Draghi, tarifa de la luz y las preferentes

“Una imagen vale más que mil palabras”, sí, puede servirnos cuando se trata de describir un sobrecogedor paisaje o los efectos devastadores de la guerra; pero en economía, unas pocas palabras no solo valen más que mi imágenes sino que crean infinidad de ellas, y contrapuestas, las de la euforia y las del pánico.

Lo estamos comprobando con

las dos frases de Draghi en los últimos días. Dijo hace justo una semana que haría “lo suficiente” para salvar el euro

y al de pocos minutos subió la Bolsa un 5% y bajó la prima de riesgo 100 puntos. Hoy, el mismo dirigente financiero de la UE nos ha cortado las alas y amargado el verano, al dejar sentado que “el BCE solo comprará deuda española si el Gobierno pide ayuda”, lo que en castellano corriente significa que si no hay rescate en toda regla –y la humillación y sometimiento como país que representa aceptarlo- el banco central europeo no comprará deuda soberana española e italiana. Draghi ha mirado para otro lado y ha derivado las compras de deuda al Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF). Para que el fondo de rescate actúe es imprescindible que los países soliciten la ayuda a cambio de “condiciones específicas”; sí, traduzcamos: aceptar recortes y más recortes y una aún mayor intromisión en la política económica española.

Efecto de las nuevas frasecitas de hoy de Draghi: la Bolsa ha bajando más de un 5% y la prima de riesgo ha iniciado con vigor la escalada que la sitúa por encima de los 600 puntos básicos (hemos partido el día de unos 525 puntos), que ponen en jaque el futuro de la economía española. O sea, que la alegría del jueves pasado ha tornado, con un ramillete de frases pronunciadas por la misma persona, en depresión, tristeza e incluso miedo. Y lo peor es la decepción que ha causado en los mercados esta respuesta tan esperada del BCE. Que, resulta evidente, ha atendido a las presiones de la poderosa y segurola Alemania y desoído la apremiante súplica de sus socios español e italiano. De todos modos, me pregunto por qué dio esperanzas de una actuación decisiva e inmediata del BCE el pasado jueves para una semana después decepcionar a todos, incluidos los mercados. Nos lo temíamos porque el jefe (Weidmann) del banco central alemán (Bundesbank) ya venía advirtiendo esta semana de que su peso en el BCE era superior al de los bancos centrales de los demás países miembros de la UE. Que ellos mandan mucho más, vamos. Lo hemos visto hoy, bien clarito.

Una cosa, espero, habremos aprendido: hay que endeudarse menos.

El que debe demasiado acaba convirtiéndose en juguete en manos de los acreedores, lo que a la larga le conduce, indefectiblemente, a perder su autonomía, su autoestima y, lo que es aún peor, a no poder disponer de su futuro. No sé si con los políticos que tenemos -en nuestro país y en la UE-, la situación española tiene remedio, pero sí me quedo con una certeza: haré todo lo posible por no pedir créditos que puedan hipotecar mi futuro y el de mi familia. Hay que saber parar la espiral del gasto y del consumo. Porque no quiero a ningún vecino de la comunidad (por mucho que sea mejor gestor que yo) imponiéndome, pistola en mano, cómo tengo que gestionar mi familia y disponer de mis presupuestos, qué puedo y qué no puedo hacer, cómo y en qué tengo que ahorrar y en qué puedo gastar y en qué no, si jamón cocido o serrano, o si mis hijos pueden o no estudiar carrera universitaria. Sin libertad de decisión y de acción, ¿qué es el ser humano, qué son los países, y qué es la democracia? Porque, además, la sospecha de que el vecino mandón va a aprovechar la circunstancia para sacar tajada no nos la quita nadie. No hace falta recordar que mantener esta coyuntura (lo está haciendo Alemania, al impedir el cambio) supone que ellos se siguen financiando al 0% mientras España lo hace al 7%.

En plena cascada de buenas noticias, nos enteramos -por la OCU, que ha hecho las cuentas y lo ha calculado, que no por el Gobierno- de que nos van a sablear –de aquí a diciembre-
entre 50 y 90 euros extra de recargo por hogar en el recibo de la luz
, por si no fuera suficiente con la subida de las tarifas, que fue de un 7% en abril y de otro 4% en julio. Otro notición para encarar con optimismo el futuro y las vacaciones de agosto, quien las tenga.

Abordemos, siquiera de modo sencillo, el problemón de las preferentes, que parece avanzar un poco en favor de los consumidores afectados.

Que timados, estafados, confundidos a propósito o sin intención de los bancarios (no será fácil probar cómo debe calificarse el hecho en cada caso), lo que queda claro es que, tal y como denunciaron muchos ahorradores, empleados de varias cajas de ahorros en situación crítica e incluso a punto de ser intervenidas consigueron la firma de decenas de miles de contratos de estas preferentes haciendo creer -¡a sus clientes de toda la vida!, tiene lo suyo la desvergüenza- que las participaciones preferentes emitidas por la caja eran una inversión equivalente a un depósito a plazo fijo, el producto financiero más conocido y común –por su seguridad y modesta pero asegurada rentabilidad-, solo que con un interés un poco mayor, por lo que les merecía la pena contratarlo y cambiar de producto financiero para sus ahorros. Obviaron explicar a sus clientes, a pesar de que por ley estaban obligados a hacerlo, las características –muy peculiares- de este producto financiero. Y actuaron así porque, de haber conocido de qué se trataba –en realidad, no es tan difícil de explicar ni de entender-, muy pocos de estos modestos ahorradores hubiera aceptado adquirir las preferentes.
Las preferentes son inversiones que se caracterizan por su escasa liquidez (no hay seguridad de venta de las participaciones: es posible que en el mercado no haya compradores y el inversor no pueda, en un momento concreto, convertir en dinero sus participaciones) y por su alta rentabilidad, superior a la de otras inversiones de mayor liquidez. La rentabilidad de las preferentes suele ser alta, pero no fija, ya que está vinculada a los beneficios de la empresa, que es quien establece cuánto va a pagar por las preferentes a sus inversosres en cada ejercicio. Con las preferentes, uno se liga a la empresa más que con las acciones de Bolsa; dicho de otra forma, tiene que estar muy convencido de la solvencia y del éxito de la empresa; si no, mejor no invertir en este producto. Pero es un producto financiero más, no hay por qué demonizarlo. Ello no obsta para que sea una auténtica locura que una familia de economía modesta invierta todos sus ahorros en preferentes. Por demasiado riesgo, sobre todo en una coyuntura económica tan poco segura para casi todas las empresas como la que generada por esta gravísima y duradera crisis. Y el empleado bancario que lo aconseja está cometiendo una absoluta desconsideración con su cliente, además de incurrir en delito si no informa -siguiendo las muy concretas pautas establecidas por ley- de las características de este producto. El problema será discernir en qué casos ha habido engaño a los clientes y en cuáles fueron debidamente informados por los empleados y los inversores eligieron comprarlas porque les pareció una oferta rentable e interesante. Y no será cosa fácil, porque los contratos están firmados, con su letra grande y pequeña, y difícilmente admitirán las entidades que mintieron u ocultaron partes significativas de la información a sus clientes. La resolución del caso es compleja, porque las soluciones que proponen cajas y bancos concernidos por el problema no convencen a nadie. Varias asociaciones de consumidores e incluso representantes institucionales han pedido tutela estatal a los ahorradores timados con estas preferentes, pero no son pocas las voces de ciudadanos leídas en Internet que se niegan a que el Estado se haga cargo de los errores cometidos por inversores que buscaban alta rentabilidad y la encontraron en productos poco seguros, o incluso que fueron engañados por los empleados de sus cajas de ahorro, y en ese caso seria responsabildiad que debería asumir el agujero esas cajas de ahorro, y no el conjunto de la sociedad.
Casos como Afinsa, Rumasa, etc. no han pasado en balde, dejan huella, y deberíamos haber aprendido de ellos, pero no hay manera. Por su parte, Adicae (Asociación de Usuarios de Bancos, Cajas y Seguros) ha pedido que los afectados por “la estafa” de las preferentes tengan una resolución institucional para que no estén “condenados a esperar” los dictámentes judiciales “durante años”, y matiza que la solución debería partir del acuerdo entre las entidades que emitieron las preferentes, el Banco de España y la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV). Hace poco más de dos meses, pudimos leer en los diarios que somos un país de analfabetos financieros y que las dos entidades públicas de control recién citadas pidieron al Gobierno que la educación financiera formara parte del currículo escolar. Sin duda, sería conveniente, pero de momento hay una generación perdida en este peculiar ámbito del saber, por lo que cabe pedir a los clientes menos versados en asuntos financieros que hagan gala de infinitas dosis de prudencia a la hora de invertir y que incluso acudan a asesores de confianza. Y a los empleados bancarios -además de la honradez y la decencia que cabe esperar en cualquier profesional-, hay que exigirles no solo el cumplimiento estricto de lo que estipula ley en esta actividad comercial, sino un esfuerzo adicional para explicar al detalle las caracterísitcas de los productos financieros que ofrecen a su clientes.

Desde luego, la imagen de la profesión bancaria ha quedado gravemente dañada por la actuación de unos cuantos directores y empleados irresponsables, que cometieron delito y que, por ello, deben ser juzgados y, en su caso, condenados. Y las empresas que engañaron a sus clientes deben pedir públicas y privadas disculpas, asumir su responsabilidad del tipo que fuere, devolver el dinero logrado de modo fraudulento y comprometerse en que nunca vuelva a ocurrir episodios tan lamentables como este. Si un banco o caja engaña y roba a sus clientes de toda la vida, tenemos un mundo insoportable. Habrá que arreglarlo.

¿Y la música?

Prefab Sprout, o los felices años 80.

2 thoughts on “Draghi, tarifa de la luz y las preferentes

  1. Asnef

    Creo que cuando hablan de rescate, lo menos importante es perder la honra, sino tener claro que aceptarlo supone recortar, y no precisamente en favor de la ciudadanía, sino de Alemania. Por esa precisa razón ni Italia ni España quieren someterse al yugo alemán. Lo de las preferentes ya es otro cantar: hay que leer la letra grande y pequeña de todo lo que se firma.

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    1. Ricardo Oleaga Autor

      No es que uno sea un patriota de tomo y lomo, ni mucho menos. Pero sí creo en la autoestima como país, en la importancia de la imagen que trasmite al conglomerado internacional; en este caso, de rigor, de buena y racionaL gestión, de competitividad, de transparencia, de eficacia, de capacidad de prever los problemas y de articular, consensuar y adoptar decisiones acertadas en momentos difíciles… no son pocos los ciudadanos que piensan que ni tan mal si los armadores y patronos alemanes, franceses y nórdicos se hacen durante un tiempo con los mandos de la nave española y la llevan a buen puerto. Comprendo su punto de vista, una vez asumidos y metabolizados la ineptitud, la incapacidad y la poca vista (no vieron la crisis y no reaccionaron a tiempo cuando la sintieron cerca), por no hablar de la corrupción, de buena parte de nuestros gobernantes, nacionales y autonómicos, pero no comparto la idea.

      Hemos de ser capaces de salir de esta con la menor intervención posible de los tecnócratas europeos, que obedecen al más fuerte (y económicamente más riguroso y autoexigente, no lo olvidemos), o sea, Alemania. E, insisto, no solo por evitar los recortes drásticos e injustos impuestos desde oficinas y burocracias que miran a los mercados, a la estabilidad financiera de la UE y que presumo casi del todo ajenas al sentir y a las necesidades concretas de nuestro país, por mucho que algunos de estos recortes tengan toda la pinta de resultar hoy imprescindibles, mal que nos pese: las cuentas lleva años no saliendo, y no nos quisimos dar cuenta, con ,lo que la reacción era improbable. Sin conciencia suficiente del problema, raramente se busca, encuentra y aplica la solución; más aún, si esas soluciones implican medidas que generan disgustos y estrecheces; y sobre todo, generan impopularidad para los gobiernos que deben aplciar las medidas.
      Mi punto de vista es que hemos de tomar prestado el menor dinero posible para que lo fundamental de Estado de Bienestar se mantenga y de ese modo lo esencial de los servicios públicos siga funcionando y los menos favorecidos tengan ayudas suficientes para sobrevivir a la espera de mejor coyuntura ( y aquí está el debate político, en definir qué es lo intocable) y, sobre todo, para que nuestra economía pueda levantar el vuelo, porque si no consigue despegar, se va todo al traste. Si no generamos más, mucha más riqueza, no hay Estado de Bienestar, no nos engañemos.

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