“El más terrible de todos los sentimientos es tener la esperanza muerta”
F. García Lorca.
Hace poco en un foro de liderazgo e innovación, un ejecutivo al hablar de su empresa, destacaba cuán difícil le había resultado en momentos cruciales, el sentimiento de soledad en la toma de decisiones; reiteradamente, padres en nuestros cursos se quejan de que la familia se siente sola (ya como Institución, ya como padre/ madre), ante la labor educativa de los hijos; hijos se quejan de sentirse solos; personas mayores cada vez más en nuestros cursos hablan de su soledad. Francisco Javier hacía alusión al tema en un reciente post a través de este espacio. De modo que me hago eco de todas estas voces para compartir estas líneas.
La soledad según la Real Academia de la Lengua es entre varios significados, “la carencia voluntaria o involuntaria de compañía”, o también, “pesar y melancolía que se sienten por la ausencia, muerte o pérdida de alguien o de algo“. De esta definición puede inferirse que:
La distinción voluntaria/ involuntaria influye en la percepción que se pueda tener de la soledad. Así, en el primer caso, la soledad podría traducirse a nivel emocional como una vivencia de gozo, sensación cercana a la libertad, de elección personal, autonomía, y por tanto, un estado facilitador, que bien podría utilizarse para el encuentro consigo mismo, para el autoconocimiento, para un ocio productivo, como reductor del estrés, entre otros; mientras que en el segundo caso, al sentirlo como resultado de “fuerzas” ajenas a veces “impuestas” por las circunstancias, las sensaciones podrían ser otras, sobre todo, para personas desvalidas, niños que aún no tienen la capacidad de autonomía; en adultos sanos, sin embargo, hasta esos casos involuntarios podrían encontrar un reencuadre diferente y convertirse en un aprendizaje que a largo plazo podría tener otra interpretación.
La segunda acepción del diccionario, podría abarcar una gama bien amplia de matices, en virtud de cómo valora o qué significa para cada persona esa “pérdida o ausencia de alguien o algo“. Pienso en esos casos de pérdidas de seres queridos que duele hondo, y hasta en casos cotidianos en que en compañía de otros se siente una soledad extrema, sensación de no sentirse parte de un grupo (La soledad de dos en compañía. – como decía Ramón de Campoamor, la más triste de las soledades). Por tanto, más que hablar de la soledad, habría que ahondar en las causas de que se sienta ese sentimiento, se trate de un niño, de jóvenes, de adultos mayores.
No es lo mismo estar solo que sentirse solo. Yo diría más, que en el mundo en que vivimos es bien difícil estar objetivamente bien solos: hoy como nunca antes tenemos medios de comunicación que nos ponen en contacto con personas, vivencias y sitios antes insospechados. Mientras podamos ver, oír, sentir, oler…; mientras tengamos una actitud de apertura a la vida, mientras que la neurociencia demuestra que estamos más conectados de lo que imaginamos, la soledad amarga se puede mitigar. Como reza en estos versos del poeta coterráneo Jorge Hidalgo “ni es ave todo lo que vuela ni está solo el que espera“.
¿Y tú qué esperas, qué espera acaso el niño, el padre, el hijo, el anciano, el amigo, el jefe, el vecino… que cree estar o se siente solo? Si compartes tu alegría, se multiplica; si compartes tu tristeza, tu soledad, pesa menos y es posible que te sorprendas del resultado.
¿Te animas a compartir en este espacio lo que haces o has hecho cuando sientes o has sentido el dolor de la soledad o qué has hecho por otros?
Gracias, anticipadamente por ayudar con tu experiencia.