La huella social de nuestros zapatos y el coste de la seguridad

Antes de desarrollar el doble tema del post de hoy, me permito acercaros algunas noticias, todas ellas de esta semana en curso, con un breve comentario. Porque además de la huelga general de ayer, jueves 29 de marzo, y de los zarpazos de todo tipo que prodiga la crisis económica, temas ambos profusamente tratados en todas partes, hay otros asuntos a los que cabe prestar atención, pienso.

El suelo (tipo de interés mínimo) que establecían muchas hipotecas firmadas en la época del boom inmobiliario impedirá que buena parte de los usuarios se beneficien de la última bajada del Euribor, que está ya por debajo del 1,5%. ¿Quién nos iba a decir, cuando estaba al 5,5% (octubre 2008), que el Euribor iba a bajar hasta el 1,5%? Nos las prometíamos tan felices cundo se firmaron esas cláusulas suelo… En esto, bancas y cajas sí fueron previsores y se cubrieron, por si acaso, las espaldas; si hubieran actuado con tanto celo y diligencia en otras operaciones, apuesto a que no estaríamos donde estamos o no tan mal, porque ya sabemos de dónde viene esta crisis. Pero el partido no ha terminado. Una nueva sentencia, de la que tuvimos noticia ayer, jueves, y dictada por la Audiencia de Burgos considera abusivas estas cláusulas suelo. Si la quieres revisar un poco, puede verse aquí, por deferencia de OCU.

McDonalds y Burger King aumentan, en 2011, número de establecimientos, ventas y beneficios empresariales. De media, cada restaurante McDonalds factura cada año en nuestro país 2,2 millones de euros. El negocio del fast food resiste a la crisis: ¿es, la de estas multinacionales una fórmula empresarial inexpugnable, han sabido adecuar tan bien sus negocios a la coyuntura de crisis, son los mercadona de la restauración? ¿en época de crisis, tendemos más a la comida rápida, sabrosa y, sobre todo, barata?

Las ventas del comercio minorista español retrocedieron en febrero un 3,4% interanual. Se modera la caída de enero (4,6%), pero se suman ya 20 meses ininterrumpidos de bajadas, tendencia iniciada en julio de 2010, justo tras la subida del IVA. Cuesta encontrar mejor termómetro de la salud económica de un país que el dato de ventas del comercio. Refleja dos claves esenciales: la capacidad de gasto y el estado de ánimo de la gente. Y da la impresión de que ambos están escuálidos. Tenemos el mismo o menos dinero que hace dos años, y el futuro se ve sombrío no, lo siguiente, como se dice ahora. Es así que respondemos, todos, gastando menos. Unos por razones obvias, otros por miedo o por prudencia. El escenario, muy problemático: cierre progresivo de tiendas, más paro en uno de los sectores más empleadores (en el último año se ha perdido más del 1,5% del empleo del comercio en Euskadi), menos facturación de las empresas…, sí, este círculo vicioso, de puro repetido, resulta agotador y deprimente. Pero, ¿cómo va a gastar la gente si no tiene dinero, ni confianza, ni humor para hacerlo?

Sube, por segunda vez este año, la factura de la luz. El precio aumentará en abril, entre el 3% y el 5%, y todo apunta a que, a no tardar, subirá aún más, porque la deuda energética con las empresas productoras y distribuidoras todavía no está saldada. Y no hay vuelta atrás: lo deja bien sentado el Tribunal Supremo, que dio recientemente la razón a las eléctricas. A los usuarios, estas decisiones nos dejan, perplejos y enfadados. Y es que no puede ser. Si dedicamos unos minutos a estudiar la factura de la luz, versión Tarifa Último Recurso (TUR), la más habitual en nuestro país, y leemos un poco lo que se ha escrito al respecto, la indignación es difícil de evitar: impuestos e IVA representan casi el 20% del total; las subvenciones a las renovables (sí, la eólica, la solar…) se llevan otro casi 20%; y de los otros tres o cuatro pellizcos más, destaquemos la amortización del déficit de tarifas acumulado todos estos años. La producción y distribución de la energía (incluidas las ayudas al carbón) suponen sólo el 46% de la factura. Un desatino, lo mires como lo mires; una auténtica ruina, un aumento del gasto ineludible que atenta contra la economía doméstica de las familias y la productividad de las empresas. Cuesta creer que personas inteligentes en posesión de sus facultades hayan consentido en dejar gangrenar este asunto de las tarifas eléctricas durante décadas y, lo peor, hayan pospuesto la cura de la enfermedad hasta un momento como el actual, en el que la terapia es tan inoportuna y agresiva como un zarpazo en plena cara nada más despertar. Pensar que hasta hace pocos años vivíamos casi en la prosperidad y no se tomaron estas medidas. ¡País!

La pensión del abuelo, estirada a modo de chicle solidario. Las personas mayores acogen en casa a hijos y nietos, todos juntos a vivir de la pensión de jubilación. En España, hace cinco años sólo el 6% de los hogares sustentados por un mayor de 65 años tenía a todos sus miembros en paro; hoy son el 18%, tres veces más. Más de 300.000 familias en las que nadie trabaja conviven con un jubilado, de quien viven. Es una maravilla lo solidaria que es la gente (en este caso, los mayores) con sus familiares; felicitémonos de ello, no en todos los países son así las cosas. Pero es una situación insostenible en el tiempo. Los sacrificios deben tener fecha de caducidad, hay que poner fecha a la remontada. ¿ Se atreve alguien?

Sigue la polémica sobre el sistema de recogida de basuras implantado en un número creciente de pueblos y ciudades guipuzcoanos. La discusión -dejando a un lado la confrontación política- tiene varios frentes que nos afectan como usuarios. Destacaría tres: la recogida selectiva de cada tipo de producto en días concretos, la separación específica de los residuos orgánicos y, por último, la negativa al uso de incineradoras para eliminar la basura orgánica y no reciclable. El último problema es que la ampliación del Puerta a Puerta a más pueblos guipuzcoanos ha aumentado, lógicamente, la cantidad de materia orgánica a tratar, llegando a colapsar la única planta de compostaje guipuzcoana y forzando a las autoridades del territorio a exportar cientos de toneladas de basura de(sa)gradable a Iparralde y a Castilla.
Esta sacudida al sistema convencional de recogida y tratamiento de basuras que supone el Puerta a Puerta guipuzcoano plantea muchas cuestiones importantes. Una es el mayor compromiso e implicación que, día a día, exige a la ciudadanía en un tema que no puede ser más cotidiano y doméstico; y otras dos, no menores, son el relativo cuestionamiento que supone a la sociedad de consumo tal y como la conocemos y vivimos, y el debate que plantea sobre cuál es el sistema de recogida y tratamiento de residuos urbanos más eficiente en lo económico y más sostenible en lo social y medioambiental. Difícil ecuación: no se trata de matemáticas; es aún más complejo, pero habrá que comenzar a despejar las incógnitas.

Muere un niño de 3 años atrapado en los barrotes de la valla que circunda su centro de educación infantil de Tafalla. Un auténtico drama y, por mucho que duela decirlo, evitable. Y lo mismo puede decirse de la tragedia que ha sufrido otra guardería, en este caso de Castelldefels (Barcelona), donde un niño de año y medio ha muerto después de atragantarse mientras comía una pieza de fruta, lo que le ha provocado una parada cardiorrespiratoria. La seguridad, y reducir lo imprevisible y sus repercusiones a su mínima expresión, es uno de los más patrimonios más identificativos de sociedades desarrolladas como la nuestra. Lo que explica que cuando ocurren accidentes como estos dos, en centros escolares y con víctimas tan vulnerables y necesitados de protección como estos niños tan pequeños, los engranajes de toda nuestra estructura social chirríen y las preguntas hirientes afloren. El drama, por evitable, resulta inasumible y buscamos responsables, porque alguien tiene que tener la culpa, “lo normal es que esto no pase”. La pregunta es: ¿cuánto estamos dispuestos a pagar como sociedad –medidas de seguridad en los centros escolares, personal específico para implantarlas y seguirlas cotidianamente, técnicos especialistas que controlan el cumplimiento de la formativa…- para que no ocurran estos accidentes?, y ¿hasta dónde cabe exigir celo y control a los educadores y al personal no docente que velan por la seguridad de los pequeños?. Extremar las medidas de seguridad, además de resultar caro, deviene incómodo, latoso y, muchas veces, resulta en exceso prolijo y poco práctico. Pero todos somos hijos de nuestro tiempo y al final acabamos comprendiendo que todo no se puede controlar, que las cosas ocurrieron de modo fortuito, y así, poco a poco, va pasando el tiempo, se apaga la luz de alarma, y a otra cosa. Pero no veo yo
cómo plantear estas disquisiciones a quien alimenta fundadas sospechas de que su hijo seguiría vivo si las medidas de seguridad exigibles en una sociedad como la nuestra se hubieran respetado.

“Trabajadores en condiciones de semiesclavitud en países del tercer mundo, maltrato animal, deforestación… es la cara oculta de la industria del calzado. Estudiamos la ética de 17 conocidas marcas de zapatos, y encontramos una fea realidad”. Así resume la OCU la investigación que compara la responsabilidad social de las empresas de calzado (condiciones de trabajo de las factorías, impacto medioambiental del curtido de la piel, bienestar animal en el proceso de obtención de la piel y transparencia informativa), tras una visita a sus factorías de producción de Brasil e India. Muchas marcas suspenden (probablemente, una es la de los zapatos que llevas puestos): de un total de 17 sólo aprueban 5; y 8 de ellas no alcanzan siquiera 10 puntos de los 100 posibles, cuando hay tres que llegan a los 75 puntos. No es nada nuevo ni desconocido. Todos lo sabemos, hasta el punto de que el modo inhumano e insensato en que se producen en los países de origen, inevitablemente subdesarrollados, artículos que conforman ya nuestra vida más cotidiana, es una de las heridas que más supura en nuestra sociedad de consumo. Y la solución al problema es enrevesadamente compleja. Pensemos en cuántos de nosotros compramos productos de comercio justo. Sí, esos que venden algunas ONGs -y ciertas cadenas de distribución, pero de modo solo testimonial- y garantizan que en las fábricas o instalaciones en que se elaboraron rigen unas condiciones laborables dignas (en ese país, no en el nuestro) y que sus trabajadores reciben un salario justo (id. de lo anterior), que no se explota a los niños y que no se agrade irremisiblemente al entorno natural, entre otros requisitos. Porque ese, el consumerismo activo y comprometido es un interesante camino para construir un mundo mejor. Y sí, claro que sí, los productos de comercio justo salen algo más caros que los normales.

¿Y el postre musical?

Pues como sigue la racha de fantásticos conciertos en tierras vascas, aprovecho la ocasión para poneros una canción de Mr M, el nuevo disco de LAMBCHOP (actúan mañana, 30 marzo, en Bilbao), unos Tindersticks en versión americana, esto es, con influencias más del jazz y el country que del rock británico. La herencia del soul cadencioso y envolvente con ronca huella de songwritter, por suerte, la comparten las bandas lideradas por el dandi Stuart Staples y el afable Kurt Wagner, que tal es el nombre de este encantador personaje natural de Nashville, cuna del country clásico.El disco de Lambchop, imponente y tranquilo, melancólico y desengañado, adulto y rebelde, elaborado y seductor, lo compuso Wagner en homenaje a su amigo Vic Chesnutt, leyenda del folk-rock experimental dramáticamente desaparecido hace menos de tres años.
Que os guste.

2 thoughts on “La huella social de nuestros zapatos y el coste de la seguridad

  1. Manuela

    Hola
    Me gustan mucho los comentarios de Ricardo y los temas que elige. No suele ser habitual encontrarlos en la prensa diaria. Quizas porque casi siempre hay detrás una marca comercial, qu epor otro lado no se menciona. El de los zapatos me ha gustado especialmente. Recuedo que antes el calzado de piel era un prodcuto, respecto al resto de las prendas de vestir, caro. Y ahora se ha equilibrado muchicimo y pienso si antes nos robababn o ahora nos lo regalan. Ayer mismo estaba con mi hemanan paseando por mi pueblo viendo escapartes y me sorprendia las diferencias entre uno precio y otro. ¿Como hacer para no caer en la trampa de productos fabricados en el tercer mundo bajo explotacion?. Es dificil resistirse a comprar mas barato con los tiempos que vivimos.

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  2. Carnet

    Debe existir un equilibrio justo entre los productos baratos y la conciencia de consumidor. Es de suponerse que si adquirimos un zapato producto de la explotación, es que apoyamos ese sistema, aunque también es claro que los que aquellos que participan en el proceso de su creación (los obreros) tienen la necesidad del trabajo y por muy malas que sean sus condiciones no van a renunciar. Así pues la única medida (la de corto plazo) es no comprar para que, junto con una capaña de presión a las empresas, los grandes emporios entiendan que no deseamos consumir más sus productos.
    La idea no es dejar de consumir a largo plazo y optar siempre por lo más caro, sino sacrificar un poco del costo con tal de que los productos sean mejores en todos los sentidos (si ellos trabajan con químicos tóxicos, nosotros los usamos) pero sin caer en los altos precios que traen consigo la mano de obra en países de “primer mundo”.

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