Disco de la semana: BRETT ANDERSON : SLOW ATTACK

Parece que Brett Anderson nunca encontró su lugar bajo el sol tras la
disolución de Suede. Hacer las paces con Bernard Butler para lanzar su
banda The Tears no les sirvió de gran cosa a ninguno de los dos (The Tears
no han vuelto a grabar nada desde 2006), y tanto uno como otro tuvieron
que seguir adelante por su lado. A Butler le persigue la misma maldición
que impide que otros guitarristas como Johnny Marr o John Squire logren un
solo éxito, mientras Anderson continúa confiando en que haya vida después
de las bandas legendarias y le toque, al menos, el reintegro en la lotería
que ganó Morrissey tras los Smiths.

Lo cierto es que Brett Anderson lleva ya tres intentos desiguales en ese
camino: sus dos primeros discos (Brett Anderson, 2007 y Wilderness, 2008)
han tenido siempre un trato amable por parte de la crítica, sin que las
ventas hayan acompañado el buen rollo de los redactores musicales. Pero
nadie parece dispuesto a rendirse: Slow Attack es la tercera entrega del
Anderson post-Suede, empeñado en ser regular -sale a disco por año- y en
llegar a conmover a alguien más que los fans de su antiguo grupo.

A ellos puede que este Slow Attack les devuelva recuerdos de tiempos
mejores: Anderson mantiene su voz andrógina y su gusto exquisito por las
melodías…aunque cualquier otra cosa que pueda traer a Suede a la memoria
brilla por su ausencia. Y es que Brett Anderson se siente poeta y ha
debido pasar horas rebuscando en las cubetas de segunda mano de alguna
tienda de música folk; tanto Wheatfields como The Swans o Leave Me
sleeping acusan una más que clara influencia folk, con un Anderson en plan
trovador desgranando historias melancólicas a lágrima viva. Y este es el
tono del resto del disco: baladas, letanías, elegías y canciones que
parecen expresamente compuestas para las largas tardes de invierno…Apenas
la voz, una sección de cuerdas y pianos por todas partes. Sustituyendo el
tremendismo por una especie de melancolía brumosa, este es el disco que
podría aceptar un fan del Nick Cave de la época de The Boatman’s Call. O
uno de Rufus Wainwright que quisiera probar algo no sepultado bajo
toneladas de brillantina. O tal vez uno de Anthony and The Johnsons que
estuviera de fin de semana en el campo…La producción es cuidada y subraya
con punta fina el tono intimista, nostálgico y decadente de un Brett
Anderson transformado en crooner maduro, tristón pero siempre elegante. Si
logra cerrar fechas para una gira en teatros con candelabro y cortinas de
terciopelo, habrá dado en el clavo.

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