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¡Qué pais! Tendremos que cambiar, pero ¿podremos? , y, sobre todo ¿queremos?

(una reflexión sobre la actualidad económico-política, a lunes 23 julio, un día que, espero que no, podríamos tener que recordar durante años)

Si ante la petición de socorro al erario público español de la supuestamente despilfarradora comunidad autónoma valenciana , que se ha puesto la primera a la cola para retirar dinero del fondo de liquidez habilitado por el Gobierno central para este cometido, sentimos aquí en Euskadi y me temo que el el resto del país, tanto desinterés y lejanía, ¿cómo esperamos que tecnócratas financieros y políticos alemanes, fineses, franceses o belgas se solidaricen con nuestras (hablo de España, con perdón) miserias, nos presten/regalen dinero a espuertas y nos perdonen la millonada que les debemos de antes?

De entrada, sabemos que este ejercicio de solidaridad/generosidad les supondría renunciar a una pequeña parte de un gran bienestar que han logrado a lo largo de décadas, actuando a modo de laboriosa y ahorradora hormiguita…, que envidia tanto como detesta (esto lo digo yo) a la cigarra sureña, holgazana y festiva que para ellos representamos nosotros.

¿Es, así, razonable exigir, como estamos haciendo, que nos rescaten para salir de un abismo financiero y económico en el que caímos hace ya varios años y del que no saldremos sin gruesa y resistente cuerda lanzada desde el exterior? Pero si nuestros ricos vecinos comunitarios apenas tienen nada en común con nosotros… Lo del aún reciente sueño europeo común nunca me lo terminé de creer, pido disculpas; y el transcurrir de la historia, repasémosla, ha sido lugar más de tensiones, guerras y desencuentros con todos ellos que otra cosa. Adoran, sí, nuestra comida, el vino, el jamón, el sol y las playas; y envidian el fútbol de una selección que maravilla, reconcilia con el deporte competitivo y llena de belleza y armonía estético/deportiva los salones de sus casas. Pero eso es poco nexo y muy circunstancial. Y, a la vista está, compartir proyecto monetario y moneda única tampoco ha estrechado los lazos ni los ha hecho más resistentes, ya que muestran su gran fragilidad a nada que la tensión crece y la pone a prueba.

Más difícil será, además, que decidan ayudarnos de verdad, si de momento (y mientras no se hunda del todo el sistema, lo que acabaría perjudicando gravemente también a estos países ricos)

no hacen, con esta crisis, sino ganar y ganar más y más dinero (se financian a entre el 0% y el 1%, mientras que nosotros lo estamos haciendo al 7%, lo decíamos en el post anterior) y acrecentar, por si no fueran ya enormes y enojosas, las diferencias entre ellos los ricos y racionales, y nosotros, los pobres e irresponsables mediterráneos, empeñados en disfrutar y vivir hoy lo mejor posible, porque mañana Dios proveerá y seguro que volverá a salir el sol.
Lo decía este finde el portavoz del Gobierno español: si el BCE quiere, el problema se acaba este fin de semana. Dos veces no: el banco europeo –compañero Draghi, que defiende los intereses de los países ricos, que lo pusieron ahí a dedo- no quiere; y tampoco es verdad que si el BCE comprara deuda española a mansalva y aliviara nuestra prima de riesgo, todo se resolvería. Porque cogeríamos un poco de aire para poder seguir corriendo unos metros más, pero los problemas de fondo del país, los que nos han traído hasta aquí, seguirían ahí, enquistados y sin resolverse, y acabarían ahogándonos y echándonos, por tanto, de la competición.

Porque este es el país que tenemos y sufrimos: si siempre nos obsesiona exclusivamente dar solución a lo urgente, es fácil pensar lo que ocurre cuando la situación es tan apurada como la actual.

Sólo nos agobia, y ocupa, combatir contra lo que nos puede matar y nos confundimos como hacía el Gobierno con la decisión del BCE: la solución, en el otro, y no en nosotros. Error. Porque nos inquieta menos lo importante, lo que podría garantizar un futuro en el que llegáramos a mantenernos en los primeros puestos de la carrera del bienestar y sin enfermar gravemente por crisis tan agudas como esta que nos llevan a los puestos de la vergüenza, junto al camión escoba; y no nos equivoquemos, todo apunta que la crisis es estructural, lo ve claro hasta un néofito como quien suscribe.

Ni burbuja inmobiliaria, ni estado autónómico despilfarrador e inviable, ni nada; siendo problemas enormes, no son lo más relevante, en mi opinión.

El problema lo llevamos en los genes. Nos encanta discutirlo todo y no avanzar nada, remarcar las diferencias y huir como de la peste de lo que nos une. Despreciamos la perfección (perfecccionismo, le llamamos, como si fuera una enfermedad, una obsesión contraproducente), huimos de la excelencia (el notable es una gran nota aunque con el bien basta; “para qué esforzarse tanto”, se lo decimos a nuestros hijos), la competitividad y la búsqueda de la diferenciación y de lo no convencional se nos antojan raras e incomprensibles, la investigacion básica es un despilfarro de ricos ociosos, recelamos de las nuevas tecnologías y añoramos el pasado que siempre fue mejor, los idiomas distintos del nuestro los percibimos como barrera y molestia más que como arma imprescindible de futuro, confundimos derechos esenciales con beneficios sociales adquiridos en época de vacas gordas, no me hables de moverme a otro sitio o país a trabajar o perfeccionarme profesionalmente que aquí estoy muy bien, y mi única adicción es la de mis amigos de toda la vida…;

en fin, queremos disfrutar de todo lo que tienen en los países ricos de la UE pero sin dejar de seguir siendo como somos. Y tendremos que elegir.

Partamos, para ello, de la realidad: nos supone, como país (y recordemos: tenemos los políticos que nos merecemos, nosotros los ponemos y quitamos de ahí), un ímprobo esfuerzo diseñar y acordar a largo plazo planes económicos, educativos, tecnológicos, cientificos e industriales; adecuar los curriculums educativos a estos proyectos y objetivos parece, de puro irrealizable, una utopía; por no hablar de que consensuar socialmente y entre los principales partidos políticos las líneas maestras del país, de su organización administrativa, de sus metas compartidas como entidad plurinacional que engloba a diferentes países o regiones que asumen un cierto destino común es directamente imposible.

En fin, que acabamos como siempre, en la paralizante sentencia de que somos como somos, y así nos pasa lo que nos pasa, a lo largo de toda nuestra historia. Es inevitable. Pero algún día tendremos que cambiar. O nos cambiarán (si quieren, y les interesa, que quizá tampoco). Todo lo dicho no obsta para que (y más con los datos de esta mañana de lunes: la prima de riesgo en 635 puntos básicos y el Ibex perdiendo un 4,5% después del casi 6% del pasado viernes) necesitemos ayuda exterior urgente. La pregunta es ¿la tendremos a tiempo o nos hundiremos tanto que requeriremos un rescate total a la economía española?

¿Y la música, qué?

Mientras termino de escribir el artículo sobre las famosas preferentes que han desquiciado y llevado a la ruina a decenas de miles de consumidores, os dejo con “Orange that” una de mis canciones sencillas favoritas de los últimos años, firmada por los indómitos y encantadores HERMAN DUNE, que cuentan para la ocasión con la adorable voz de la cantante franco-canadiense Julie Doiron.