Inteligencia emocional

Desempleo, Emociones y Personas (Continuación)

Por Juan Carlos López Ubis

Continuando con el Post anterior… Los humanos somos gregarios por naturaleza, y una muestra de ese comportamiento es el reparto de tareas, roles y funciones que se dan en cualquier grupo social. A todos nos van instruyendo para cumplir con nuestro papel en la sociedad, y a todos se nos exige una aportación al mantenimiento y desarrollo del clan, la familia o la comunidad.

En la mayoría de los casos esa exigencia se plasma en forma de trabajo. En las sociedades capitalistas occidentales, muy complejas en su estructura, composición y funcionamiento, ese trabajo se organiza, gestiona, mantiene y desarrolla a través de la ley de la oferta y la demanda.

La sociedad necesita carpinteros, técnicos informáticos, protésicos dentales, ascensoristas, abogados, instaladores de equipos domóticos, peluqueros, especialistas en nanociencias, jardineros, ingenieros mecánicos, etc., pero es el mercado laboral el que decide cuántos y en qué momento y lugar.

Hoy en día salir a por comida ya nada tiene que ver con salir a cazar o a recolectar. El mantenimiento y aporte económico a la familia o el clan está sujeto en gran medida a los vaivenes de ese mercado laboral.

En la prensa de estos días se ha podido leer que en Irlanda se están yendo 1000 jóvenes al día a Australia o Estados Unidos de Norteamérica, a la búsqueda de un porvenir que su país no puede ofrecerles. Alemania ofrece “colocar” a jóvenes técnicos y especialistas españoles si España cumple con una serie de “propuestas” económicas; técnicos cualificados que el mercado laboral español no puede absorber (existe buena preparación pero no hay demanda: buen ejemplo del fracaso de un sistema). Vemos pues que estos países “excluyen” a parte de sus ciudadanos.

El desempleo es una de las causas típicas que pueden llevar a la exclusión social. Pero ya es en sí mismo un modo de exclusión. Las emociones y sentimientos que en esta situación surgen pueden condicionar las relaciones que se establecen entre las personas, así como los comportamientos ante circunstancias sociales diversas. Conozco personas emocionalmente estables que cuando han perdido su trabajo han desplegado conductas verdaderamente chocantes y, en algunos casos, rallando con la desadaptación e incluso con lo patológico.

Conozco a un hombre, padre de familia de cuarenta y tantos años y que tenía una carrera profesional consolidada, cuyo contrato fue rescindido hace unos meses cuando su empresa no pudo mantener a todo el personal. Pues bien, esta persona sigue saliendo todos los días de su casa aparentando que va a trabajar, incluso se le ve a diario con el maletín y el traje; coge su coche pero no va a ninguna parte en concreto, “se pierde” hasta la hora de comer en que regresa a su casa. Se empeña en guardar las apariencias porque no se resigna a aceptarse como un elemento excluido del sistema. Siente sobre sí mismo el “estigma del desempleo”, una emoción mezcla de dolor, desamparo y rabia que le lleva al aislamiento.

Otro caso tremendo es el de otra persona –también hombre- que si no sale de casa temprano, se queda todo el día dentro: “Porque si los vecinos le ven por la calle a deshoras pueden pensar que es otro pobre desempleado”. Cuando cruza su mirada con alguien siente “como si los demás leyeran en su frente un cartel en el que pusiera desempleado”. Lo que él cree que los demás piensan sobre su situación afecta terriblemente a su autoestima, y experimenta angustia y vergüenza.

Hace unos días estábamos reunidos un grupo de amigos entre los que dos de ellos llevan desempleados mucho tiempo. Eran ya las nueve de la noche y alguien que se marchaba dijo: “me voy ya porque algunos tenemos que trabajar mañana”. Una frase casi retórica que indica la prisa o las prioridades o el valor que le asignemos al tiempo disponible, pero que a mí me pareció muy desafortunada en ese contexto. Miré disimuladamente la cara de los dos amigos que no tienen trabajo y pude percibir una incomodidad, que reflejaba dolor, impotencia y humillación.

Estas tres situaciones son ejemplos de cómo las personas vivimos la experiencia de estar fuera de un sistema social (en este caso, el mercado laboral), de cómo expresamos la vivencia de estar o de ser excluidos.

Al daño físico le llamamos dolor y, al emocional, sufrimiento. Muchas veces hay daños físicos que acarrean sufrimiento, es decir, que producen o van acompañados de aspectos afectivos negativos. También hay sufrimientos que generan dolor, como suele suceder con los trastornos psicosomáticos. Sin embargo, para nuestro cerebro daño y sufrimiento son diferentes, y se ha comprobado que activan zonas distintas del mismo. Pues bien, se sabe que el sentimiento de exclusión activa la corteza cingulada anterior, que es la misma región que se activa con el sufrimiento que acompaña al dolor físico. Es decir, que el sentirse excluido genera verdadero daño físico, que lo podemos sentir en nuestras carnes.

Cuando nos duele la cabeza podemos tomar un analgésico y encontrar mejoría pero, ¿qué solución o remedio existe para el dolor que trae consigo el sentimiento de exclusión?

Puesto que las emociones que lo acompañan son sociales, debería inventarse un remedio social. Un remedio que, por una parte, cambiara las creencias y los prejuicios sociales hacia los colectivos desfavorecidos o desprotegidos, y que les diera acogida y acompañamiento emocional.

Pero así mismo también el individuo es responsable de cómo reacciona ante la exclusión (al igual que lo somos de cómo actuamos cuando nos duele la cabeza y decidimos tomar ese analgésico). Un cambio de actitud es fundamental para sobreponerse a esa situación. Y, en este sentido, trabajar en el desarrollo y adquisición de competencias socioemocionales es no sólo un remedio paliativo, sino sobre todo preventivo.

Desarrollar la conciencia de uno mismo y la autonomía personal, y adquirir y aprender a utilizar herramientas de afrontamiento y regulación emocional deberían ser materias que acompañaran a toda acción que se diseñe para y por los desempleados.

No es la solución al desempleo, pero sí es una extraordinaria manera de prevenir y paliar ese dolor que, de otro modo, va a quedar grabado en la memoria de tantas personas, convirtiéndose en un dolor crónico que lleva además consigo un gran sufrimiento. Y el sufrimiento, se contagia.

¿Usted qué opina al respecto?

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Confianza online