreza durante la niñez eleva el riesgo de sufrir ciertas patologías mentales y también enfermedades físicas en la edad adulta. El estudio que hemos visto aquí describe una vía por la que esos efectos pueden producirse, pues del funcionamiento de las emocione dependen buen número de procesos.

Fuente: Pilyoung Kim, Gary W. Evans, Michael Angstadt, S. Shaun Ho, Chandra S. Sripada, James E. Swain, Israel Liberzon, and K. Luan Phan (2013): Effects of childhood poverty and chronic stress on emotion regulatory brain function in adulthood PNAS 110 (46): 18442-18447

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12 pensamientos sobre “La pobreza en la niñez deja huella emocional

    1. Juan Ignacio Pérez Iglesias Autor

      El papel de la pobreza no es “aislable” en un estudio de estas características. Los investigadores trabajan con familias de diferentes estatus socioeconómicos, porque esa es la variable cuyos efectos se pretenden estudiar y para cuyos efectos hay una hipótesis de partida. No es imposible que haya otros factores que covaríen con el estatus socioeconómico e, incluso, que lo determinen. De ser así, la relación causal sería otra. Pero la posibilidad de que haya factores no controlados que covaríen con los ingresos familiares se me antoja remota, como supongo que les pasaría a los investigadores. Por lo tanto, con todas las reservas que cualquier estudio de estas características requiere, creo que no hay hipótesis alternativas mejores. Lógicamente, es muy importante el hecho de que el trabajo parta de observaciones anteriores consistentes en que las condiciones ambientales afectan al funcionamiento de la mente en diferentes aspectos, y que, en este caso, los autores proponen un mecanismo concreto; lo proponen y lo evalúan.
      Las diferencias podrían, sí, ser explicadas por otro factor, siempre que, como he dicho antes, haya alguno que covaríe con el estatus socioeconómico pero que no sea consecuencia de éste, sino causa del mismo, o sean ambos consecuencia de un tercero. La única alternativa que se me ocurre es que las diferencias entre los individuos fuesen de base genética y que diferentes rasgos mentales heredados explicasen toda las variaciones observadas. Pero aunque suelo tender a pensar que los rasgos heredados tienen más influencia de la que se les suele atribuir, no creo que sea este el caso, entre otras cosas porque la explicación que aporta la intermediación del efecto del estrés me parece muy sólida desde el punto de vista del mecanismo orgánico (neurofisiológico) implicado.

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  2. EvilGenius

    Habla de nivel socio-económico cuando podría ser el nivel sociocultural resultado del primero y entonces no sería el dinero (o su carencia) la causa sino el conocimiento o la cultura.

    1. Juan Ignacio Pérez Iglesias Autor

      Lo que proponen, y documentan, los autores es que el efecto se produce a través de factores de estrés (psicológico y físico). Y esos son factores ligados al estatus socioeconómico. No obstante, en la práctica, y para grupos grandes de población, dudo que puedieran diferenciarse estadísticamente estatus socioeconómico y estatus sociocultural; hay muy alta correlación entre ambos.

  3. Joseba

    Muy interesante y revelador…

    Por lo que tengo leído, evidencias como la que se explican en este artículo refuerzan el planteamiento o tesis de Jesse Prinz, filósofo experimental que algunos etiquetan dentro del relativismo moral.

    ¿Qué os parece? ¿Es la maleabilidad que tenemos la que da más peso a la “cultura” o todo es innato, determinado o muy condicionado genéticamente?

    CC. César.

    Un saludo.

  4. César Tomé López

    No conozco de este estudio más que lo que aquí se dice. Basándome sólo en ello lo primero que viene a mi cabeza es lo de correlación no implica causalidad: ¿cómo saben los investigadores que los efectos en el desarrollo encefálico de los niños no han comenzado mucho antes? Incluso antes de ser concebidos. Se ha demostrado que las situaciones traumatizantes para los padres (no las madres) antes de concebir al hijo pueden alterar la expresión genética del infante de forma sustancial. Se ha identificado este efecto epigenético en el páncreas o el hígado (véase http://www.experientiadocet.com/2011/01/la-hambruna-del-padre-predispone-al.html ), pero también en el aspecto emocional: los miedos traumáticos se heredan (véase http://edocet.naukas.com/2013/12/03/de-epigenetica-alimentacion-fobias-e-inteligencia/).

    Por lo tanto, este estudio no viene a apoyar la tesis de Prinz, sino a añadirse a algo que apunta a algo que es mucho más complejo: la interrelación entre genes, expresión de esos genes, y ambiente en el desarrollo propio y en el de tus progenitores (en varias generaciones). Prinz está en contra del nativismo moral pero, por ejemplo, con lo que sabemos parece plausible sospechar que las moralidades de los distintos pueblos estén muy relacionadas con su pasado genético-histórico y que un bosquimano criado en Nueva York por una familia italiana, desde bebé, desarrollará miedos, fobias y pautas éticas no explicables completamente sólo por el ambiente en el que se ha criado.

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  7. Belen

    Una pregunta: ¿sabeis si se mantenían los mismos resultados en individuos que habían estado sometidos a factores de estrés crónico (separación del hijo de la familia, violencia, y caos familiar) , pero con ingresos familiares, por ejemplo medios?
    Gracias!

    1. Juan Ignacio Pérez Iglesias Autor

      Habría que preguntar a los autores de la investigación (la referencia se abajo) si sus datos permiten extraer ese tipo de conclusiones, pero el tratamiento estadístico de los datos no diferencia por grupos, sino que trabaja con unidades familiares y a partír de ahí, y mediante análisis de correlación y de mediación, llega a esas conclusiones.

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