Archivo por días: 21 febrero, 2011

Uganda, el próximo paso

Yoweri Museveni, 25 años en el poder. (Foto: Barry Malone)

Yoweri Museveni, 25 años en el poder. (Foto: Barry Malone)

La Cooperación Inter-Partidos (IPC) ha denunciado que las elecciones de Uganda han sido un fraude masivo y ha puesto en cuestión el papel que han-hemos jugado los observadores internacionales que hemos asistido al evento. Los gobiernos occidentales han evitado ser fotografiados en la campaña del NRM (sabido que pese al discurso pro-democrático que le consagró en el poder a Museveni tras la tentativa de fraude electoral de Obote en 1986, pende contra él un sumario caliente de persecuciones contra la oposición y violaciones de derechos humanos que ponen en tela de juicio la línea correcta), pero han apoyado la reelección de Muzee y los observadores han cumplido el expediente dando el visto bueno al evento y disfrutando de una semana gastos pagados en Uganda con tratamiento de señor, hasta pequeños regalos que nos hicieran no darnos cuenta de lo que en el fondo piensan de nosotros.

Hay muchos negocios en juego en el lago Alberto, nadie quiso arriesgarse a perder su tajada, así que visitaron a Kizza Besigye, a Norbert Mao y a los demás candidatos de la oposición, les escucharon y les hicieron un guiño por si acaso. Fueron elecciones “desequilibradas”, los cargos tenían libre acceso a los fondos públicos y los vaciaron libremente para asegurar la reelección. La ministra de finanzas se lamentaba en el periódico East-African del desfalco que ha sufrido la vaca lechera. A la amenaza de la inflación viene a sumarse un momento en el que la oposición va a tener que organizarse socialmente para resistir contra el discurso que trata de gobernar el país.

La gente lista comenta en la pequeña pantalla el 70% de votos que ha logrado Museveni. Oí decir a Andrew Mwenda que en el contexto institucional ugandés la Comisión Electoral merece un 10 de puntuación, mientras los batallones militares se pasean por los barrios neutralizando toda ventura de revueltas en la imaginación. Tal vez los ugandeses creyeron que si Museveni no ganaba las elecciones volverían a la guerra y a la dictadura militar, o simplemente que no valía la pena ir a votar. Ahora si el régimen opta por continuar con la represión de los activistas de los derechos humanos, la voz de la resistencia será más y más penetrante y calará más profundo en las conciencias, nosotros no podemos sino confiar en la sensatez de las Ugandas pensando que cada vez sean ellos quienes decidan el próximo paso.

Los egipcios toman las pirámides

Datos del viaje: Recorrido por las pirámides de Saqqara y Giza / Duración: cuatro horas / Precio taxi: 240 libras (30 euros) / Entrada a Giza: 60 libras (7,5 euros) / Comida en barco flotante sobre el Nilo: 134 libras (16 euros)

“Está cerrado, no se puede pasar”. Un agente de la Policía de Turismo prohíbe el paso a la pirámide escalonada de Saqqara. Abandonada y entre andamios, la soledad de esta tumba construida 3000 años antes de Cristo significa el vacío absoluto en una zona próxima a El Cairo, veinte kilómetros, habitualmente atestada de turistas. Cafeterías y tiendas de alfombras vieron a sus últimos clientes el pasado 24 de enero. Con el estallido de la revolución un millón de turistas abandonaron el país y se llevaron con ellos las divisas que mueven gran parte de la economía egipcia. Según los datos oficiales, el turismo emplea de forma directa a cuatro millones de egipcios y supone alrededor del diez por ciento del producto interior bruto. Cinco libras (0,60 euros) hacen cambiar de opinión al agente que amablemente sube la barrera y permite el acceso hasta una posición desde la que se puede tomar una fotografía, “no siga más adelante porque el Ejército está desplegado tras la pirámide”, advierte. De poco ha servido este despliegue ya que parece que los ladrones de tumbas han podido llevarse relieves de gran valor en los últimos días.

Hacemos la foto de rigor y regresamos a El Cairo por una carretera estrecha paralela a un canal del Nilo repleto de basura. “Es la primera vez en mi vida que no veo un solo autobús en esta ruta”, repite el taxista que conduce entre camellos, carros tirados por burros y furgonetas colectivas. Nos dirigimos a las pirámides de Giza, abiertas al público esta semana. Según nos vamos aproximando, las pirámides sobresalen soberbias entre los bloques de casas que llegan hasta las puertas del auténtico icono del país. El momento de placer visual dura poco porque un grupo de vándalos comienza a golpear el taxi. Saber, ex combatiente de la guerra del Sinaí y ex boxeador, se contiene, pero les grita con furia y teme por el futuro de su Hyundai. Más y más jóvenes se cruzan en nuestro camino con palos y fustas, se suben al capó y gritan al conductor que pare inmediatamente. “¡El extranjero para nosotros!”, “¡tenemos que vivir!” gritan una y otra vez. La Policía de turismo observa el espectáculo, pero no toma cartas en el asunto. Un ejército de camelleros en paro durante dos semanas trata ahora de recuperar el tiempo perdido.

“Sucios sicarios”, farfulla mi traductor que no olvida que fue esta misma gente la que irrumpió con sus animales en la plaza de Tahrir el pasado 4 de febrero para intentar echar a golpes a los manifestantes anti Mubarak. El parking de las pirámides, vacío. Ni una persona en la ventanilla para comprar billetes y de los seis tornos de entrada, sólo uno abierto. “Sólo egipcios, eres el primer extranjero del día”, dicen las señoritas al control de la máquina de rayos que revisa las mochilas. Tampoco dura mucho la idea placentera de poder visitar las pirámides casi en solitario. No hay turistas, pero el número de vendedores de recuerdos es el mismo de siempre y se abalanzan sobre la única presa del día rebajando los precios segundo a segundo. Conjunto de las tres pirámides y esfinge en piedra, “very fantastic mister”, por 5 libras (0,60 euros), lo mismo en plástico por 2 (0,25 euros). Gatos de madera por 35 libras (4,3 euros), que en apenas cuatro pasos ya bajan a 10 (1,25 euros). Tras superar este primer filtro llega el turno de los camelleros.

Todo esto antes de poder respirar, mirar al frente y decir hola a la pirámide de Keops. En su base familias egipcias hacen picnic, “ahora las pirámides son nuestras y podemos venir toda la familia”, bromean al ver un extranjero. Me ofrecen Pepsi y me piden que me siente con ellos, a salvo de vendedores y camelleros, pero sigo hasta la pirámide de Kefrén, la que conserva algo de revestimiento original en su parte superior, mucho más tranquila. Adel espera allí tranquilo con su camello ‘Maradona’ a la sombra de miles de años de historia. “Me quiero hacer una foto con su camello”, le digo para romper el hielo. Suelto 10 libras (1,25 euros)  y el hombre pone en pie a Maradona que protesta por el esfuerzo. Nada de fotos, lo que quiero es que me cuente si fue a Tahrir a repartir palos o no. “El líder del Partido Democrático en Giza nos juntó a todos y nos ofreció dinero y promesas de mejores condiciones de trabajo a cambio de ir a Tahrir, pero yo me negué”, asegura. Cuatro de sus compañeros permanecen entre rejas por un ataque por el que el partido del régimen pagó entre 500 y 1000 libras (de 62 a 134 euros) a cada sicario. Adel dice no saber mucho más así que le dejamos con su camello y ponemos rumbo a la esfinge, junto a la puerta de salida. Tan sola como el resto de monumentos.

La mañana turística concluye con una visita al Instituto de Papiros Mena y una comida sobre el Nilo en el Happy Dolphin, un restaurante flotante con capacidad para 1500 comensales en el que estamos 14. Cuatro de la tarde, hora de volver al hotel. En la recepción, restaurante y cafetería un ejército de jóvenes me saluda y miran a la puerta como esperando ver entrar un grupo de turistas de un momento a otro. Pero no hay turistas. De momento solo los egipcios están disfrutando de su nueva era.