Archivo por días: 15 diciembre, 2010

Cafés de Bagdad: siempre nos quedará la calle Rashed

Y sobre todo sus cafés cercanos al antiguo barrio judío. Antes no importaba la hora, estaban 24 horas abiertos. Ahora la situación de seguridad obliga a cerrar temprano, sobre todo por la falta de clientela. El triángulo de cafés míticos empieza con el Café de Al Zahawi donde los clientes juegan al taule desde primera hora. “Nada de apuestas, no jugamos dinero”, aseguran sin levantar la cabeza del tablero de esta especie de backgammon a la iraquí. Una televisión de plasma rompe el encanto de este local añejo inaugurado “hace al menos ochenta años”, recuerda uno de los camareros. En la carta, como en el resto de cafés, té, café, agua mineral y pipas de agua. En las mesas un debate encendido sobre la necesidad de que las autoridades “respeten las estatuas de gobernantes del pasado porque son historia de este país”, piensa Mohamed, antiguo funcionario de la administración pública durante el régimen de Sadam que lleva treinta años tomando café en este lugar.

Unos pocos metros más adelante se encuentra el Café de Hassan Hagimi la auténtica joya de la corona. Antiguo hotel, hoy los clientes fuman sus narguile bajo un techo con serio peligro de derrumbe. “Los ladrones se llevaron los samovares y muchos espejos de cobre”, lamenta su dueño, que espera la formación del nuevo gobierno para pedir una rehabilitación urgente de este establecimiento centenario. Cada iraquí tiene su petición particular para los próximos gobernantes, pero la demanda común es el establecimiento de unos servicios municipales mínimos para hacer Bagdad vivible.

El triángulo de cafeterías la cierra el Shahbandar, al final de la calle Al Mutanabi y muy cerca del río. Lugar de reunión de intelectuales y escritores en estas mesas se discute de política, se recuerdan los años del régimen y se comparan con los actuales y, sobre todo, se mira al futuro del país. Entre paredes de ladrillos cubiertas de fotos en blanco y negro, al lado de hombres vestidos con chaquetas de pana o de cuero y con el aroma profundo de tabaco de pipa que termina pegándose a la ropa y uno lo puede seguir oliendo horas después como si fuera fresco. Se discute elevando la vista por encima de los periódicos, por la mañana, los libros, al mediodía, o las tablas de juego por la tarde.

Sentarse en estos lugares es como meterse en una máquina del tiempo y retroceder a ese Irak en el que la división sectaria no estaba a flor de piel, ese Irak anterior a 2003 que parece difícil que vuelva después de siete años de hurgar en la herida de las diferencias religiosas. Una herida abierta de la que hasta el momento sólo se ha visto una pequeña parte.