Inteligencia emocional

Cultura y Neurología: sentimiento

En los últimos tiempos muchos han sido los esfuerzos para dar explicación científica a los fenómenos emocionales. Sabemos que las emociones tienen una repercusión directa en el cuerpo, e incluso hay quien afirma que la emoción no va más allá de esa perturbación fisiológica, que el cambio en los músculos, la piel, los órganos y el torrente hormonal es en sí la emoción. Sea como fuere, más allá de esta sutil disquisición, hoy me gustaría prestar atención a lo que algunos autores definen como “la interfaz entre la biología y la cultura”. Aquello que Descartes situaba, hace ya cuatro siglos, en la glándula pineal, el punto de encuentro entre el cuerpo y el alma, hoy de forma menos poética y con mucho más rigor científico, podemos situarlo en la emoción. Es decir, el mundo interno, incomunicable sin el lenguaje del sujeto, se encuentra con toda la cultura en la emoción, y ésta la cambia. Lo trataré de explicar con detenimiento.

En nuestra experiencia cotidiana, mientras leemos por ejemplo este post, nuestro cuerpo, de manera autónoma está procesando miles de estímulos sin que siquiera nos percatemos. Desde el oxígeno que estamos respirando, a la comida o bebida que podamos haber ingerido hace unas horas, pasando por la temperatura, las formas de las letras o el sonido ambiente. Y como consecuencia de esta vivencia, tenemos sensaciones. Sentimos dentro de nuestro cuerpo cosas, a las cuales hemos aprendido a darle un sentido a lo largo de la vida. ¿cómo puede un niño interpretar como “vértigo” lo que le sucede en el estómago cuando mira hacia abajo desde una altura? Sólo a través de alguien que le acompañe en esa experiencia y le ayude a dar significado, podrá ir formando una idea clara de un concepto que represente en su cabeza esa sensación y por tanto le permita hacer algo con ella.

Con las emociones pasa algo similar. El niño tiene que aprender a identificar, a sacar del maremagnum de sensaciones físicas, aquellas que implican emoción, para poder manejarlas desde el pensamiento, desde la voluntad. Para poder ser dueño de sus reacciones y mediar conscientemente entre el estímulo y la respuesta. Para que un niño pueda autorregularse, es preciso que antes pueda identificar lo que siente, lo cual es imposible sin la tutoría de una persona adulta que le ayude a dar sentido.

Por otro lado, sabemos que un nuevo aprendizaje tiene en el cerebro la forma de nuevas conexiones neuronales, modificaciones físicas de las rutas que sigue el impulso nervioso. Cuando aprendemos algo nuevo, es como si en el cerebro se trazara un nuevo recorrido, un camino, que al ser transitado se vuelve más transitable en el futuro.

De esta manera, cuando enseñamos a los niños que lo que siente en el estómago al ir al cole es el sentimiento (que no sólo la emoción) de miedo, le ayudamos a trazar una ruta neuronal, condicionaremos no sólo el nombre de esa sensación, sino en un futuro, la probabilidad de que ese camino neuronal sea recorrido habitualmente y dé como resultado la misma reacción a lo largo del tiempo. Es decir, enseñamos a sentir.

Como guinda, lo que es permisible sentir o no, lo que sienten los niños y las niñas, frases como “no, no pasa nada, no tienes miedo” o “tienes que ser fuerte y no estar triste”, da un sentido a las sensaciones y muestran por qué camino neuronal transitar y por cuál no. La cultura penetra en la neurología.

¿hasta qué punto condicionamos a sentir a nuestros hijos, alumnos…? 

Un pensamiento sobre “Cultura y Neurología: sentimiento

  1. Arantza Echaniz

    Creo que el ejemplo más sangrante de “mala educación” en cuanto a lo que es permisible sentir son todos los estereotipos de género que se transmiten: “los niños no lloran”, “las niñas buenas no sienten rabia”, etc.

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