Inteligencia emocional

La coherencia de mimbre

La naturaleza humana es francamente compleja como todos sabemos, y lo que hacemos las personas, por tanto, no suele responder a razones sencillas ni a reglas fijas. Parece que la palabra coherencia, a medida que el conocimiento del comportamiento se amplía, queda relegada a la descripción de un grupo de conductas determinadas, no muy amplio, común a un grupo o una cultura.

El resto de las cosas que hacemos no deja de ser un ajuste creativo a las circunstancias que vivimos con los recursos que tenemos. Estos son propios de cada individuo y tienen una profunda raíz en el lecho familiar. Todos sabemos que la infancia es una etapa de tremenda influencia, pero no nos imaginamos hasta qué punto cuando pensamos en ella como personas adultas. Mirar hacia atrás, hacia los días en los que no podíamos hablar, o a los años en los que las brujas y los hombres del saco nos atemorizaban, parece un ejercicio inútil en la búsqueda del conocimiento actual y adulto. Realmente el pensamiento adulto está basado en la razón, en lo que sabemos, planificamos y podemos definir con claridad. Es ahí cuando somos coherentes, y lo somos porque los mimbres de nuestra conducta son los mismos en las diferentes actividades. Sin embargo, cuando no comprendemos lo que pasa, cuando el razonamiento no es suficiente para dar solución a una situación, la cesta empieza a adoptar formas extrañas, empezamos a no ser coherentes.

Los seres humanos somos únicos, entre otras razones, por la facilidad y rapidez con la que aprendemos, sobre todo en la infancia, y por cómo vamos construyendo nuestra personalidad como una cesta. Primero el fondo, bien entramado y sólido, la base que dará forma a todo lo demás. Esto es la confianza básica en los otros, y nuestro concepto adquirido sólo a base de experimentación. Desde aquí, los mimbres más sólidos que van dando la sensación de un todo, la estructura. Aquí están las relaciones con los demás y el autoconcepto resultante; mi capacidad para influir en los demás, tan importante para la supervivencia. Y finalmente el entramado completo, en el que se unen los mimbres más fuertes entre sí. Aquí la confianza básica de la base y el autoconcepto resultante de la relación con otros ya están afianzados (o aprendidos: ya sabemos, para cuando comenzamos a hablar y pensar con palabras, si la gente es confiable, si puedo expresarme tal cual soy o no, y las consecuencias de hacerlo. Y por tanto ya hemos aprendido, de forma muy primaria y sin mucho razonamiento, lo que hacer) y es sólo a partir de aquí que empezamos a desenvolvernos racionalmente.

¿Perdemos a partir de entonces lo aprendido? ¿sustituyen entonces los mimbres más finos a la estructura y la base de cañas más gruesas? La respuesta obvia es que no. Todos somos resultado de lo que hemos aprendido a sentir y a hacer, y sólo más adelante también a pensar. La coherencia adulta en situaciones que desafían lo conocido, lo comprensible, no deja de ser la relación entre la estructura y los mimbres más finos, el sentir más primario y el pensamiento más abstracto. El diálogo entre el niño de dos años que todavía tenemos dentro y el adulto actual.

El pensamiento nos ayuda a avanzar, indudablemente, pero a la base de lo que pensamos se encuentra lo que hemos sentido desde la infancia y las conclusiones a las que hemos llegado desde antes del pensamiento abstracto.

¿somos capaces de establecer este diálogo? ¿qué conseguiríamos?

Un pensamiento sobre “La coherencia de mimbre

  1. Rogelio

    Es una lástima que nos demos cuenta de mayores la importancia que tiene nuestra niñez en la construcción de nuestro yo adulto. Y digo lástima porque hablamos ya a “toro pasado” aunque todo este conocimiento al que apuntas se debería utilizar por las familias actuales y por la sociedad en general para intentar prevenir en el futuro, en el futuro de sus hijos, muchas de las situaciones y experiencias que marcarán la vida de éstos como adultos. Las neurociencias ya están dando testimonio científico de la importancia de la infancia en el desarrollo del cerebro adulto… sólo nos queda hacerles un poco de caso. Gracias Ígor

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