Inteligencia emocional

Miedos

Miedos desadaptativos, paralizantes, agresivos, humillantes, cotidianos, invisibles, amigos, condicionados y condicionantes, viejos y nuevos, aceptados, odiados, del pasado, del presente, del futuro… de los más peligrosos. Miedos fóbicos, terroríficos, pavorosos, pero también sutiles, silenciosos, permanentes, depresivos y deprimentes.

Miedos que vienen del miedo a no llegar, de no ser, de no ser lo suficientemente alto, guapo, inteligente, sociable, emocionalmente inteligente, flexible, cariñoso, optimista, independiente, capaz, productivo, joven (¡otro con gran peligro!), agresivo, asertivo, fuerte, de no tener una alta autoestima, de que descubran que no la tenemos. Miedo a que descubran cómo somos realmente y miedos también a que no lo hagan nunca. Miedo a estar solos y miedo a comprometernos para siempre con alguien o con algo. Miedo a morir y a vivir (que no es otra cosa que envejecer, que crecer). Miedo a ser celoso y miedo a ser un ingenuo.  Miedo a no ser una buena madre, un buen padre, una buena hija o hijo,  un buen trabajador o trabajadora,  un buen amigo o amiga, un buen confidente, una buena persona y miedo a  u vez de que por ser cualquiera de estas cosas nos tomen por tontos… porque también tenemos miedo al ridículo. Miedo de cambiar y también de no hacerlo. Miedo de mirarte profundamente y hacerte responsable de lo que ves.

Un día, una gran amiga mía experta en gestión emocional desde la visión oriental, me previno sobre esta emoción, a la que yo, relacionándola en aquel momento más con el miedo a los osos que con todo lo que les acabo de comentar, no había tenido prácticamente en cuenta. Con el tiempo he comprobado que es una de las emociones que, fuera de su función puramente adaptativa para nuestra supervivencia, más nociva resulta en nuestra sociedad actual. Su toxicidad viene dada por el efecto que tiene sobre la percepción que tenemos de la realidad, por sus repuestas de parálisis, lucha o huída  y sobre todo por residir más en el futuro que en el presente.

El presente es precisamente donde menos miedo tenemos. En el  presente el miedo es, quizás, más intenso pero también es mucho más real y podemos utilizarlo mejor para aumentar nuestro bienestar. Además,  y aunque pueda parecer manido, el futuro no existe con lo que vivir temeroso de algo irreal, y que tiene gran probabilidad de que no ocurra no es algo que beneficie eso, a lo que también tenemos muchas veces miedo de no alcanzar, que llamamos  felicidad.

La ansiedad, esa emoción de futuro que nos mantienen en un estado permanente de alarma, y muchas veces de angustia, es uno de los grandes venenos que tenemos en nuestra sociedad. Esa preocupación permanente, ese miedo de lo que ocurrirá dentro de un rato, o más tarde, o mañana, o dentro de un mes, o dentro de un año… esa emoción tiene un antídoto muy fácil de presentar pero, por lo visto, muy difícil de aplicar: vivir el presente.

Vivir el presente nos ayudará a disfrutar más de lo que hacemos, de lo que sentimos. Nos ayudará a quitarnos muchos miedos inútiles y paralizantes que no nos ayudan en nada. Nos permitirá ver con mayor claridad la realidad en la que vivimos y nos permitirá también responsabilizarnos más de ella. Nos permitirá, en definitiva, vivir más felices aunque esto… nos de miedo aceptarlo.

Esta gran idea, la de vivir el presente me la recordó e hizo que le prestara atención, otro gran maestro en técnicas orientales y compañero de trabajo: David González y ponerla en práctica está siendo una de las  mejores y más gratificantes tareas que estoy realizando actualmente, con cual, y ante ustedes, quiero darle las gracias y plantearles tres reflexiones.

¿Tienen reconocidos sus miedos?

¿Cuál es el efecto que tienen en ustedes?

¿Viven en el presente o en el futuro?

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3 pensamientos sobre “Miedos

  1. Pepelu

    Creo que habría que distinguir entre el miedo constructivo y el miedo destructivo.

    Se puede hacer pensándolo metafóricamente como si fuera un brasero. El calorcito inicial tiene una función constructiva, agradable incluso, confortable. Hasta que llega a su umbral de optimización y comienza a decaer. Entonces se pasa del calorcito a la quemazón, comienza la función destructiva.

    Un saludo

  2. Pingback: lubierna

  3. Pingback: Miedos… | Rogelio Fernández Ortea

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