Inteligencia emocional

Malos tiempos…buenas oportunidades

Realmente son tiempos dificiles para ser padres o madres…aunque quizás sean tiempos más dificiles aún para ser niños o niñas. Los niños y niñas son víctimas, de entre otras, de dos fuerzas que andan sueltas en el panorama mundial, la fuerza económica y la fuerza tecnológica.

Las personas adultas vivimos en una sociedad altamente competitiva, lo cual nos arrastra a generar más productividad a fin de mantener un nivel digno de vida, lo que supone disponer de menos tiempo libre para dedicarlo a nuestros hijos e hijas.

Esta actividad frenética conlleva un estado de ansiedad a lo hora de planificar la vida familiar, dónde, cómo, con quién y cuándo va a estar mi hijo o hija en cada momento del día. Este estrés no parece disminuir, sino todo lo contrario, hasta el punto que algunos padres y madres no sabe a dónde recurrir.

Si disponemos de la gratitud y suerte de poseer un familiar cercano a nuestro vecindario, se convierte en nuestro mejor aliado en la educación de nuestros hijos e hijas, lo que desgraciadamente, en ocasiones, puede generar un factor de estrés de alto riesgo debido a la alta responsabilidad obligatoriamente cedida.

En lo que al aspecto tecnológico se refiere, el “boom” de las nuevas tecnologías conlleva que los niños y niñas sean capaces de grabar un dvd por las dos caras, sincronizar el i-pod, chatear por internet, jugar a un videojuego con un mando de mil botones, ver basura en la televisión, etc.

Pero desgraciadamente muchos de estos niños y niñas no están jugando con otros de su misma edad. Esta ha sido la forma en la que nos hemos transmitido las aptitudes de la inteligencia emocional, promoviendo la socialización emocional generación tras generación, basada en la interacción en la vida misma entre progenitores, amigos y la propia comunidad.

Es por ello que la vida familiar es la primera escuela de aprendizaje emocional. Es el crisol doméstico en el que aprendemos a sentimos a nosotros mismos y en donde aprendemos la forma en que los demás reaccionan ante nuestros sentimientos. Ahí es también donde aprendemos a pensar en nuestros sentimientos, en nuestras posibilidades de respuesta y en la forma de interpretar y expresar nuestras esperanzas y nuestros temores.

Desde el nacimiento de nuestros hijos e hijas, sus cerebros crecen hasta los dos tercios de su tamaño maduro a un ritmo que jamás volverá a repetirse. En este período el aprendizaje es fundamental, más aún el aprendizaje emocional. Durante esos tempranos años es cuando se asientan los rudimentos de la inteligencia emocional, aunque éstos sigan modelándose durante el período escolar.

Ser padre o madre realmente no es fácil, lo realmente fácil es hablar de progenitores “malos” o niños “malos”, por lo que no debemos olvidar es que ser madre o padre, significa asumir la responsabilidad de ayudar a los niños a crecer emocionalmente inteligentes. Para ello, los padres y madres deben tener una mínima comprensión de los fundamentos de la inteligencia emocional que les permita percibir y comprender los problemas emocionales de sus hijos como una oportunidad para desempeñar la función de tutores emocionales.

Los padres emocionalmente diestros pueden hacer mucho para que sus hijos asimilen los elementos fundamentales de la inteligencia emocional: aprender a percibir, comprender y gestionar sus propios sentimientos y empatizar y manejar los sentimientos que aparecen en sus relaciones con los demás.

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