Dengbej, bertsolaris kurdos

Las canciones traspasan los muros de la gran casa de piedra escondida en el corazón de la vieja Diyarbakir. Melodías tradicionales en kurdo que repasan los acontecimientos más importantes de la historia de este pueblo, relaciones amorosas o la actualidad política… el Dengbej se adapta a los nuevos tiempos y los 28 profesionales del centro hacen de este canto su vida.  No improvisan de una manera idéntica a los bertsolaris -recitador de versos vasco-, pero cantan a capela y son la expresión más popular de la música de este pueblo del que van rescatando historias y conservándolas con sus melodías.

Rahmi Batur, periodista kurdo, asegura en un texto rescatado de la web www.bertsozale.com que el dengbej viene de “la unión de deng (voz) con bej (decir)” y destaca que “a la hora de improvisar o hacer canción de una historia lo más importante es no perder el ritmo de la melodía”.  Mehmede Deriki dirige el centro de Diyarbakir y lleva tres décadas entregado al género.  Tras una breve introducción pegados a la estufa de la cocina bebiendo té, accedemos a una larga sala abovedada en un sótano del patio cuadrado de la casona. A la luz de una ventana media abierta, Deriki despliega una alfombra para rezar y tras realizar sus oraciones camina pensativo desde una punta a otra, con las manos en los bolsillos. “Voy a dedicarte una de amor, un bonito tema para estos tiempos difíciles”, estas palabras rompen el silencio de la sala. Deriki se sienta sobre uno de los bancos bajos corridos que presiden el lugar y, sin dejar de repasar las cuentas de su rosario, rompe a cantar.

Desde los más profundo, con una respiración entrecortada que parece parte de la coreografía y los ojos cerrados, el dembesh se apodera de la piedra, el hilo de luz que entra por la ventana y llega a los corazones de los presentes sin pasar apenas por los oídos.  Tras cuatro minutos de éxtasis gutural y gestual Deriki termina y se dirige al patio donde le esperan algunos de sus compañeros sentados en unas sillas de plástico azul que desentonan con la joya arquitectónica que les rodea. Aprovechan una de las esquinas en las que aun pega el sol del mediodía con fuerza. A la sombra ya se siente el rigor del enero en Anatolia.

Más té, más repasar las cuentas de los rosarios. Los silencios en la conversación los ocupa la sintonía de un móvil desde el que un anciano escucha Dengbej. “La llegada de las últimas tecnologías”, sonríen los presentes. Deriki quiere hablar de la situación política. Habla con el mismo sentimiento que canta y lo hace para expresar su confianza en que “2011 sea el año de la paz entre turcos y kurdos”. Un deseo generoso y global acompañado de uno más personal, pero igual de complicado: “cantar nuestras canciones en la televisión y ante todo el país”. Aunque el cantante reconoce que la situación del idioma kurdo es mucho mejor que en los ochenta, piensa que “estamos muy lejos de poder vivir en nuestra lengua materna”. Salimos de la casa por un callejón que desemboca en la arteria central de la parte vieja. En las paredes unas pintadas rezan “somos kurdos”. Vamos dejando atrás los carteles de la casa del Dengbej, los únicos que se pueden encontrar en la ciudad escritos en turco, kurdo e inglés.

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