Inteligencia emocional

¿Qué emociones se pueden regular?

Por Igor Fernández

 En efecto, a todo ser humano sus emociones le juegan malas pasadas de vez en cuando.

 Lo cierto es que gracias a ese mismo mecanismo, podemos reaccionar a tiempo en las situaciones en las que necesariamente precisamos de la respuesta emocional para elegir la respuesta correcta ante un acontecimiento. 

  

De hecho, no hay porqué, ni queremos dejar de sentir; es más, sería un aburrimiento insoportable y nos perjudicaría mucho más de lo que pensamos carecer de emociones, en nuestros juicios morales, o en decisiones tan importantes como la elección de una pareja (Morgado, 2007). De lo que se trata es de manejar lo que nosotros sumamos al hecho que nos ha producido esa emoción y que la perpetúa una vez que éste ha desaparecido y, claro está, nos provoca sufrimiento, angustia, que no podemos manejar de forma espontánea.

Resulta que con la aparición de la conciencia, y por tanto de las estructuras cerebrales que la sustentan (corteza prefrontal), los seres humanos empezamos a pensar sobre nosotros mismos, pudimos empezar a darle vueltas al manido “¿quién soy yo?” o “cómo me pica esta pierna”. Lo que sucedió entonces, fue que empezamos a pensar también en nuestras emociones, en cómo nos sentíamos en el cuerpo, también cuando nos emocionamos. Hoy, miles de años después, seguimos disponiendo de un sistema racional que actúa sobre las emociones, las modifica y puede perpetuarlas o disminuir su incidencia. El sentimiento que generamos sobre la emoción al pensar sobre ella, puede incrementar la misma, como el miedo anticipado, y por tanto imaginado, a tener miedo, o la tristeza por la conclusión a la que llegamos cuando nos damos cuenta de que nuestra vida es triste como ella sóla. 

 

 Y es precisamente ahí donde entra nuestra capacidad para regular nuestras propias emociones. En aquellos pensamientos, ideas, conclusiones, anticipaciones y expectativas, que añadimos a un hecho concreto.

Un ejemplo, por ejemplo. Mi hijo me dice que no me quiere. Tiene cuatro años, y me hace sentir mal lo que me dice, por tanto yo empiezo a pensar (aquí viene) "¿Y si lo estoy haciendo mal? ¿Y si realmente no me quiere? Precisamente son los niños y los borrachos los que dicen la verdad." Empiezo a barajar todas las posibilidades dramáticas que se me ocurren y termino triste, enfadado conmigo mismo y con una culpabilidad que me rebosa, empujando en la boca del estómago.

Yo me pregunto ¿Y si en su lugar pienso que es un niño de cuatro años que no encuentra otra forma de decirme que está muy enfadado conmigo? ¿Y si el enfado es porque le obligo a comer verduras o a irse pronto a la cama? ¿Es eso ser mal padre? ¿Es eso tan traumático como para decidir que no me quiere? Es más ¿para él “querer” es lo mismo que para mí?
Como decía antes, los pensamientos incrementan la emoción inicial, y es ahí donde tenemos que hacer para redirigir la emoción.

Cuando estamos ante una situación ambigua y ligeramente desagradable ¿Qué creéis que nos hace tan difícil elegir la parte menos dramática de esa realidad? O de otro modo ¿por qué nos ponemos siempre en lo peor? ¿Es eso ser realista?

5 pensamientos sobre “¿Qué emociones se pueden regular?

  1. Karmele

    No creo, que el ponernos en lo peor sea ser realista, a mi lo que me resulta mas difícil, es buscar el equilibrio, hay días, que me dejo llevar por mis emociones positivas y reprimo las negativas, y otros sin embargo, estoy tan ofuscada con las negativas, que soy incapaz de reconocer las positivas. Lo ideal sería aprender lo que he leído en el artículo, sobre la afirmación de Gracián: ” Saber vivir es convertir en placeres lo que debían ser pesares. “

  2. Gotzon

    Quiza ponerse en lo peor es una pauta automatica para la supervivencia en una sociedad que guarda memoria de siglos de falta de confianza en la autoridad, y tambien en lo que puede dar de si misma.

    Una sociedad dominada por un sistema de gobierno y una religion que le ponian de todas todas en lo peor: el cacique, elmandamas, el pecado, el infierno.

    Quiza esta misma experiencia del miedo podemos observarla en la la peripecia personal del individuo, en su entorno mas proximo, a lo largo de su vida.

    Todo esto me recuerda muy mucho al replicante de Blade Runner cuando le pregunta a nuestro heroe interpretado por Harryson Ford, derrotado, a la espera de la muerte, si siente miedo:

    …en eso precisamente consiste ser un esclavo, en vivir atemorizado, con miedo.

    Se lo dice tras el duelo final en el que triunfa el robot supuestamente sin emociones…y poco despues le perdona la vida al poli bueno, con emociones, humano en una palabra.

    PDT Muy recomendable revisitar la pelicula de marras para una productiva sesion de cine forum en cualquier curso o debate sobre inteligencia emocional

  3. Jon

    Los pensamientos, los sentimientos,… la vivencia subjetiva de la emoción, en definitiva. No me considero una persona que de vueltas a la cabeza en sentido negativo. Y gracias a eso me ha ayudado a no fustigarme día y noche, sacando partido positivo de lo negativo. Y no por eso me dejo de considerar realista, ni mucho menos.

  4. Raúl

    Supongo que nos ponemos en lo peor, para prepararnos. Ponemos el colchón antes de caernos, pero en ocasiones pesa tanto, que acabamos cayendo con él. Creo que muchas veces es cuestión de voluntad ver la parte positiva o negativa de una misma realidad.

  5. Rosa

    Sí, el poder del pensamiento es incalculable y se ha utilizado desde la antigüedad de diversas maneras. Me gusta esa idea de que “los pensamientos refuerzan la emoción inicial”, es útil para trabajar el tema. Por otro lado, siguiendo las preguntas, es criterio de elección también tomar en cuenta la parte “menos o más dramática” de la situación como punto de partida para el análisis, quedarse con uno u otro lado solamente es ser poco realista. Aprender a identificar nuestra dirección más recurrente para tales situaciones formaría parte de nuestro conocimiento emocional.

    En otro orden de cosas, relacionando valores y emociones, parece que falta un poco de tolerancia hacia nosotros mismos y los demás. Tolerancia también a equivocarse, a la legitimidad de sentir unas u otras emociones, entre otros.

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