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Manual iraní para revueltas

Al Jazeera y otros canales árabes emitiendo 24 horas en directo. Cientos de periodistas de todo el mundo entrando al país cada día para enviar noticias sobre las protestas. Llegas al aeropuerto de El Cairo, te estampan la visa por quince dólares y a trabajar. Ni permiso de prensa, ni traductores oficiales ni gaitas. Un cachondeo, señores. Egipto, como Túnez, no ha estado a la altura de la que se ha montado. Han perdido la guerra de la información desde el primer día y al final ya se han visto los resultados.

La república islámica se vio en apuros tras las elecciones presidenciales de 2009. Muchos enviados especiales estábamos allí cubriendo los comicios y nos encontramos con el postre de las mayores revueltas de la historia del régimen. Pero el trabajo nos duró poco. Estas fueron algunas de las pautas que empleó Irán y que cualquier régimen que se precie debe seguir para que no le pase lo de Egipto y Túnez:

1-Declarar ilegales las protestas y prohibir su cobertura.

2-Prohibir la entrada de más periodistas en el país.

3-No renovar los visados a los enviados especiales que se encuentren en el país.

4-Reducir la velocidad de Internet al máximo -o cortar el servicio directamente- y filtrar las principales redes sociales.

5-Cortar el servicio de telefonía móvil: voz y mensajes.

El problema es que esto silencia, pero no fulmina. Como volvemos a ver en Irán, aunque no se pueda trabajar sobre las ‘protestas ilegales’, el descontento sigue existiendo y con el paso del tiempo irá creciendo más y más hasta volver a explotar. El pulso de la calle está claro, es cuestión de tiempo. Pero Irán no cambiará en 18 días como Egipto.

Bagdad-Teherán

Noor tiene prisa. La joven azafata jordana se desespera por la lentitud del embarque. Forma parte de la tripulación del vuelo IA (Iraqi Airways) 111 con destino Teherán, línea operada por una compañía de Amman llamada Royal Falcon. La compañía bandera iraquí no está preparada para cubrir de momento demasiados destinos y es el vecino jordano quien realiza el servicio a través de subcontratas. La conexión con Teherán es diaria y por eso tanto Noor como el resto de la tripulación viven en el Bagdad International Hotel próximo al aeropuerto. Se pasan un mes en Irak, pero tienen prohibido salir del hotel. De la habitación al avión y del avión a la habitación.

El Boeing 767 empieza a llenarse. El pasaje está compuesto por peregrinos iraníes que regresan a casa después de visitar las tumbas de los Imames y vivir la ashura en Irak. De negro riguroso, barba y gestos muy cansados, parecen las fichas negras del ajedrez frente a las camisas rosas muy claritas de unas azafatas bien preparadas que les dan la bienvenida con un look absolutamente occidental que nunca superaría el código de vestimenta que impone la república islámica. No importa, ellos miran y ellas tratan de parecer naturales. “En Teherán ni bajamos del avión, estamos el tiempo justo para volver a embarcar el pasaje y vuelta a Irak”, dice Noor antes de perderse en la panza del 767.

El paso de los años y la mejora en la situación de seguridad han ido haciendo más humano el aeropuerto bagdadí. Ahora se puede llegar hasta el acceso principal en vehículo privado y de allí hay que coger un taxi colectivo -normalmente pequeñas furgonetas o vehículos GMC- que por 10.000 dinares (unos 6 euros), te llevan a la terminal tras superar dos puestos de control. En el primero sólo hay que bajarse del coche, el conductor abre puertas y maletero, y hay que esperar a que un perro inspeccione el vehículo. En el segundo hay que bajarse de nuevo y someterse a una revisión completa del equipaje mientras que otro perro olisquea el vehículo por segunda vez en busca de explosivos. Superado el trámite -que nadie olvide llevar su billete impreso, aquí no funciona decir que tienes billete electrónico- el último paso consiste en apearse del coche y volver a dejar las maletas en el suelo para que otro perro las huela a fondo. Si todo está correcto es momento de acceder a la terminal -hay dos abiertas, una para vuelos de Iraqi Airways y otra para el resto- y tras pasar las maletas de nuevo por dos escáneres y someterse a dos cacheos uno puede hacer cola para retirar su tarjeta de embarque. Aquí no acaban las medidas de la compañía G4S -responsable de la seguridad en el aeropuerto- ya que después del control de pasaportes hay que volver a pasar el equipaje de mano por otro escáner y finalmente un último escáner nos espera en el momento de embarcar.

Aunque parezca complejo, no es nada comparado con lo que ocurría años anteriores, cuando a esto había que añadir el estrés de tener americanos en los puestos de control y una última revisión de las maletas facturadas a pie de pista antes de meterlas en la bodega. La situación en el interior de las terminales también va mejorando. La limpieza de suelos y servicios, las etiquetas para las maletas facturadas o, por primera vez desde que viajo a Bagdad, tarjetas de embarque impresas desde un ordenador y no escritas a mano son algunos de los avances que va experimentando el principal aeropuerto del país.

El hotel de los mil y un iraníes

Ocho de la tarde. El servicio llama a mi puerta llamando a la cena. Abro y al verme la cara el joven camarero me pide disculpas. Es la hora del rancho para los clientes iraníes del hotel, es decir, todos menos yo, que viajan con ‘todo incluido’. Encontrar una habitación en Bagdad se ha convertido en una misión compleja desde que los grandes hoteles de la capital decidieran cerrar sus puertas en verano. Todos cerraron a la vez, sin excepción. El alojamiento pasa ahora por hostales destinados a los peregrinos iraníes que acuden fielmente a su cita con los lugares sagrados del chiismo en suelo iraquí, embajadas, alquiler de habitaciones en casas de medios occidentales, alojamiento en casa de traductores y conductores o saco de dormir a la orilla del río. La falta de camas ha hecho que los precios suban un cincuenta por ciento en menos de un año.

No bajo a cenar con mis compañeros de hotel. Me quedo con las provisiones de un supermercado cercano para atrincherarme en la habitación hasta primera hora de la mañana. Para entonces ellos ya se habrán subido al autobús que les llevará a Nayaf o Kerbala. Dentro de no mucho espero subirme a uno de estos autobuses y cerrar la peregrinación con ellos antes de poner rumbo a Teherán cruzando lo que durante una década fuera el frente de guerra entre Irán e Irak.

¿Es seguro alojarse en un hotel de iraníes? ¿Serán seguras las procesiones que inundarán las calles con motivos del Muharram? No y no, lo único seguro es que la fiesta del luto, la sangre y el llanto chií está a punto de abrir el telón en su marco más atómico: Irak. Entonces nadie se acordará que durante el fin de semana un coche bomba estalló en el santuario de Kadamiya, al noroeste de Bagdad, matando a cinco personas e hiriendo a otras 18. Otras dos personas fallecieron y unas 28 resultaron heridas por la detonación de otro coche cargado con explosivos cerca de un grupo de peregrinos iraníes en la zona de Al Shoola.