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La editorial de Ocalan

Hay que subir hasta un cuarto piso. Al tocar la puerta una chica muy joven, de pelo y tez morena sonríe por encima de un gran fular de color verde que le cuelga del cuello hasta la cintura. Se llama Derya Us y trabaja pata la editorial Aram, la misma en la que el líder del Partido de los Trabajadores (PKK), Abdulá Ocalan, ha publicado “al menos veinte obras” firmadas con su nombre y apellido. Estos libros no están en el mercado -Ocalan permanece en prisión desde hace una década y el PKK una organización ilegalizada e incluida en la lista de grupos terroristas de EE.UU y la UE-, pero se pueden conseguir de forma clandestina sin demasiada dificultad.

Su repasa los últimos títulos más polémicos de su editorial y rescata de un cuarto oscuro un ejemplar de “La guerra especial”. El escritor usó un pseudónimo, Cemal Serik, y firmó un documento por el que asumía toda la responsabilidad de su texto eximiendo a la casa editorial de cualquier culpa. Las autoridades retiraron el volumen de las tiendas, pero al menos no cerraron Aram por publicar este texto que denuncia la guerra sucia de Ankara contra el pueblo kurdo.

“Más peligroso que el idioma es el contenido. En los últimos años el Gobierno ha logrado que el turco sea nuestra lengua principal, pero lo que no ha podido es acabar con nuestras ideas”, asegura Su mientras muestra algunas obras de reciente aparición en versiones bilingües.  Repasando el libro de estilo de las autoridades detalla las tres reglas de oro que cualquier publicación debe cumplir en Turquía para no tener problemas. Primera, el PKK no es un “movimiento de liberación”, sino una “organización terrorista”. Segunda, Abdulá Ocalan no es un “líder”, sólo el “jefe de una organización terrorista”. Tercera,  los miembros del PKK no son “guerrilleros”, son “terroristas”.

Suena el timbre y Su acude a la puerta. Sale humo de la tetera y sobre la mesa los libros proscritos se confunden con títulos de poetas y traducciones de autores internacionales. Hora de acabar la entrevista porque Su tiene que seguir con sus papeles. Acabamos el té -ni negro, como en Irak, ni aguado, como en Irán- y nos despedimos.