Desahucios: las nuevas medidas son parches. Hay que cambiar muchas cosas; entre otras, cómo somos

Les supongo informados de que el Gobierno aprobará hoy el paquete de medidas urgentes sobre los desahucios, impelido como está por el clamor popular y por los suicidios relacionados con estos desalojos forzosos que han dado la voz de alarma a la clase política y a la banca de nuestro país, que para reaccionar parecen requerir grandes ingestas del explosivo cóctel que al descontento social con tintes de prerrevolucionario añade tensión mediática e intensa presión del estamento judicial. No es poca necesidad, diríase que banqueros y gobiernos (el de ahora y el que lo precedió) viven ajenos al mundo real, fuera de él y de la vida cotidiana de la gente. O refractarios a las necesidades y demandas del común de las personas cuyo presente y futuro gestionan. Más vale tarde que nunca, de todos modos, aunque tras analizar el alcance de las medidas anunciadas (dos ejes fundamentales: paralizar las expulsiones de las familias más vulnerables y crear un parque de casas de alquiler social para los desahuciados), todas ellas necesarias para apagar temporalmente el fuego social, podemos adelantar que van a servir de bien poco: una cantimplora de agua en el desierto para un caminante exhausto que no encontrará a nadie, ni siquiera un pequeño oasis, en centenares de kilómetros.

Porque son soluciones coyunturales para un problema estructural.

Buena parte de los hipotecados lo están a 20, 30 ó 40 años, y lo primero que necesitan (para evitar la tentación del suicidio, que no para salir del agujero) efectivamente, es que no se les eche de casa con tanta facilidad como se venía haciendo o que si ya están fuera, no se vean sin dónde alojarse, pero con eso no basta; lo que les urge es ganar dinero, para alimentar a la familia y hacer frente a sus deudas. Las moras, dilaciones y otras medidas (regulación de la responsabilidad de los fiadores o avalistas en las hipotecas, limitar a 19.000 euros anuales la renta por debajo de la cual se suspenderá un desahucio…) convierten la situación en un poco menos injusta y dramática, pero en absoluto resuelven, ni abordan siquiera, el problema fundamental. Pero si aunque se llegara (que nada apunta a que se llegue) a una quita de la deuda del hipotecado, como se hace en EEUU (una parte la paga el banco o caja, la otra, el Estado), al ciudadano le seguiría quedando un cañón de cuidado, que tampoco puede pagar, porque no tiene dinero… Y es que, seamos realistas, si no mejora la economía, si no se crea empleo, el drama que estamos viviendo ahora será pequeño comparado con el que vendrá. El problema de fondo es que la tragedia de los desahucios no ha hecho sino comenzar, no hemos visto más que la punta de iceberg. El proceso de desahucio más común está vinculado a que uno o varios de los miembros de la familia queden en paro. Y desde que esto ocurre normalmente transcurren unos dos años hasta que llega el lanzamiento y el consiguiente desahucio. Calculemos los cientos de miles de personas que han ido engrosando las cifras del paro desde 2008-2009: esos son los futuros desahuciados, porque no van a encontrar trabajo (la mayoría de los parados actuales, y hablamos de más de cinco millones de personas) hasta por lo menos 2015, según todas las previsiones, es decir, dentro de tres años. Es así que en los próximos meses y años la dimensión del marrón, el número de candidatos al desahucio va a ir creciendo. Y, por cierto, algo habrá que hacer con los desahuciados no hipotecarios, echados de su casa por impago, ya que estaban de alquiler y que, suponemos, quienes no se endeudaron comprando casa porque no podían o porque fueron más prudentes, tienen el mismo derecho a ser atendidos. ¿O tendrán que comenzar también a suicidarse? Y recordemos que ahora la ley tiende a apoyar al propietario para que se anime a poner en alquiler sus pisos. ¡Menuda situación!.

Pero tampoco pensemos que, aunque haya surgido (ahora, con los suicidios, que no antes pues desahucios los ha habido siempre) una gran corriente de solidaridad con los afectados, la ayuda económica del Estado a estas decenas de miles de ciudadanos tan apremiados cuenta con la aprobación unánime de la ciudadanía. Porque cuando se compruebe que sale tan cara la ayuda y que al final la pagamos todos porque no otra cosa es el Estado, puede pasar lo mismo que con las preferentes, con Afinsa, etc…, que muchos pregunten ¿y por qué no me apoyan a mí, que también estoy en la ruina y he sido prudente, he vivido de alquiler o ahorré para comprar mi modesta casa y no tengo hipoteca ni me he comprado lo que no podía pagar; y sí se ayuda, sin embargo, al temerario que se lanzó alegremente a por un piso sin la seguridad de poder pagar la hipoteca? , o “veo bien que se ayude a los desahuciados, pero ello no puede traducirse en que haya menos dinero para los servicios públicos, la salud o la educación”. Porque no hay dinero en las arcas del Estado, y este plan de auxilio a las hipotecas fallidas, va a representar (si se quiere realmente paliar el problema) un elevado gasto para el Estado, que se verá obligado a restar de otras partidas del presupuesto para evitar que cada semana haya un suicidio de hipotecados desahuciados y sin salida. No es por meter el dedo en la llaga, pero: ¿y si se comienzan a suicidar los parados, o los padres que no pueden pagar las tasas universitarias de sus hijos, o quienes tienen a su cargo a personas mayores y carecen de dinero para darles un atención digna., qué hacemos, como sociedad? Las soluciones solidarias con los grandes perjudicados de esta crisis (en todo caso, solo parciales) serán caras y exigirán solidaridad del resto de la sociedad para con estos hipotecados, y es por ello que deberá aprobarlas el conjunto de la sociedad, además de asumirlas el sistema bancario, en buena parte responsable del problema.

No nos engañemos: el problema que tenemos con los desahucios, por dramática que sea su plasmación con los desalojos legales de la gente de sus casas, no es sino la consecuencia de varios factores convergentes de estos últimos cuatro años.

Me quedaré con cuatro, dos coyunturales y otros dos atemporales, de carácter cultural. Comencemos por los elementos coyunturales. El primero, sin duda, es efecto directo de la crisis, el descomunal aumento del número de personas que han perdido su empleo y, por tanto, su principal cuando no única fuente de ingresos, lo que les impide hacer frente al pago de las cuotas de la hipoteca; segundo, la codicia y el irresponsable afán de venta de créditos hipotecarios de la banca, que condujo a cajas y bancos en este periodo a prestar demasiado dinero sin las garantías suficientes en un contexto en el que se construían viviendas cuyos elevados precios respondían a un desacerbado optimismo en el futuro económico del país. Por tanto, una coyuntura que hace años dio todas las facilidades para que todo el mundo se comprara un piso, aunque fuera a pagarlo incluso en 40 ó 50 años. No hace tanto tiempo, los créditos hipotecarios a más de 20 años no existían. Y hace solo dos décadas, no se concedían hipotecas por más del 80% del valor de tasación del piso, ni se aceptaban cuotas mensuales que supusieran más del 30-35% de los ingresos de la familia. Así, nadie se encañonaba fuera de lo sensato (hay que pensar que las situaciones cambian; uno de los dos miembros de la pareja, por ejemplo, puede perder su trabajo; conviene ser previsores) y cuando la situación del hipotecado empeoraba radicalmente y no podía pagar sus cuotas, nunca se quedaba con una casa que valiera menos de lo que debía al banco. ¿Los responsables? Una banca codiciosa y muchos ciudadanos poco prudentes, que se endeudaron en cantidades totales (que no tanto cuotas mensuales) y plazos de pago muy por encima de lo responsable. Porque no podemos acusar de esta penosa situación solo a la crisis económica: ha habido otras crisis igualmente tremendas y este fenómeno de los desahucios nunca adquirió esta relevancia. Las condiciones que puso la banca en el periodo 2004-2008, aproximadamente, se resumen así: todas las facilidades del mundo a quien quiera comprar piso, pero no por hacer el bien a la gente sino por su propio interés (recordemos el fraude de las subprime: dar créditos hipotecarios se convirtió en lo que nunca había sido: un negocio inmediato para la banca, que conforme los concedía vendía sus créditos al mejor postor en un mercado financiero sediento de beneficio rápido; fue una locura cuyos responsables están perfectamente identificados, y en ningún caso fueron los clientes, los consumidores. Lo que nos ha traído hasta aquí. ¿Y los elementos culturales?.

No abundaré en ellos, por sobradamente conocidos, pero sí deberíamos plantearnos que en última instancia son los que explican esta situación. A nadie le obligaron a comprar vivienda cara y quizá por encima de sus posibilidades, en lugar de alquilar o de comprar un piso más barato, ni a contratar una hipoteca a 40 años, todo con tal de que la cuota se pudiera pagar cada mes. Me refiero a nuestra mentalidad respecto de la vivienda: quien no la tiene en propiedad, es un don nadie. Esto es una auténtica obsesión social, y un gran problema. Solo ocurre aquí, en los países más ricos (los que nos prestaron –a nuestra banca, quiere decirse- el dinero para comprar la casa y ahora compran deuda soberana española para que no quiebre nuestro país y pueda seguir pagando las cuotas) la proporción de familias y de personas con casa en alquiler es muy superior a la nuestra. Veamos. Austria (57%), Alemania (53%) y Suiza (44%) son los países con tasas más bajas de vivienda en propiedad, y (¿casualidad?) el menor nivel de desempleo. España tiene el 83%. Bien, este es uno de los elementos culturales, del tipo de sociedad que somos. ¿Y el otro? Que somos un país en el que abundan (incluso en clases dirigentes y centros de decisión) improvisadores militantes, optimistas antropológicos, chapuceros de campeonato y personal poco previsor y nada prudente. Y que, peor aún, nadie da explicaciones por nada, por mucho que meta la pata, y por mucho que esas meteduras arruinen el futuro de todo un pais. Teníamos la mejor banca del mundo, y el sector de la construcción era un gran motor de la economía: qué dos maravillosas peculiaridades nacionales. Ya hemos visto a donde nos condujeron. Quizá todo sea porque nadie exige responsabilidades, y todo tiende a olvidarse. Carpe diem, resuelve lo de hoy que lo del futuro venidero ya veremos. Y no sigo, por no meterme en política.

Acabo de recibir de la OCU un comunicado, que propone qué hacer ahora (prioridades: evitar echar a la calle a familias que no tienen dónde ir y que mantienen una deuda impagable< y buscar una solución para las familias que ya están en la calle) y sugiere que se instaure un alquiler social en su propia vivienda para quienes pierdan su propiedad por ejecución hipotecaria o por haber avalado una hipoteca, y que reúnan ciertos requisitos (límites de rentas, no tener otras propiedades). Pero terminan pidiendo que las nuevas medidas “no se limiten a esconder el problema” y expresando la necesidad de “una profunda revisión de la Ley Hipotecaria”. Comparto planteamiento y exigencias (hay que cambiar esta legislación hipotecaria obsoleta, injusta y que, por resultar abusiva para los consumidores y no respetar las leyes europeas, la justicia europea, más que probablemente, reprobará y ordenará modificar), pero sigo pensando que lo realmente imprescindible es que mejore la economía, que nos preguntemos qué hacemos cada uno de nosotros para lograrlo y qué es lo que nos ha traído hasta aquí. Más que nada para que un desastre de estas dimensiones no vuelva a amargar la vida a medio país y arruinar al otro medio. Quizá en esta reflexión hayamos ofrecido algunas claves. Lo que está claro es que tenemos que cambiar, y no solo la banca y la clase dirigente. Y ya he dicho que no quiero meterme en politica.

¿Y la música de hoy?

Pop mallorquín, el de ANTONIA FONT, banda que destaca entre lo mejor de la musica nacional y acaba de publicar un magnífico disco, Vosté es aquí, con 40 canciones de cerca de un minuto cada una< en realidad casi son bocetos, pero que constituyen además de una rareza discográfica, un monumento a la creatividad y la originalidad. Pero en este caso vamos a renunciar al elemento de oportunidad y ponemos el video de “Dins aquest iglú” la canción que, hace ya unos diez años, nos avisó de la calidad, el potencial y la magia de este grupo liderado por Joan Miquel Oliver, que su trabajo discografico posterior ha ratificado con insistencia. Y nos dicen, en su maravilloso poema desde el iglu, que las cosas no son sencillas para nadie. Desde luego que no.

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