Bagdad llora a sus mártires cristianos

Trajes negros. Luto riguroso para celebrar los cuarenta días de la muerte de 58 personas, dos de ellas sacerdotes, en la iglesia de Nuestra Señora de la Salvación de Bagdad tras el asalto de un comando yihadista. Los agujeros abiertos en las paredes por los disparos y explosiones, y los regueros de sangre seca muestran la dureza de aquellas cinco horas de secuestro que marcaron un antes y un después para la comunidad cristiana del país, la minoría más importante de Irak que ahora emigra en masa de la capital. Arropados por representantes de las catorce sectas cristianas del país y con la presencia de personalidades destacadas del mundo religioso musulmán, de la esfera política y diplomática cientos de personas han desafiado la amenaza de Al Qaeda volviendo al lugar de los hechos para celebrar los cuarenta días de la matanza.

La celebración ha sido un reflejo de lo que es el actual Irak, tierra de contrastes radicales. Una mezcla de guardaespaldas con gafas de sol,  pinganillos en los oídos y pistolas en la cintura nadaban entre el mar negro formado por las mujeres de luto con las cabezas cubiertas y el arcoíris solemne de curas de las distintas sectas con trajes blancos, morados, negros, rojos o rosas. Todo ello con un intenso aroma a incienso, una sintonía que mezclaba las canciones en arameo, los sermones en árabe y el llanto de los presentes, muchos de ellos familiares directos de los nuevos mártires. En las primeras filas, delante de los retratos de los caídos y de los enormes centros de flores de plástico, religiosos como el líder chií del Consejo Supremo Islámico, Amar Al Hakim, nieto del que fuera la máxima autoridad del chiismo mundial. El encargado de presidir la ceremonia fue el patriarca de la iglesia siriaca Youssef III Younan, que se desplazó desde El Líbano y agradeció la presencia de Al Hakim por encima de la de cualquier otra personalidad y pidió “la paz entre comunidades”.

En el aire dos helicópteros no han dejado de hacer vuelos de supervisión a muy baja altura en ningún momento. A pie de tierra la seguridad privada de los diplomáticos occidentales tomaba posiciones entre los escombros del vecindario y los callejones de barro se han convertido en aparcamiento improvisado para una legión de vehículos blindados todoterreno. A las puertas del templo los miembros más jóvenes de la ONG Hammurabi Human Rights han formado una cadena humana con carteles que rezaban: “Dejad de matar cristianos” o “¿dónde está el gobierno?” El líder del grupo, Wilmar Warda se ha dirigido a los medios para pedir “el fin de las amenazas a las familias cristianas, pedimos la llegada de cascos azules de la ONU para protegernos, sólo una fuerza neutral nos puede librar de una muerte segura”.

“No quiero hacer hincapié en el hecho religioso, esto es un ataque contra todos los iraquíes y el único camino para acabar con los terroristas es la solidaridad entre todos los ciudadanos”, piensa el poeta Alfred Saman, cuya sobrina se recupera de una herida de bala sufrida en el asalto del 31 de octubre. La prensa local al completo ha seguido una ceremonia que ha durado poco más de dos horas y donde había gente venida desde Ankawa, ciudad kurda que se ha convertido en el nuevo centro cristiano del país desde la caída del antiguo regimen.

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