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Resistencia con turbante y fusil

Cuando las entrevistas se caen y los reportajes no terminan de funcionar no hay como acercarse a Ciudad Sadr para volver a recuperar la esperanza. Una parada en la oficina general de Al Sadr y unas palabras bañadas en té con el responsable de prensa son suficientes para montarse en el coche con un hombre del Ejército del Mahdi y perderse por esta auténtica república independiente chií. Como ocurre con otros grupos como Hamás o Hizbolá, todo es sencillo con ellos si se trabaja desde dentro. El tema central de hoy es la preparación para la fiesta de la Ashura del viernes. En cada manzana jóvenes y ancianos preparan grandes cazuela de comida y ultiman los detalles de la decoración de sus puestos -una especie de casetas de feria- con fotos del Imam Hussein e ilustraciones de su martirio en Kérbala. Terneros y corderos atados a los postes de teléfono esperan a ser ejecutados para dar de comer a los seguidores de Hussein que se dan cita en las calles.

Es tarde y aquí no hay farolas. La luz es a golpe de generador. La primera parada es en una pequeña oficina situada en la primera de un edificio cualquiera en la que decenas de jóvenes se dedican a preparar las tarjetas de identificación de los directores y ayudantes de las 3.200 procesiones que el jueves noche y viernes tomarán las calles de la capital. Sorprende el orden y el registro pormenorizado de cada persona con fotografía y números de contacto incluidos. “Somos voluntarios y trabajamos de ocho de la mañana a diez de la noche, luego toda esta información se la pasamos a las fuerzas del orden. El objetivo es que el gran día discurra con la mayor seguridad posible”, afirma el responsable de la oficina Abu Muqtadar, que a sus 25 años es un ferviente seguidor Al Sadr. Más té, grabación de la entrevista por parte de los responsables de prensa de Al Sadr y fotografía final de grupo antes de recibir la invitación formal de “vivir la Ashura más auténtica y con más sangre de Irak” con ellos. El tema de la sangre -provocada por los latigazos en la espalda y los cortes con espadas en la cabeza- está prohibido en países como Irán, pero no es Irak porque la autoridad religiosa de Nayaf considera que “en lugar de derramar lágrimas por Husein, aquí se derrama sangre”.

“Si los chiíes somos objetivo en todo Irak, en Ciudad Sadr lo somos aun más y por eso aquí tenemos un doble cinturón de seguridad. Por un lado están las fuerzas del orden, pero la primera línea, la auténtica defensa, está formada por nuestros ‘colegas’ (en referencia al brazo armado del Ejército del Mahdi)”, asegura el responsable de prensa que pide rapidez a la hora de concluir la visita al centro de acreditación porque el sheikh Mohamed Al Garay nos espera para una entrevista.

Delgado, alto, con la tez blanquecina y todavía más alto y pálido por el turbante blanco, el sheikh saluda en inglés y da la bienvenida al periodista a su despacho, situado en un ala de la Oficina Central del movimiento sadrista. Sentado a la derecha de una imagen estirada de Mohamed Mohamed Sadeq Al Sadr, gran líder religioso chií asesinado por los hombres de Sadám Husein en 1999, rompe el hielo preguntando si en España conocen al Imam Hussein. La entrevista es una mezcla de religión, política, filosofía y, sobre todo, resistencia. “Con turbante, por medio de política, diplomacia o con el fusil en la mano, somos resistentes y no cederemos hasta que el invasor salga del país. Después meteremos a los que les abrieron las puertas de Irak en un contenedor de basura y les mandaremos muy lejos”, declara de forma clara y pausada.

Sacar la cámara en Bagdad

mikelinsadr

En Ciudad Sadr no se graba sin permiso de la Milicia del Mahdi. Aunque la milicia ya no está visible en las calles, ellos son los que mandan desde la sombra. El vídeo se pudo grabar tras una entrevista previa con el cabeza de lista del partido de Muqtada Al Sadr a las elecciones del próximo domingo. Hakim Al Zamili, que permaneció un año y medio en una prisión americana por sus relaciones con la milicia, respondió amablemente a todas las cuestiones y finalmente ordenó a dos de sus hombres que nos mostraran el sector 10, el lugar más castigado por los combates contra Estados Unidos. 

Aquí no han pasado muchas cámaras y la gente se acerca al periodista a la espera de que su mensaje llegue a algún despacho desde el que les envíen la ayuda prometida para restaurar sus casas dañadas por los bombardeos. Indignación, ira, rabia e impotencia se mezclan en los rostros de unos ciudadanos que durante siete años han vivido en la línea del frente.