Inteligencia emocional

El reto del perdón

Cualquier persona, en su rol de padre/madre, o quizá de educador/a habrá observado con toda seguridad una escena curiosa: la de esforzarnos en enseñar a un niño o niña de corta edad, 3 años o 4 quizá, cómo debe pedir perdón a su amiga, su hermano, o a su vecino, después de haberle dedicado un enrabietado tirón de pelo; o una coz al aire. Y el enfurecido autor de los hechos, además de sentirse enfadado y ser agresor, y a la vez herido, además se encuentra con que “tiene que pedir perdón”; pero resulta obvio que no lo comprende bien, porque en lugar de pedirlo, esgrime un “ te perdono” con el ceño fruncido, a quien ha vivido en sus cabellera esa pequeña furia no contenida. Y le decimos, “¡no, no! Es a ti a quien tiene que perdonar Ane, tú se lo tienes que pedir; y con el tiempo parece que, a modo de ir automatizando la fórmula de que, cuando hace algo mal tiene que usar esas palabras, se va interiorizando el proceso.

En pocos años, a partir de los 5 o 6 años, el niño irá perdiendo su egocentrismo natural, y podrá desarrollar la empatía, herramienta fundamental para lograr la capacidad de pedir perdón y también perdonar. A pesar de que sentir dolor por la herida provocada, hay algo que acerca a esa otra parte, algo que se valora en la relación, que lleva a trascender.

El perdón es un proceso complejo y eminentemente emocional; primero porque pone en juego una combinación de sentimientos y razón, que permite poder regular y recomponer la situación. Uno de los elementos fundamentales para que se produzca es el deseo de restablecer la relación, a pesar de haber podido resultar dañada. No obstante, el verdadero perdón, como sentimiento que también nos aporta paz, requiere un período de incubación, especialmente por parte de quien perdona. Es decir, quien se siente dañado ha de sentir primeramente el dolor percibido, no para regodearse o lamentarse, sino para identificar sus propios sentimientos, ponerles nombre y expresarlos para regularse. Es a partir de entonces, cuando puede comenzar a elaborar el  verdadero perdón; comenzando por el trabajo interior.

En este sentido es importante diferencia que “perdonar” no significa dejarlo pasar, u olvidar, o callar. Al hilo de lo comentado anteriormente, el verdadero perdón aporta paz interior, considerando que es el paso necesario para ir avanzando en esa relación, a pesar del bache; tanto si es íntima, como del ámbito laboral o vecinal. Es ese afecto y deseo por la relación lo que puede darnos la suficiente fuerza para perdonar. Además, el perdón y la situación misma que ha generado el proceso son a su vez vivencias válidas para el aprendizaje; podemos emplearlos como una unidad temática más en escuela de la vida para, según vamos pasando página, preguntarnos: bueno, y ¿Qué sacamos de esto?. De lo contrario, puede ser una especie de perdón cercano a tragar saliva para salvar la situación, lo cual es casi imposible que nos aporte esa paz interior que comentábamos, y a la larga va acumulando resentimiento y erosionando la relación.

Meses atrás ha llegado a nuestras pantallas la película Invictus basada en la vida de N. Mandela, y partiendo del libro de J. Carlin  El factor humano. Interesante y conmovedora lección la que nos dio Mandela, romulgando que la única vía para superar el apartheid era la del perdón a quienes tanto daño les hicieron; incluso a pesar de todas las agresiones vividas. Francamente, hubo de ser una experiencia de aprendizaje duro para Suráfrica, para ambas partes. Con toda seguridad, muchos de nosotros no estaríamos preparados, para asumirlo y avanzar a la primera de cambio. En la obra se cita una reflexión de uno de los protagonistas, de raza blanca él, donde entre confundido e impresionado, tras visitar la celda en la que Mandela vivió su injusto castigo durante 27 años, se preguntaba “¿qué podía tener este hombre en sus entrañas –refiriéndose al dirigente-, para, tras haber pasado casi 30 años allí, al salir y llegar a la presidencia hablara y promulgara el perdón?. Fueron palabras que, sinceramente, resonaron en mi interior, y siguen conmoviéndome.

Hoy por hoy, muchos de nosotros estamos lejos de sentir y transmitir esa impresionante capacidad, pero viviremos con más salud y armonía si comenzamos a poner en práctica en nuestro día a día, la capacidad de perdonar. Eso sí, un perdonar para mejorar y aprender, no para “dejar pasar”. Y en nuestras manos queda el transmitirla a nuestras generaciones venideras, si queremos que mejore la convivencia, como un acto real y sentido, más que como fórmula de resarcir daños.

¿Creéis que el acto de perdonar es una capacidad que vamos olvidando? ¿Qué aspectos percibís que impiden que perdonemos de verdad?

3 pensamientos sobre “El reto del perdón

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  2. Rocío

    El acto de saber perdonar se va aprendiendo con la práctica, y para que sea verdadero tiene que ser una decisión propia, en nuestra niñez es influenciado ese acto, pero a medida que nos hacemos adultos, es el resultado de nuestra voluntad, además algo que no nos enseñan de pequeños y que solo algunos adultos nos damos cuenta de ello, es que el mayor beneficiario del perdón, no es el perdonador, sino el que pide perdón, ya que inmediatamente va limpiando de su corazón toda raíz de amargura, que a la postre se traduce en ulceras, estrés, cancer, diabetes, hipertensión etc etc etc.

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