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Bagdad-Teherán

Noor tiene prisa. La joven azafata jordana se desespera por la lentitud del embarque. Forma parte de la tripulación del vuelo IA (Iraqi Airways) 111 con destino Teherán, línea operada por una compañía de Amman llamada Royal Falcon. La compañía bandera iraquí no está preparada para cubrir de momento demasiados destinos y es el vecino jordano quien realiza el servicio a través de subcontratas. La conexión con Teherán es diaria y por eso tanto Noor como el resto de la tripulación viven en el Bagdad International Hotel próximo al aeropuerto. Se pasan un mes en Irak, pero tienen prohibido salir del hotel. De la habitación al avión y del avión a la habitación.

El Boeing 767 empieza a llenarse. El pasaje está compuesto por peregrinos iraníes que regresan a casa después de visitar las tumbas de los Imames y vivir la ashura en Irak. De negro riguroso, barba y gestos muy cansados, parecen las fichas negras del ajedrez frente a las camisas rosas muy claritas de unas azafatas bien preparadas que les dan la bienvenida con un look absolutamente occidental que nunca superaría el código de vestimenta que impone la república islámica. No importa, ellos miran y ellas tratan de parecer naturales. “En Teherán ni bajamos del avión, estamos el tiempo justo para volver a embarcar el pasaje y vuelta a Irak”, dice Noor antes de perderse en la panza del 767.

El paso de los años y la mejora en la situación de seguridad han ido haciendo más humano el aeropuerto bagdadí. Ahora se puede llegar hasta el acceso principal en vehículo privado y de allí hay que coger un taxi colectivo -normalmente pequeñas furgonetas o vehículos GMC- que por 10.000 dinares (unos 6 euros), te llevan a la terminal tras superar dos puestos de control. En el primero sólo hay que bajarse del coche, el conductor abre puertas y maletero, y hay que esperar a que un perro inspeccione el vehículo. En el segundo hay que bajarse de nuevo y someterse a una revisión completa del equipaje mientras que otro perro olisquea el vehículo por segunda vez en busca de explosivos. Superado el trámite -que nadie olvide llevar su billete impreso, aquí no funciona decir que tienes billete electrónico- el último paso consiste en apearse del coche y volver a dejar las maletas en el suelo para que otro perro las huela a fondo. Si todo está correcto es momento de acceder a la terminal -hay dos abiertas, una para vuelos de Iraqi Airways y otra para el resto- y tras pasar las maletas de nuevo por dos escáneres y someterse a dos cacheos uno puede hacer cola para retirar su tarjeta de embarque. Aquí no acaban las medidas de la compañía G4S -responsable de la seguridad en el aeropuerto- ya que después del control de pasaportes hay que volver a pasar el equipaje de mano por otro escáner y finalmente un último escáner nos espera en el momento de embarcar.

Aunque parezca complejo, no es nada comparado con lo que ocurría años anteriores, cuando a esto había que añadir el estrés de tener americanos en los puestos de control y una última revisión de las maletas facturadas a pie de pista antes de meterlas en la bodega. La situación en el interior de las terminales también va mejorando. La limpieza de suelos y servicios, las etiquetas para las maletas facturadas o, por primera vez desde que viajo a Bagdad, tarjetas de embarque impresas desde un ordenador y no escritas a mano son algunos de los avances que va experimentando el principal aeropuerto del país.