Archivo por días: 10 diciembre, 2010

Ãngeles de la guarda con AK-47

Uniformados como policías y con el parche del ministerio de Interior en su brazo, las fuerzas de seguridad cristianas protegen los accesos a los más de cincuenta templos de Bagdad. Ocurre lo mismo en las mezquitas, donde suníes y chiíes presentan cada año al ministerio una lista con sus candidatos a ‘ángeles de la guarda’ que se situarán en las puertas como último filtro antes de entrar en la casa de Dios. Al final cada uno se fía de los suyos.

En la principal iglesia caldea de la capital, San José, cinco jóvenes reconvertidos en policías protegen a los fieles. Desde los primeros ataques a la comunidad se decidió cerrar la carretera que discurre frente a esta gran iglesia de piedra amarillenta. No hay grandes muros de hormigón, ni puestos de control militares. El padre Saad Sirop Hana piensa que “los muros sólo sirven para separarnos de los demás y esta es la casa de todos, así que debe estar abierta”. A sus 38 años conoció de primera mano el terror cuando fue secuestrado durante un mes en el año 2006. Entonces estaba en una iglesia del barrio de Al Dora, zona en la que no queda hoy un solo templo abierto. Los guardas de San José miran al padre Sirop con respeto y cuando se les pregunta sobre quién dan las órdenes no tienen duda: el cura. Armados con Ak-47 y con radios a la cintura hacen turnos de 24 horas si es necesario.

Los uniformes no han llegado a todas las iglesias y en algunas los guardas van equipados con las camisetas del Barcelona o Real Madrid, una nueva religión para los más jóvenes. Es el caso de San Jorge, cerca de la zona de Nuevo Bagdad en la que el fin de semana fue asesinado un matrimonio cristiano que había regresado a la capital para vender sus posesiones y emigrar de forma definitiva. Fueron apuñalados hasta la muerte. ¿Delincuencia común o una acción más de Al Qaeda? Es la pregunta que se formulan muchos cristianos que desde la operación yihadista contra la iglesia de Sayid An Naya (Nuestra Señora de la Salvación) del pasado 31 de octubre viven en auténtico estado de pánico.

Bagdad llora a sus mártires cristianos

Trajes negros. Luto riguroso para celebrar los cuarenta días de la muerte de 58 personas, dos de ellas sacerdotes, en la iglesia de Nuestra Señora de la Salvación de Bagdad tras el asalto de un comando yihadista. Los agujeros abiertos en las paredes por los disparos y explosiones, y los regueros de sangre seca muestran la dureza de aquellas cinco horas de secuestro que marcaron un antes y un después para la comunidad cristiana del país, la minoría más importante de Irak que ahora emigra en masa de la capital. Arropados por representantes de las catorce sectas cristianas del país y con la presencia de personalidades destacadas del mundo religioso musulmán, de la esfera política y diplomática cientos de personas han desafiado la amenaza de Al Qaeda volviendo al lugar de los hechos para celebrar los cuarenta días de la matanza.

La celebración ha sido un reflejo de lo que es el actual Irak, tierra de contrastes radicales. Una mezcla de guardaespaldas con gafas de sol,  pinganillos en los oídos y pistolas en la cintura nadaban entre el mar negro formado por las mujeres de luto con las cabezas cubiertas y el arcoíris solemne de curas de las distintas sectas con trajes blancos, morados, negros, rojos o rosas. Todo ello con un intenso aroma a incienso, una sintonía que mezclaba las canciones en arameo, los sermones en árabe y el llanto de los presentes, muchos de ellos familiares directos de los nuevos mártires. En las primeras filas, delante de los retratos de los caídos y de los enormes centros de flores de plástico, religiosos como el líder chií del Consejo Supremo Islámico, Amar Al Hakim, nieto del que fuera la máxima autoridad del chiismo mundial. El encargado de presidir la ceremonia fue el patriarca de la iglesia siriaca Youssef III Younan, que se desplazó desde El Líbano y agradeció la presencia de Al Hakim por encima de la de cualquier otra personalidad y pidió “la paz entre comunidades”.

En el aire dos helicópteros no han dejado de hacer vuelos de supervisión a muy baja altura en ningún momento. A pie de tierra la seguridad privada de los diplomáticos occidentales tomaba posiciones entre los escombros del vecindario y los callejones de barro se han convertido en aparcamiento improvisado para una legión de vehículos blindados todoterreno. A las puertas del templo los miembros más jóvenes de la ONG Hammurabi Human Rights han formado una cadena humana con carteles que rezaban: “Dejad de matar cristianos” o “¿dónde está el gobierno?” El líder del grupo, Wilmar Warda se ha dirigido a los medios para pedir “el fin de las amenazas a las familias cristianas, pedimos la llegada de cascos azules de la ONU para protegernos, sólo una fuerza neutral nos puede librar de una muerte segura”.

“No quiero hacer hincapié en el hecho religioso, esto es un ataque contra todos los iraquíes y el único camino para acabar con los terroristas es la solidaridad entre todos los ciudadanos”, piensa el poeta Alfred Saman, cuya sobrina se recupera de una herida de bala sufrida en el asalto del 31 de octubre. La prensa local al completo ha seguido una ceremonia que ha durado poco más de dos horas y donde había gente venida desde Ankawa, ciudad kurda que se ha convertido en el nuevo centro cristiano del país desde la caída del antiguo regimen.

Ni Sadam, ni nada

La plaza Firdus (paraíso) se ha quedado sin estatua. El 9 de abril de 2003 todos pudimos ver al Ejército americano derribando la imponente figura del dictador, aquella caída se convirtió en el símbolo del final de la guerra, pero la alegría en los rostros de los soldados americanos apenas duró unas horas. Luego vendría su calvario particular y, sobre todo, el de toda una nación. El pedestal que soportaba aquel Sadam de doce metros de altura está hoy huérfano. En los últimos años se había colocado una escultura abstracta, pero ha sido retirada y nadie parece haberse dado cuenta. Se pregunta a los lugareños por su paradero y especulan con que está siendo rehabilitada por los daños sufridos en el atentado del pasado enero contra los hoteles Palestina y Sheraton.

Así que el pedestal luce exactamente igual que aquel 9 abril de 2003, con un amasijo de hierros saliendo de su parte baja que parecen los mismos que sujetaban al ex presidente. Una especie de señal del nuevo punto de partida que esperan los iraquíes a partir de la formación del nuevo gobierno, que debe anunciarse antes de fin de año. Siete años después del fin de la dictadura la lista de quehaceres sigue creciendo en los despachos de las autoridades. La capital sigue “destruida, caótica, sucia, insegura”, según periodistas locales como Ali Husein, redactor jefe del diario Al Mada. Con una lista tan larga el vacío de esta plaza no parece que vaya a ocupar un minuto de su tiempo, una plaza que parece no haber cambiado desde la invasión.

El hotel de los mil y un iraníes

Ocho de la tarde. El servicio llama a mi puerta llamando a la cena. Abro y al verme la cara el joven camarero me pide disculpas. Es la hora del rancho para los clientes iraníes del hotel, es decir, todos menos yo, que viajan con ‘todo incluido’. Encontrar una habitación en Bagdad se ha convertido en una misión compleja desde que los grandes hoteles de la capital decidieran cerrar sus puertas en verano. Todos cerraron a la vez, sin excepción. El alojamiento pasa ahora por hostales destinados a los peregrinos iraníes que acuden fielmente a su cita con los lugares sagrados del chiismo en suelo iraquí, embajadas, alquiler de habitaciones en casas de medios occidentales, alojamiento en casa de traductores y conductores o saco de dormir a la orilla del río. La falta de camas ha hecho que los precios suban un cincuenta por ciento en menos de un año.

No bajo a cenar con mis compañeros de hotel. Me quedo con las provisiones de un supermercado cercano para atrincherarme en la habitación hasta primera hora de la mañana. Para entonces ellos ya se habrán subido al autobús que les llevará a Nayaf o Kerbala. Dentro de no mucho espero subirme a uno de estos autobuses y cerrar la peregrinación con ellos antes de poner rumbo a Teherán cruzando lo que durante una década fuera el frente de guerra entre Irán e Irak.

¿Es seguro alojarse en un hotel de iraníes? ¿Serán seguras las procesiones que inundarán las calles con motivos del Muharram? No y no, lo único seguro es que la fiesta del luto, la sangre y el llanto chií está a punto de abrir el telón en su marco más atómico: Irak. Entonces nadie se acordará que durante el fin de semana un coche bomba estalló en el santuario de Kadamiya, al noroeste de Bagdad, matando a cinco personas e hiriendo a otras 18. Otras dos personas fallecieron y unas 28 resultaron heridas por la detonación de otro coche cargado con explosivos cerca de un grupo de peregrinos iraníes en la zona de Al Shoola.