Nos quedamos sin Rebajas, ¿o no?

Nos recordamos, hace una semana, en plenas Rebajas y aprovechándolas quien podía y tenía humor para hacerlo, muy asustados por la dimensión de la crisis económica y por esas preocupantes noticias de los mercados financieros que han ido agravándose con el paso de los días, cuando

dentro del amplio paquete de medidas liberalizadoras del comercio impuestas por el Gobierno central nos topamos con una sorpresa: se van a eliminar las Rebajas tal y como las conocemos

esto es, reguladas por ley hasta su más ínfimo extremo, y cada comerciante podrá hacer –o no- rebajas cuando quiera y prácticamente como le venga en gana, sin atenerse a periodos concretos, reducciones mínimas de precio ni otros condicionantes específicos, como que el artículo rebajado hubiera estado a la venta antes de darse inicio a las Rebajas.

Unas de invierno, que daban inicio justo después de Reyes y por razones que no se le escapan a nadie, y otras de verano, que comenzaban a primeros de julio; en total, hacían cuatro meses al año de ventas a precio muy reducido, instaurados desde hace décadas con la finalidad que las tiendas puedan despachar lo que les queda por vender del género de temporada y sustituirlo en las baldas por el de la siguiente, ya con los nuevos diseños.

Se pretende, con esta medida, que cada empresa -grande,mediana o pequeña o ínfima- decida libremente si quiere o no hacer rebajas, en qué semanas o días concretos y durante cuánto tiempo. Por tanto, se elimina un elemento más del complejo y nutrido arsenal de intervenciones -que definiremos como no imprescindibles, para no polemizar- del Estado en la actividad empresarial; en este caso, en un sector muy concreto, el comercial, y dentro de él, fundamentalmente el de textil, complementos y afines. Da la impresión de que el Gobierno reacciona ante las presiones de la UE tomando decisiones que podrían ser más drásticas pero que no dejan por ello de ser importantes y de que lo hace sin reparar mucho en las quejas de más de la mitad del sector (todo lo que no es grandes centros comerciales, grosso modo) ni de los sindicatos. Cuando decimos “reacciona”, queremos decir que actúa urgido, presionado por una UE que exige la liberalización paulatina de un mercado que considera demasiado regulado por la Administración, particularmente en lo que atañe a la protección del pequeño comercio. La Comisión de Defensa de la Competencia, por cierto, lleva años pidiendo que la ley de Rebajas sea derogada.

Para comprender la coyuntura y el contexto en que se produce el cambio legislativo sobre las Rebajas y el alcance de la iniciativa, recordemos que el Gobierno central ha decidido ampliar a partir de 2013 los horarios comerciales del mínimo actual de 72 horas a 90 horas semanales, aumentar los domingos y festivos de apertura hasta un mínimo de 10 días al año frente a los ocho ahora vigentes, y potenciar las zonas de afluencia turística con una norma que obligará a 14 ciudades (entre ellas, Bilbao) a delimitar un área con libertad de apertura comercial en domingos y festivos. Asimismo, se dará completa libertad de apertura a cualquier establecimiento comercial de superficie inferior a 300 metros cuadrados, cuando anteriormente el máximo era de 150 metros cuadrados.

Volviendo al tema que nos convoca hoy, insisto: las Rebajas no están para beneficiar al cliente

se crearon hace décadas (si bien no fue hasta 1996 en que se normativizaron hasta casi el último detalle), para dar solución a un problema de los comerciantes. Ya después, se redactaron normas que preservaban los derechos de los consumidores, y la cosa ha funcionado más o menos correctamente desde entonces. Pero la cadencia de hechos es esta, no otra. En realidad, siempre ocurre así. Son muy pocos los cambios relevantes adoptados por el comercio, y por extensión, por la economía, con el objetivo de dar satisfacción a los consumidores: son otras las fuerzas y poderes que presionan a la Administración y que compiten entre sí en un pulso sostenido a lo largo del tiempo y consiguen que aquella dicte e implante normas y más normas (el del comercio es uno de los sectores más regulados en España, sino el que más) que acabarán convirtiéndose en costumbre, pero que no actuarán en beneficio de los consumidores y la ciudadanía en general, sino atendiendo a otros intereses.

Uno querría ir al banco, al restaurante, a las oficinas municipales, al bar, al dentista, al notario… y a comprar viandas o ropa cuando puede, cuando sus propios horarios laborales, personales o familiares se lo permiten o aconsejan; y, puestos a pedir, también cuando le apetece. Y dado que aun siendo caprichosos, insolidarios y egoístas no dejamos de ser razonables, nos conformaríamos con que las (presumiblemente, pocas) entidades y empresas que quisieran y pudieran atendernos cuando a nosotros nos es posible y nos place, puedan hacerlo.

Si prefiero comer a las doce y media, por mucho que el uso común sea hacerlo de una y media a tres de la tarde, me gustaría encontrar algún restaurante que comience a dar comidas a las doce o doce o media, aunque solo fueran un par de ellos en toda la ciudad. Probablemente, no seré el único cliente que prefiera alimentarse a esa hora; de hecho, es la costumbre en muchas ciudades europeas. Pero si los restaurantes, unidos como sector, acuerdan que permitir que se comience a servir comidas a esa hora –aunque, en la práctica, fueran solo el 1% de los existentes los establecimientos que lo hicieran- obliga a todos a hacer lo mismo, rompe el mercado y por ende, agrede la vida familiar o los derechos sindicales de los empleados, o supone competencia desleal con los que prefieren seguir con los horarios de siempre… el sector como tal acabará presionando a quien corresponda para que ningún restaurante pueda dar comienzo a sus comidas hasta la una y media de la tarde. Consecuencias de esta decisión sectorial: se restringirá la competencia, se alejará al cliente -insatisfecho- del sector y el cliente tendrá que resignarse y comer no a la hora que prefiere/necesita sino a la que le imponen los profesionales (o mejor dicho, el sector) de la restauración. Este consumidor “de las doce y media” muy probablemente opte por pasar de los restaurantes (que no le tienen en cuenta), llevarse el tupper de casa y comer tranquilamente en el parque. Y aún nos sorprende tener la economía como la tenemos, hecha unos zorros. Hay que cambiar, sí, eso lo sabemos todos, pero cuánto nos va a costar, cuántas cosas hay que mover de sitio…

No sabemos aún si esta liberalización de las Rebajas será positiva o no. De todos modos, me atrevo a aventurar que las cosas tampoco cambiarán tanto.

Los restos de las colecciones de temporada habrá que seguir retirándolas de las estanterías (y, por tanto, se tendrán que vender las piezas que quedan a precios muy inferiores al normal) y ello ocurrirá, a todo el sector más o menos en las mismas fechas y en todos los establecimientos de cada zona geográfica. De momento, las primeras reacciones a este cambio de las Rebajas han recordado mucho a las cosechadas tras la ampliación de días de apertura y de horarios comerciales: los pequeños comerciantes, en contra y los grandes centros comerciales, a favor.
Esto es un foro del consumidor, y lo que entendemos como positivo -y por tanto, aplaudimos- es lo que creemos que beneficia a los consumidores, a toda la gente en su faceta de cliente, compradora y usuaria. Y no en otros roles, porque todos somos trabajadores y cada uno de nosotros tenemos una manera de pensar, una ideología y/o un sistema de valores. Por ello, podemos concluir que vendrá bien este cambio en las Rebajas si nos permite comprar más barato durante más tiempo. Si algún comerciante se anima a hacer Rebajas antes del día de Reyes, podremos comprar regalos ahorrando un poco de dinero: no estaría mal esta repercusión del cambio de legislación, por ejemplo. La verdad es que es una incógnita, habrá que esperar al año que viene, en las fechas próximas a Reyes, para comprobar si el cambio ha surtido efecto, y cuáles han sido.

Hasta aquí, lo esencial. Si tienes ganas de leer más, que ya es tener ganas, puedes seguir, confío en que te merezca la pena. Si no, puedes hacer scroll y bajar hasta la canción de este post, que te levantará el ánimo: pop para bailar, un debutante dúo estadounidense que aúna rimto, calidad, originalidad y encanto, que no es poco, y más tratándose música para bailar.

Cómo funcionan las Rebajas:

Os voy a poner un ejemplo que nos permitirá hacer un cálculo bastante aproximado. El margen bruto de beneficio de las tiendas de moda y complementos, entendiendo por tal la diferencia entre lo que pagan a su proveedor y lo que cobran al consumidor, es alto: multiplican entre 2, 5 y 3 veces el precio que les cobran a ellos por la prenda o complemento. Traslademos todo esto a un sencillo ejemplo:

Una tienda compra 20 unidades de un modelo de falda, por las que paga a su proveedor 200 euros, a 10 euros la pieza. Las pone a la venta a 25 euros la unidad. Partamos de que las ventas se hicieron siguiendo esta pauta (los datos son cercanos a la realidad actual, en plena crisis -se vende casi todo en Rebajas-, y están muy contrastados) :

VENTAS:
a su precio normal, 5 uds vendidas…… 125 euros
en Rebajas, con descuento del 30%, 8 uds. vendidas… 140 euros
id, al 50%, 4 uds. vendidas….. 50 euros
id, al 70% 3 uds. vendidas… 22,5 euros

TOTAL FACTURADO POR VENTAS: 337,5 euros…. da un beneficio bruto de 137,5 euros, y un margen bruto del 68,75%

Para que nos hagamos una idea, el margen bruto medio de la distribución alimentaria es del orden del 20%-25%. Es otro negocio, sin duda (con mucho más volumen de venta, puede permitirse un menor margen unitario por producto). Por tanto, este casi 70% podría ser o no rentable para nuestra tienda, dependiendo de su estructura de gastos (alquiler lonja o en propiedad, número de empleados, familiares que ayudan, gastos de publicidad, gastos corrientes, en su caso pago de derechos de franquicia, etc), de su habilidad comercial, de su calidad de producto, de su ubicación, de su clientela fiel, etc. Pero

no es correcto, ni justo, pensar “¡cúanto nos están robando cuando nos venden la falda a su precio inicial, si cuando la venden con un descuento del 70% no pierden!

Las cuentas no son esas, sino las que hemos hecho arriba. Las unidades que se venden a ese espectacular 70% de descuento (muchas veces, ni se llega a esos porcentajes tan majos) son unas pocas de cada modelo; solo los últimos restos de las que han tenido buena salida o -si se ponen desde un principio con ese descuento- las que se piensa que no se van a vender con menos descuento, e incluso ese 70% de algunas prendas puede plantearlo el comerciante como mero gancho de atracción y poner con ese descuento solo una mínima parte del género al que necesita dar salida. El asunto es no quedarse con nada en el almacén. Si no se gana, o se pierde un poco con esos superdescuentos -aplicados a un reducido número de unidades de cada modelo, insisto- no pasa nada, lo que importa es no quedarse con el material y verse obligado después a casi regalárselo a los vendedores ambulantes o, estos últimos años, a pasárselos, también muy baratos, a los outlets.

Hasta ahora, la Ley de Ordenación del Comercio de 1996 distinguía diversos modos de ventas con descuentos: promoción, saldos, liquidaciones… y Rebajas

, el único modo de oferta al que se le imponía un acotamiento temporal (duraban como mínimo una semana y como máximo dos meses) y común a todo el sector. En función de estas reglas generales, cada comunidad autónoma fijaba el calendario de rebajas. A partir del año que viene, los comerciantes podrán adaptar sus Rebajas a los “periodos que consideren de mayor interés comercial y de los consumidores” y, muy importante, combinar en un mismo periodo las rebajas con cualquier otra promoción y no será necesario que antes de rebajar un producto este haya sido ofertado con anterioridad con un precio sostenido durante un tiempo. ¿Acabaría esta disposición con las Rebajas, entendiendo por tales los dos periodos más o menos concretos, verano e invierno, en el que los artículos se rebajan notablemente de precio y se convierten en más asequibles para los consumidores, hasta el punto de que son muchos los clientes que casi todo se lo acaban comprando en Rebajas? No lo sabemos, porque las temporadas de textil son comunes para todos y en teoría deberían necesitar cambiar las colecciones (y, por ello, vender los restos de temporada, a menor precio que en su inicio y desarrollo) más o menos en las mismas fechas. En teoría, para el comerciante debería ser mejor, porque le permite actuar según su conveniencia en cada caso. Aunque lo que resulta evidente es que sólo ponían en Rebajas los modelos y tallas que no conseguían vender en temporada.

Los pequeños empresarios del comercio se sitúan, como es habitual, justo enfrente de las grandes empresas, y dicen que la eliminación de las Rebajas podría desequilibrar y romper el mercado, pues los grandes centros comerciales y almacenes bajarían tanto los precios como hiciera falta para acabar con la competencia de las pequeñas tiendas. La patronal del comercio textil, Acotex, criticó la decisión del Gobierno porque “el sector no había reclamado esta medida y porque en el caso de España no tiene sentido, dado que los precios de productos textiles son ya un 15 % más bajos que la media europea”. Señalaron, asimismo, que “seguirán las promociones, pero no tiene sentido que haya rebajas todo el año, porque no se sostienen y no serían rebajas de verdad”. Argumentan tb que no se trata de una “medida necesaria”, porque ya existen los ‘outlets’, con descuentos todo el año, en un formato comercial que ha incrementado su cuota de mercado desde el 0,9% en 2001 hasta el 14% en 2011. La patronal de los centros comerciales (hay 530 en España, en los que operan 35.000 comercios de todos los tamaños) apoya esta medida, porque la liberalización administrativa es positiva para el comerciante, aunque “no conllevará a que haya rebajas todo el año, pues seguirán comenzando mayoritariamente en enero y julio”.

Cuesta prever cómo quedará el escenario, qué harán los comercios cuando puedan elegir la fecha y duración de sus Rebajas.

Y si conseguirán vender más o menos que antes de la promulgación de este cambio. Y si ello animará el sector y sus ventas, o no. Lo que está claro es que desaparecerá el poder de atracción, y su consiguiente enorme gancho comercial, de la palabra Rebajas, de uso muy restringido hasta ahora, limitado a las fechas concretas en que se permitían. Y habrá que mirar detenidamente cómo quedan –en la práctica- los derechos de los consumidores, anteriormente protegidos por una ley muy restrictiva, que acotaba qué se podía vender en Rebajas (solo lo expuesto y etiquetado con su precio en el punto de venta con anterioridad a las Rebajas), durante cuánto tiempo, con qué descuento mínimo, con qué garantías (modos de pago, devolución, etc). Coinciden algunos comerciantes y consumidores en que esta medida quita el sentido a lo que han sido siempre las Rebajas y en que para activar el consumo hay otras fórmulas comerciales: promociones, ofertas, liquidaciones…
No es fácil calcular los reales efectos de esta medida liberalizadora en términos de dinamización del consumo, creación de empleo, etc., pero lo que veo claro es que, en general,

todo lo que signifique fomentar la competencia y permitir que los comerciantes se acerquen a sus clientes y los atiendan lo mejor que sepan y puedan es, salvo que se demuestre lo contrario, positivo para los consumidores.

Y ello, mal que le pese a ese enorme y variopinto conglomerado de establecimientos que conocemos como pequeño comercio, hacia el que buena parte de la población sentimos mucha cercanía emocional debido a un buen montón de razones, desde su indudable aportación a la configuración urbanística y socio-comunitaria de nuestras ciudades y pueblos hasta su relevancia en el tejido laboral y económico; de hecho, ¿quién no tiene un amigo o familiar que gestiona o trabaja en uno de estos pequeños o medianos establecimientos comerciales?

Lo que está claro -desde un enfoque consumerista, que es el que rige este blog, aunque uno piensa que en realidad es lo que conviene a toda la economía, y a la sociedad en su conjunto- es que…

si queremos que nuestra economía sea eficiente, competitiva y capaz de afrontar el futuro con garantías, la estructuración comercial de la sociedad la debe ir perfilando poco a poco el conjunto de las necesidades y preferencias de los clientes, de todos y cada uno de ellos, y la satisfacción de sus expectativas. Y no -como se pretende hacer desde las más diversas instancias- la tradición, los intereses sectoriales del pequeño, mediano o gran comercio, las reivindicaciones y exigencias de los sindicatos o las conveniencias o servidumbres de los políticos que coyunturalmente gestionan la cosa pública. A pesar de su apariencia radical, este planteamiento, con tan escaso predicamento en Euskadi, es el más sencillo, moderado y diáfano posible. Y, sobre todo, el más realista, porque la razón de ser del comercio es servir a sus clientes y responder lo mejor posible a la evolución de sus necesidades y expectativas. En mi pueblo, hace poco más de tres décadas, había una docena de pequeños talleres industriales, garages y otros establecimientos industriales y de servicios en el casco urbano y sus inmediaciones; hoy no queda ni uno. Teníamos también varias pequeñas tiendas de ultramarinos con venta asistida, como se dice ahora; tampoco queda ninguna: dejaron paso a pequeños y medianos supermercados, más baratos, más profesionalizados, mejor ordenados y gestionados y con mayor gama de productos. Sí, perdió encanto y romanticismo nuestro pequeño mundo local del comercio, pero es ley de vida y no pasó nada. Todas las actividades económicas, incluso las que conforman nuestro más cercano terruño, evolucionan, cambian cada día y, al final, querámoslo o no, acaba imponiéndose el interés del cliente, que, en nuestro tema, no es otra cosa que el de la gente, el del conjunto de las personas, que además de trabajadoras, estudiantes o pensionistas, son consumidoras que eligen (en la medida de sus posibilidades), cada día y en cada momento, dónde y qué compran.

Elegir dónde, cuándo, cuánto y cómo comprar es (cuando se nos deja, y en la medida en que se nos deja) nuestro pequeño acto de libertad cotidiana como consumidores.

Los empresarios, y por supuesto, en este caso, los comerciantes que mejor lo entiendan -pienso yo- serán los que se mantendrán en el mercado y los que afrontarán el futuro con mayores perspectivas de éxito. Evítense, sí, siempre que los hubiera, los posibles abusos (casi siempre cosa de los grandes), pero foméntese la competencia y la modernización: necesitamos, y cada día más a tenor de cómo marchan las cosas, productos y servicios de calidad y al menor precio posible.

¿Y la música?

Hoy traigo una novedad absoluta, un joven dúo estadounidense que lanza su primer disco grande, editado por 4AD, sello que nos suena mucho a los fanáticos del pop menos comercial que superamos holgadamente los cuarenta, ya que cimentó su prestigio hace décadas y sigue en lo suyo, descubrir bandas que enriquezcan la paleta sonora de nuestras vidas. Se llaman PURITY RING, hacen un electropop nada tonto ni superfluo; bailable sí que es, pero también oscurito, con una pizca de misterio e introspectiva poética, encanto a raudales y, esto es lo mejor, piezas muy escuchables en el móvil o en casa. Junto al de Hot Chip, mi disco dance del año, de momento. Suenan así de potentes, apúntatelo: Purity Ring.

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